No. 5.720, Bogotá, Viernes 1° de Julio del 2011
La vida solo es una y así existiera la reencarnación, volvería a leer, a tener siempre un libro en mis manos.
Diana Leipzig
Hoy nos acordaremos de…
… Juan Carlos Onetti quien había nacido en 1909 y de José María Cordibez Moure, quien falleció en 1918.
María Cristina Vega
Me acostumbré a leer porque mi madre era una lectora voraz y me inculcó el hábito de la lectura desde muy niña
Por: Jorge Consuegra (Libros y Letras)
La de María Cristina Vega no fue una infancia de dramas y angustias. Al contrario. Además del ambiente en Guaduas, la hermosa población incrustada en la cordillera Oriental, al Occidente del Departamento de Cundinamarca, la casa de María Cristina siempre estuvo llena de gente y de libros. Los Viernes, Sábados y Domingos había tertulias en donde se conversaba de todo, desde cualquier cambio político, hasta los más mínimos movimientos en el pueblo, los bautizos, las confirmaciones, los matrimonios, los inocentes bailes de presentación en sociedad, la llegada de cualquier personaje…
Y los libros siempre estuvieron ahí presentes tanto en su infancia, como en su adolescencia. No sólo en la casa, ya que su mamá siempre fue una lectora voraz y aún hoy, casi llegando a su primer siglo, lo sigue haciendo, con algunas limitaciones, pero siempre tiene a su lado un libro para leer o para que se lo lean, sino también en la biblioteca del colegio a la que iba casi todos los días a “descubrir” que nuevo había llegado.
Ya en Bogotá las ganas por la lectura se duplicaron y continuó siendo esa incansable lectora, tan fue así, que por consejos de su padre, prefirió dejar Derecho para estudiar Filosofía y Letras y dedicarse a desentrañar el alma de José Eustasio Rivera y su obra.
– En tu casa, en Villeta, había suficientes libros para acostumbraste a leer?
– Me acostumbré a leer porque mi madre era una lectora voraz y me inculcó el hábito de la lectura desde muy niña. Además, al frente de mi casa vivía una señora incomparable, maestra de corazón, que enseñaba actividades manuales y como yo quería ver y hurgar en todo, para tenerme quieta, comenzó a enseñarme los trazos de la escritura, en especial las vocales. Tan pronto las identifiqué, buscaba en libros y periódicos, las vocales de la señora Lastenia. Mis padres me ayudaban a buscarlas y esto también contribuyó en mi determinación de leer cuanto escrito encontraba.
– Fue traumático salir de Villeta y llegar a Bogotá?
– De ninguna manera. En esa época, se decía ir a temperar a Bogotá. Veníamos con mi madre y mi hermana, recorríamos los sitios de interés y diversión para nosotras, como la plaza de Bolívar, la Quinta, el Parque de Santander, el Parque de la Independencia y el Parque del Centenario. Cuando cumplí ocho años y fue el momento de entrar en el colegio (hasta ese momento, tuve profesora particular), me trajeron a Bogotá para quedar interna en el colegio. Todos los fines de semana salía a la casa de unas primas y a veces, me encontraba con mi hermano y otras, venían mi papá o mi mamá a verme. Anhelaba por supuesto, la llegada de las vacaciones para estar otra vez con mis padres.
– Por qué decidiste estudiar Filosofía y Letras?
– Al terminar el bachillerato, inicialmente me incliné hacia el Derecho. Pero mi padre, hombre práctico y que me conocía bien, un día me hizo unas reflexiones sobre mi futuro profesional y me hizo ver que yo tenía mucha determinación y le preocupaba que terminara de penalista y él sufriría por mi seguridad. Me sugirió entonces, estudiar alguna ciencia social que me llenara y así comencé a ver otras posibilidades. Una profesora vino en mi ayuda y me hizo un test con el cual determinó que yo era muy sensible a los temas humanistas, escribía y hablaba muy bien, y probablemente mi carrera tenía que ver con Filosofía y Letras. En esta forma, al finalizar el bachillerato, me inscribí en la Universidad de los Andes para estudiar Filosofía y Letras.
– Qué te motivó para hacer la tesis sobre La vorágine?
