“El pasado se lo come todo como un monstruo”: Santiago Roncagliolo y su novela «Y líbranos del mal»

A veces nos preguntamos qué tan lejos puede llegar la
vergüenza como legado familiar, y si los hijos deben llevar el peso de los
errores de sus padres. El escritor peruano Santiago Roncagliolo plantea la
cuestión en su nueva novela
Y líbranos del mal, y pone sobre la mesa la
necesidad de superar las culpas y los pecados pasados de otros pues, como lo
afirma su protagonista: “Soy otra persona, este es otro tiempo”.


Por: Juan Camilo Rincón*


Es una novela de silencios que se cargan como lastres, pero
también de palabras que se expanden, punzan y se incrustan; de palabras como
laberintos que no llevan a ningún lugar o que, en cambio, revelan verdades que
cuesta aceptar como propias. Hay abusos y negligencias, padres que nunca
hablaron con sus hijos, afectos negados y ausentes, el mirar hacia otro lado
para no admitir los errores, dolores y reproches, pero también una lucha constante
por comprender y sanar, que Roncagliolo tramita con una narrativa impecable.

 


Una de
las cosas que más me gustó de la novela son los matices de los personajes, y el
hecho de que nadie es totalmente bueno o malo. Uno termina sintiendo cariño por
personajes que, en la vida real, despreciaría, como es el caso de la abuela del
protagonista.
¿Cómo lo construyó?

 

De
gente que conozco y a la que quiero. De hecho, en la promoción de este libro,
estoy empezando a sospechar que todos los periodistas latinoamericanos tienen
una abuela como Mama Tita, porque todos la adoran. No la quieren por algo que
tenga que ver con el libro; la quieren porque les recuerda a su abuela, y a su
abuela la quieren. Esto es muy importante en todo mi trabajo: la gente mala no
está lejos haciéndonos daño o pensando todo el día cómo hacerlo. La maldad es
también lo que hace gente buena que conocemos y queremos, y que tiene diversas
facetas. El bien y el mal vienen muy mezclados y son muy difíciles de
discernir. Sobre un personaje como Sebastián yo no le digo al lector, porque yo
mismo no lo sé; el lector tiene que decidir si él es una víctima o un
victimario. No hay tal cosa como Darth Vader en la vida; no hay ese señor de
negro que se pasa el día sobándose las manos y pensando cómo hará daño. La
gente hace daño porque cree que está haciendo el bien. Los personajes de esta
novela en particular hacen daño porque creen que eso es el amor, y cuando no
conoces el amor, lo confundes con cualquier cosa.

 

Me
gusta mucho el manejo de las dos vidas: “Poco a poco fue aprendiendo a
comportarse en cada uno de sus dos mundos, aunque nunca consiguió adaptarse del
todo”, “Se había vuelto un experto en cumplir papeles para ahorrarse líos”.

 

Ese
tema tiene que ver con la razón por la que yo me hice escritor. Crecí en México
en un colegio pequeño, laico, mixto, y luego caí en el Perú, en un colegio
grande, de varones y religioso, que era una olla a presión de hormonas a punto
de explotar a cada minuto. Lo peor es que, al venir de otro país, yo nunca
entendí de qué estaban hablando. Durante un año aprendí a reírme con los
chistes, a responder a los gestos, cuándo tenía que enfadarme, qué gestos eran
ofensivos y cuáles graciosos, pero tardé un año en entender, por ejemplo, que
estábamos hablando de sexo y que, si no entendía el lenguaje, no tenía un lugar
en el grupo. El lenguaje no era solamente para referirme a las cosas sino para
relacionarme con los demás y para encontrar otro lugar en una sociedad. Esa es
una experiencia que me tocó por ser extranjero. Creo que un niño normalmente no
tiene este tipo de experiencia con el lenguaje, lo da por sentado, y fue tan impactante,
que tiene que ver con el hecho de que yo me haya dedicado a las palabras y al
lenguaje para vivir. Hoy en día sigue siendo así y de hecho, durante la
pandemia he estado escribiendo muchos guiones, porque se podían hacer por Zoom
con muchos equipos mexicanos. Y de repente, mi esposa me miraba y me decía: ¿en
qué idioma estás hablando? Yo le decía: ¡en el nuestro! Y comprendía que estaba
hablando en mexicano, sin conciencia; me estaba tratando de adaptar a la gente
con la que hablaba. Igual en Perú; siempre, durante dos días, todos creen que
hablo como español, pero en cuarenta y ocho horas hago el clic y nadie vuelve a
decirlo. Es curioso porque, por mi trabajo, soy muy consciente del lenguaje,
pero de una manera completamente inconsciente hablo diferente según con quién
hable para que me acepte, para formar parte. Ante la inseguridad de no saber
cuál es mi territorio finalmente, me convierto en lo que quieran, para tener
una relación, y la manera de convertirme y disfrazarme es usando las palabras, aún
ahora.

 


Y
líbranos del mal
es una novela que se nutre de hechos
reales; está Abril rojo, todo el tema con Sendero Luminoso, las
investigaciones sobre temas políticos. ¿Cómo juega con la ficción y la realidad
en sus libros?

