Entrevistan a Antonio Mora Vélez

La revista Axxon dialoga con el escritor colombiano Antonio Mora Vélez 
Don Antonio, estuve leyendo su “1984 y el poder despótico”. Viendo la realidad de 2012, ¿estamos más cerca de 1984 o de Un mundo feliz? 
– Yo creo que estamos más cerca de vivir en un mundo como el descrito por la novela 1984 de Orwell porque es más probable que, tal y como están las cosas, en el futuro se produzcan guerras entre bloques de naciones por el dominio de las fuentes de energía y de agua, que serán las causas de los conflictos en el próximo siglo. ¿Cuáles serían esos bloques de naciones? Es difícil predecirlo, pero podrían ser las naciones musulmanas, incluyendo a muchos países de Europa que tendrían entonces mayoría de habitantes musulmanes; EUA; una alianza de Rusia, China e India; Latinoamérica con el liderazgo posible de Brasil y otros más. Y veo más cerca 1984 porque el capitalismo terminará por colapsar igual que el comunismo y yo pienso que ese fracaso va a propiciar el surgimiento de regímenes militaristas y totalitarios, como los anticipados por Orwell, en cada uno de los países de esos bloques. En cambio la realidad anticipada por Huxley en Un mundo feliz, y en especial el estado mundial y el fin de las guerras, la veo más distante desde el punto de vista político. Aunque no dudo en afirmar que también es probable, más adelante en el tiempo, si uno de los bloques que surjan en el inmediato futuro termina dominando a los demás e imponiendo su nuevo orden político y social al mundo… 
– También estuve leyendo Yusti. ¿Se acuerda en qué se inspiró para crear ese personaje? ¿Por qué utilizó Sputnik y no Apolo? 
– En la idea de la cada vez mayor deshumanización del hombre, de su conversión en un ser cada vez más dependiente de la tecnología, casi sin tiempo para dedicarlo al cultivo de las artes y las humanidades. Y en la idea de crearle una antítesis animal, pero de un animal evolucionado que conserva lo humano del hombre frente a un hombre que ha dejado de ser humano. Yusti, por la apariencia descrita, es un primate, más exactamente un lémur, que alcanza la cumbre del pensamiento por una mutación causada no se sabe por qué fenómeno. Y los personajes aparentemente humanos del cuento resultan no ser seres biológicos sino “androides de la cuarta generación” que han heredado el acerbo científico y cultural de un homo sapiens que ya ha desaparecido. Y en respuesta a la otra pregunta le digo que utilizo la palabra sputnik y no Apolo porque a los sputniks los vimos en las noches despejadas de los años 60s orbitando la Tierra, en cambio a los Apolos los vimos años después, pero en la TV, perderse en el cielo con dirección a la Luna y al espacio exterior. Y recuerde usted que en el cuento Yusti, el sputnik es visto una noche estrellada por los participantes de un safari. 
– Esa “mutación causada no se sabe por qué fenómeno” ¿vendría a ser de origen divino o meramente mecánica? Perdone que se lo diga, pero Yusti me hizo venir la idea de una especie de ángel, en lugar de un mamífero evolucionado. 
– Ahí está lo interesante del personaje, que cada lector interprete su naturaleza como mejor le parezca. Bien como producto de una mutación originada por alguna causa física, como enviado por alguna inteligencia superior del Cosmos, no necesariamente divina, o sencillamente como un animal que ha evolucionado hacia la razón humana al tiempo que el hombre se convertía en una máquina pensante. Lo esencial para mí era contraponer los dos procesos para mostrar cómo es posible que la razón se abra paso en el mundo utilizando vehículos y rutas diferentes. 
– ¿Le agrada “jugar” con la percepción del lector? 
– Lo lúdico es inseparable del arte y de la literatura pero en lo fundamental es un juego en el nivel de las formas. El pintor juega con los colores y el espacio y el escritor con el lenguaje y con la estructura del texto literario. Y yo hago ese juego pero conmigo en los momentos de la escritura y aunque el lector participa de ese juego en el momento de la lectura, no es esa mi intención. Me gusta más, amparado en la condición polisémica de la literatura, ponerlo a pensar manejando la ambigüedad para darle cabida a todas las interpretaciones posibles. Y esto es relativamente fácil para mí dado que, como sabemos, la ciencia ficción es un género de ideas y en el cual el misterio, el enigma, es parte de su corpus. 
– Si usted pudiese alejarse de sus cuentos y leerlos como un lector normal, ¿qué rescataría de ellos? 
