El día en que me mataron
Liliana Santacroce (Argentina)
Fueron muchos los que levantaron la mano y hundieron con el puñal mi carne, yo fui mirándolos a los ojos a cada uno, no sentía dolor, rabia, quizás…
En ese momento me acordé de Julio César en el Senado y los puñales de sus leales en su carne….
Yo simplemente una mujer… que quiso servir y fue idiota.
Se escuchaban mis gritos, tenía horror…
¿Dios dónde estabas? ¿Lo merecía?
Recordé cómo lapidaban a mujeres musulmanas, desde el suelo,
lloraba de rabia de impotencia.
Otra vez el dolor. Las piedras sobre la carne.
No hubo una mano amiga, una palabra, que me bastara para tener coherencia.
Eran gritos, furia,
También pensé en Caín y Abel
Dos hermanos, uno matando al otro.
Pero no morí.
Los brazos están oscuros.
El derecho lleva la mancha más vil, parece que se está esparciendo la sangre bajo la piel.
Duele.
En el izquierdo, las marcas de los dedos del hermano odio en mi piel.
¿Quedarán por siempre? No, se irán borrando ante los ojos de los otros.
Los míos los van a ver siempre.
Pero no morí, imposible matar algo ya muerto.
Cuando ando por la vida sé que ando por la muerte.
Ya no se entiende cuando es de día, cuándo es de noche.
Abandonando lo que ya había sido abandonado.
Piedad, no, no pedí piedad, intenté defenderme desde la memoria del ignorante, con gritos que eran aullidos desgarrados, con insultos que maldecían…
Tengo la ignorancia marcando el paso, el camino que me lleva a la muerte
Jamás seré lo que los otros quieren que sea.
Mi identidad se formó del barro y allí se queda.
No intenten defenderla, cuando me conocen… todos dan la espalda, los que más quieren los que no me quieren.
Estoy llena de ausencias, me cubre la soledad que yo misma creé.
Les dije a todos yo no los necesito.
Yo pongo la carne, el grito, aúllo en dolor, porque ya no doy más.
Sin embargo los puñales dejaron su huella, yo no soy el bautista, no sé dar la otra mejilla.
Yo pido justicia y me ajustician sin darme la opción, sin resguardarme con amor.
Me ejecutaron sin darme otra opción.
Amor, pido a gritos amor, sin embargo…no sé, parece que para pedir amor primero hay que amar, luego, pedir perdón, luego rezar, luego decir aquí estoy, ser buena gente…
Y ¿Qué soy yo, de todo eso?
Barro, en el barro dejaran la carne, que muera despacio hasta que se dé cuenta que ya está muerta.
Cuando el alma, se apure a soltar las amarras…entonces, quizás…
Espero, alguien más misericorde se acuerde de mí.
¡Por mí clemencia! de mí, ignorancia.
No se amar por eso no merezco ser amada.
Los puñales me los dejo en la carne… son la recompensa a la miseria que me corroe.
Casi con vida, escribo, no es un cuento es lo que me pasó hace pocas horas.
Desde el suelo me levanté.
Pensando que quizás alguien si lo escribía me podría entender.
No pido justicia.
La mujer quedó entre tinieblas, ¿habrá luz algún día?
Esa luz que hablan los ángeles que por ahora me sostienen