 

En
general, me considero un muy buen narrador de historias. En las novelas es
donde más se ve, pero yo rescribo reportajes, guiones, libros para niños. Me
fascina lo que las narraciones hacen por nosotros, y me parece mágico escribir
historias y leerlas. Así que, cuando una historia real es suficientemente
buena, yo simplemente la cuento. Tengo una trilogía de historias del siglo XX
latinoamericano, que son reales: El amante uruguayo, La cuarta espada
y Memorias de una dama. Pero en este caso, la realidad no me iba a dar
lo que necesitaba, porque lo que me interesa en mis novelas es el mal; es por
qué gente que alguna vez fue buena y noble, hace cosas atroces. En este caso
esas personas no me iban a hablar; no le han hablado a nadie; no hay manera de
hablarles, de escucharlas, ni de creer su versión. Y cuando la realidad no me
da las respuestas, es cuando empiezo a explorar mediante la ficción qué pudo
haber ocurrido, cuál es el sentido que pueden haber tenido estas cosas, a
partir de mi imaginación y de mi conocimiento de las personas. Eso es lo que
hice: inventar una historia que en la realidad no se podía contar.

 


En el
libro uno ve cómo se derrumban o se desidealizan las instituciones: la Iglesia,
la familia, la exigencia de la masculinidad. ¿Qué otras instituciones cree que
se están derrumbando en estos tiempos?

 

En
Perú y Colombia, el Estado, ¡seguramente! No sé si lo que venga va a ser mejor,
pero, claramente, América Latina o, al menos Perú, por no sonar pretencioso,
después de treinta años de tener muy claro qué quería, e ir bien, con la
pandemia ha descubierto que no estaba tan bien, y creo que a Colombia le ha
pasado lo mismo, por lo que leo y lo que me cuentan mis amigos. El relato que
teníamos y que le daba sentido a todo ha llegado a un punto muerto, y no
sabemos qué hay después, no sabemos cómo se cambia. Creo que eso pasa
constantemente en todo tipo de instituciones, desde las nacionales hasta las
familiares. Llega un punto en que la historia que te han contado ya no te
explica lo que está pasando, ya no te parece cierta, y no sabes cuál poner en
su lugar. Quizá por eso me fascina contar historias: porque presuponen que hay
un sentido para las cosas que pasan. Necesitamos las historias para entender
hacia dónde van, y cuando desparecen las que nos han dado forma, de repente no
sabemos ni siquiera quiénes somos.

 


De
alguna manera, la ciudad donde usted nació es protagonista en la novela. ¿Cómo
siente a su Lima hoy, tantos años después de haberla dejado?

 

Qué
buena pregunta. ¿Cómo siento a la Lima de hoy? Es curioso… Lo notas en las
elecciones: el país vota una cosa y Lima vota otra cosa; nunca coinciden. Creo
que está un poco retratada en la novela esa cualidad limeña de hacer una
fortaleza tratando de sobrevivir al resto del mundo, y esa clase social de San
Isidro en la que vive Mama Tita es un ejemplo. Ella misma vive en una
cristalería con un elefante dentro, donde hay que agarrar los vasos y los
platos antes de que revienten contra el suelo, y de fingir que el elefante no
está. Eso es Lima: una ciudad que ve su poderío derrumbarse, que se ve cada vez
más amenazada por el mundo y trata de vivir acorazada en su pasado, fingiendo
que nada ha cambiado porque le da mucho miedo aceptar lo que puede cambiar y
porque, cuando empiecen las cosas a cambiar, cambiará todo, hasta las cosas que
les gustan. 

 


Su novela Óscar y las mujeres fue presentada inicialmente en
un formato digital en nueve entregas, en 2013. ¿Cómo es su relación hoy en día
con todo esto de la literatura en los entornos digitales?

 

Este
ha sido uno de los mejores lanzamientos que hemos tenido. No tenía ni idea cómo
íbamos a hacer esto, pero la novela es el libro de ficción más vendido en Perú
y se ha reeditado en España, en México, es una de las más vendidas allá
también. Y hacemos cosas como reunir a cuatrocientos libreros de todo el mundo
hispano para un Zoom; antes era imposible juntar a lectores de muchos países o
hacer prensa no solo con medios sino con booktubers y gente que tiene
espacios de libros en redes sociales. Eso me parece fascinante: se está
reinventando todo; este es un mundo diferente, y la verdad es que el mundo de
antes me había aburrido un poco. Tener que salir y aprender un poco de todo, y
hacer cosas que no tenías previstas es muy excitante.

 


¿Cómo
ve la literatura colombiana hoy?

 

El último libro de Juan Gabriel Vásquez es impresionante. Volver la
vista atrás
está muy bien y además toca muchas cosas que para mí son muy
sensibles y muy latinoamericanas: el pasado de izquierdas, la perversión de los
ideales. Ese libro me ha gustado mucho. Poco antes leí una crónica sobre la
depresión, de Margarita Posada, que también me impactó. Son libros que no leo
como un técnico literario. Volver la vista atrás lo leí como hijo de
gente de izquierda; el de Margarita, Las muertes chiquitas, como persona
que ha pasado depresiones, entonces no me parecen libros de colombianos, sino
libros de gente que habla de mí, y eso hace que tenga una relación muy cercana
con ellos.

 



📷Foto Santiago Roncagliolo: Cortesía Xavier Torres-Bacchetta



 

* Periodista, escritor e
investigador cultural. Autor de Ser colombiano es un acto de fe. Historias
de Jorge Luis Borges y Colombia
, y Viaje al corazón de Cortázar.




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