– Mis libros llevan mensajes que, obviamente, son un reflejo de mi cosmovisión y de los valores en los cuales creo, y que están en sintonía con el papel que en mi opinión tiene la ciencia ficción, género al cual he denominado el Sócrates de nuestro tiempo por su naturaleza crítica y humanista, por el papel que cumple de advertirle al mundo los peligros que pueden extinguir la especie humana y porque además le señala el camino del Cosmos para lograr que esta semilla del pensamiento no se acabe con nuestra civilización y con nuestro planeta. Y son esos mensajes y no los artefactos, teorías o la naturaleza de personajes como Yusti, los que me gustaría rescatar para que perduren en la conciencia colectiva. Prefiero que recuerden a Yusti por su modo de pensar o a Glitza o a Lorna por la nobleza de sus sentimientos. 
– Cambiando de tema: ¿qué lo decidió a intentar en los poemas de ciencia ficción? 
– La poesía me ha gustado siempre y desde un recital de poesía, que le escuché en la universidad en la que estudié mi carrera a una poeta colombiana de nombre Olga Elena Mathei, en varios de cuyos poemas utiliza palabras como estrellas, galaxias, planetas y átomos, pensé que algún día escribiría poemas en la línea fantástica y de ciencia ficción que me gustaba. Pero fue la lectura de un libro de divulgación científica: Informe sobre el universo de Timothy Ferris, en el cual el autor hace uso de la poesía para designar objetos y fenómenos del Cosmos, que descubrí varios años después, ya con tres libros de cuentos de ciencia ficción publicados, que se podía escribir poesía fantástica y de ciencia ficción de ese modo, o sea, vistiendo con el velo de la poesía las verdades e inquietudes de las ciencias y los enigmas del pasado y los temores sobre el futuro que aparecen en muchos de los mitos y leyendas que existen. Y así surgen mis poemas cósmicos, apocalípticos, míticos y esotéricos. En el trayecto, se me ocurrió la idea de rendirle un testimonio de admiración a los pensadores y científicos que tuvieron que ver con el desarrollo de las ciencias y la conquista del espacio, y surgen entonces mis poemas antrópicos. 
– ¿Se pueden conseguir sus poesías en la web, o sólo están en papel? Me interesa mucho leerlas. 
– En papel fueron editados los poemarios Los caminantes del cielo (Ediciones Cecar, 1999) y El fuego de los dioses (Ediciones Cecar, 2001). Inédito sigue Los jinetes del recuerdo, pero tengo la promesa de la Editorial Andrómeda de Buenos Aires de que será editado en el primer semestre de 2013. En Axxón y en otros sitios de la web, como Alfa Eridiani de España, han sido publicados varios poemas de esos libros. Y el poeta José Luis Hereyra hizo una antología de los mismos y la tradujo al inglés, antología publicada en Amazon.com con el nombre The riders of remember. 
– Usted se sentía inclinado -no sé hoy- a la ciencia ficción rusa. Por favor no me malinterprete, no quiero abrir juicio de valor. Solo que me resulta interesante su enfoque, y me agradaría mucho que lo amplíe. 
– Yo descubro la ciencia ficción rusa en una librería de un militante comunista en Cartagena, durante mi época de estudiante universitario. Compro y leo obras como los cuentos de Café molecular, las novelas Qué difícil es ser Dios, Viaje por tres mundos, La nebulosa de Andrómeda, los relatos Naves de estrellas y El corazón de la serpiente, los números dedicados a la ciencia ficción de la revista Literatura Soviética y la antología de Bruguera Lo mejor de la Ciencia Ficción rusa. Me gustó entonces el enfoque humanista de autores tales como Iván Efremov, y no solo en lo que tiene que ver con el futuro optimista para la sociedad humana, que iba en concordancia con el optimismo de Jruschov en el célebre discurso en el que sentenció que la presente generación viviría en el comunismo, sino también en lo referente al encuentro con otras civilizaciones del Cosmos que suponían más evolucionadas científica y moralmente que nosotros, lo que obligaba a concluir que vendrían en son de paz y no a conquistarnos o a destruirnos como planteaban las obras y filmes de la ciencia ficción norteamericana. Pero también me gustó la desbordante imaginación de autores como los hermanos Abramov, para quienes es posible que existan universos paralelos y mundos con habitantes dobles de nosotros pero desempeñando roles diferentes. Y la de Alexander Beliaev, a quien se le ocurrió en uno de sus cuentos conservar en un laboratorio el cerebro de un científico para que siguiera pensando porque su cuerpo destrozado en un accidente no le servía para continuar viviendo. O los célebres cangrejos en la isla de Dneprov. Y también me gustó el trabajo con la historia de los hermanos Strugatsky, que fue interpretado como crítico de la sociedad soviética de su tiempo. Y muchos otros textos que no recuerdo ahora. El resultado inicial de esas lecturas fue un artículo titulado El humanismo de la ciencia ficción soviética que publiqué en 1968, dos años antes de escribir mi primer cuento de ciencia ficción. Ese humanismo lo encontré también en otros autores no soviéticos y es el fundamento de la orientación de mis relatos.

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