Entrevista, Betuel Bonilla

No. 6.620, Bogotá, Jueves 27 de Febrero de 2014 
Así como la arquitectura corrige las incomodidades de la naturaleza, la literatura corrige las incomodidades de la realidad Alfredo 

Bryce Echenique
Betuel Bonilla
ganador del Concurso de Libro de Cuentos
de la Universidad
Industrial
de Santander
Asumí
la escritura como algo profesional, como destino
Por: Jorge Consuegra (Libros y Letras)
¿A qué edad empezó a escribir?
– Digamos que escribía pequeños borradores desde muy temprano, desde
que tenía diez u once años, en lo alto de un tanque de agua al cual me fugaba
cada que mi madre amenazaba con una paliza por las pilatunas de un chico
terriblemente inquieto. Más adelante, mientras cursaba pregrado, la escritura
se me fue presentando como una posibilidad mucho más real, en ensayos y
pequeños apuntes autobiográficos para clases específicas. Luego, en Ibagué,
asumí la escritura como algo profesional, como destino, primero en notas
críticas para un periódico local y, de forma paralela, dándole forma a mi
primer libro de cuentos.
– ¿Qué temas abordó en sus primeros cuentos?
– La autobiografía, de forma ineludible. El homenaje y la extirpación
de fantasmas de la niñez, de sucesos llenos de interrogantes a los cuales
intentaba responder desde la escritura literaria. Cuentos poblados de
personajes muy cercanos, la mayoría reales.
– ¿Qué es lo encanta de un cuento? ¿Su estructura? ¿Su extensión?
– Quizás tenga que ver con mi propio ritmo, con esa especie de tensión
con la cual se vive en el mundo actual, lleno de pequeños o terribles
contratiempos que debemos solucionar de manera muy rápida y corta. Es un género
que revela, creo yo, la forma en que entiendo el universo, las fisuras de las
cuales habla Liliana Heker, las batallas campales de seres a los cuales el
sufrimientos les es dado de manera silvestre. Quizás, y esto apenas lo pienso,
tenga que ver con una suerte de conmiseración con esos personajes que sólo el
cuento es capaz de albergar.
– ¿A qué edad supo que quería volverse escritor?
– Profesionalmente, entre los veinte y los treinta años. No puedo
hablar de una edad precisa, como si una epifanía sobreviniera y me dijera
«debes, a partir de hoy, hacer esto o lo otro». Fue, más bien, una
serie de pulsiones, de entresijos por la supervivencia, entrometerme más de lo
debido en los asuntos del mundo, de mis semejantes.
– Usted ha ganado varios premios ¿eso lo compromete más con sus
lectores?
– Desde luego, con los lectores y, en especial, con lo que escribo. Un
premio abre pequeñas o grandes posibilidades (responder esta generosa
entrevista es una prueba de ello). Se debe tener mayor consciencia del hecho de
escribir, pues siempre, y eso está muy bien, quienes nos leen esperan al menos
el sostenimiento de un nivel, y eso significa un reto en palabra mayor. Hay no
sólo que escribir, sino seguir escribiendo, hacerlo muy bien, hasta donde se
pueda.
– ¿Cuántos cuentos conforman el libro que envió a la UIS?
– Nueve.
– ¿Qué temas desarrolla en ellos?
– No sé si pueda hablar de unos temas en concreto, pues creo que ni uno
mismo a veces es capaz de advertir lo que encierra un cuento, los senderos que
abre, los rumbos que toma. Es un libro con una relativa unidad más bien
proveniente de la época en la cual se insertan los personajes, de cierto espíritu
de desazón que ronda, de alguna especie de melancolía que aparece subrayada. El
título, y esto lo advertí después de otorgado el Premio, refiere la certeza de
que siempre se debe volver, a una época, a una verdad dicha a medias, a una
cita aplazada, a una intriga que no se terminó de resolver.
– ¿Tenía la ilusión de ganarse el concurso ante el número elevado de
participantes?
– Desde luego, siempre que envío a un concurso tengo no sólo la
ilusión, sino la certeza, como deben tenerlo los otros escritores que envían.
También sé que envían muchos escritores, la mayoría muy buenos, y que perder
está como primera opción. Desde que quedé finalista en el Hucha de Oro, en
España, me repito esa bella frase de Jorge Zalamea que dice que «en poesía
no hay pueblos subdesarrollados». Escribo siempre desde Neiva, desde mi
casa, desde mi biblioteca, rodeado de la respiración de mi esposa y mi hija,
mis primeras lectoras.  Y con ellas comparto la ilusión de ver los textos
terminados, de irlos corrigiendo, de irles dando forma. Luego, de ver si lo
escrito se condice con algún concurso. Si es así, envío a uno, máximo a dos por
año, y espero. Siempre con la ilusión viva.
– ¿Ha pensado en escribir una novela de largo aliento?
– Cada tanto me veo ante esta pregunta. Recuerdo una plática con Isaías
Peña (el siempre querido Isaías) en un bar cerca de la Universidad Nacional.
Las cervezas llevaron al tema de la literatura, al de la escritura, y al de la
pregunta de Isaías: «¿Y cuándo me vas a dejar leer tu novela?». Y le
respondí sinceramente que no, que no tenía una novela, que no había pensado
siquiera en escribir una novela. No se fue muy convencido pero así es, Isaías:
no he escrito novelas. No por esos hitos de Ribeyro, Borges o tantos otros
escritores que conviven dentro del canon a punta de muy buenos cuentos. Es sólo
que no he sentido las pulsaciones que sí tengo con el cuento. De pronto más
adelante, quién sabe.

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