– En este aspecto también tiene influencia mi madre, pues muy pequeña me habló del tema de La Vorágine y me leyó poemas de José Eustasio Rivera. Intuitivamente me gustó su obra. Ya en la Universidad, para un trabajo de estilística, escogí analizar La Vorágine y saqué muy buena nota. En el momento de buscar temática para mi monografía de grado, el director de tesis me sugirió que había visto en ese trabajo ciertos aspectos interesantes que podría profundizar y así lo hice. En realidad, este trabajo me ha traído grandes satisfacciones. La Academia de Ciencias y Letras y la Academia Científica de París, me otorgaron sendas medallas y diplomas, y un Canal Cultural Europeo me hizo una entrevista. El Tiempo al celebrar los 50 años de la muerte de Rivera, lo evocó con parte de mi trabajo, y Gloria Valencia de Castaño me hizo una entrevista sobre el mismo tema. En realidad, de La Vorágine, admiro la lucha incesante de Arturo Cova y de Rivera, su implacable determinación para defender sus convicciones.
– Qué representa en tu vida Víctor Raúl Haya De la Torre?
– Otro luchador sin igual en la historia política del Continente. Tuve la fortuna de entablar correspondencia con él y con Luis Alberto Sánchez, el secretario del APRA. Además, fui cercana a Javier Pulgar Vidal, con quien realicé varias charlas sobre Haya cuando fue embajador del Perú en Colombia. Por muchos años, de la Embajada del Perú me llamaban para atender a algún estudiante que quisiera aproximarse a la vida y obra de Haya de la Torre o del APRA. No lo volvieron a hacer.
– ¿Cómo fue la experiencia con el “Titanic”?
– Es una experiencia conmovedora. De labios de mi madre también conocí la tragedia y aunque me impactó, no profundicé en ella. Pero al dictar la Historia del Siglo XX, por supuesto que entendí que el hundimiento del “Titanic” representó una frustración enorme para la carrera mecánica y de súper lujo que el mundo iniciaba en las primeras décadas del siglo pasado. Además, entendí que fue el inicio del sino trágico del siglo XX. Cuando History Channel abrió el concurso sobre el naufragio más famoso, me inscribí y respondí la única pregunta: “¿Por qué quiere conocer los restos del naufragio?”. Mi respuesta fue “porque quiero transmitir esa experiencia a mis estudiantes”. Esta corta respuesta fue considerada por el Canal como correspondiente a su filosofía y me incluyeron dentro de los cinco semifinalistas. Decidí que ganaría y me dediqué con ahínco a buscar que la gente votara por mí y por eso gané entre 58.000 concursantes. La experiencia fue maravillosa en lo personal, pero cada vez que escribo alguna línea sobre el “Titanic”, se me aguan los ojos. Ahora conozco mucho más de la tragedia y considero que el desastre pudo evitarse, pero las condiciones especiales de ese momento y ese día, enviaron el barco de los sueños al fondo del mar. Para mí, este desastre es una versión moderna de la tragedia griega. Estas palabras ahora están en la entrada del museo del “Titanic” en Las Vegas. No pude viajar al fondo del mar porque las condiciones climáticas hicieron suspender los viajes del Mir.
– ¿Qué recuerdos tienes del gran maestro Ramón de Zubiría?
– Lo recuerdo como compañero de clases, como rector de la Universidad de los Andes y en especial como magnífico profesor, excelente conversador, cantante y animador de veladas literarias y musicales. En realidad, pocas personas me han impactado tanto como él. Me siento feliz de haber contribuido a crear el Concurso de cuento Uniandino Ramón de Zubiría que ya va por la edición 16.
– ¿Por qué decidiste escribir Prohibido reír?
– Cuando tuve mi semestre sobre la literatura colombiana contemporánea, observé que la línea de pobreza, hambre y violencia era muy notoria. Comencé a investigar y trabajar sobre el tema, y encontré que los curas de pueblo fueron determinantes en la época de la violencia y así surgió un primer borrador que le pasé a Jairo Aníbal Niño y le gustó, me hizo algunas observaciones y lo envié al Concurso Enka de Colombia. El coordinador de ese concurso, me envió una nota muy estimulante y me dijo que casi había ganado pero que mi final estaba flojo. Archivé el texto pese a que Jairo Aníbal me alentó. Pero un día le pedí a un amigo psicólogo que lo leyera y me diera una idea de un mejor remate y así lo hice. Lo presenté al comité de publicaciones de la Universidad Militar Nueva Granada y allí me hizo el prólogo Fernando Soto Aparicio y me lo publicaron.
– ¿Qué tanto de autobiográfico tiene el libro?
– Tal vez la determinación de Alegría, la protagonista, su sintonía con la naturaleza, el amor por la provincia, el respeto por la familia y en especial, la inclinación hacia la docencia.
– ¿Cuántas Alegrías tiene este país y que son anónimas?
– Millones. Es una lástima que esa labor anónima de profesoras en la loma, en el valle, allá lejos, no la conozca ni la reconozca nadie. Sólo sus propios pupilos.