Por: Germán Borda / Bogota. A veces, en ocasiones, como esta se me pregunta ¿de dónde es usted?
Tengo dos documentos. Con sendas fotos. Dos huellas digitales, firmas y retratos. Abajo, en ambos dice, Germán Borda. Son expedidos por Colombia y España. A entidades tan serias no hay más remedio que creerles, pertenezco a ibero América. Con otro, inexistente, – y que debía decir de ninguna y de todas partes–, he viajado y vivido en Francia, Italia, Alemania, Rusia, Yugoslavia, Portugal. Pero en especial en España, cinco años y Austria, más de 11 años. Y luego se me pregunta ¿Qué hace? Cuando tenía doce años seguía unas tediosas clases de piano. A raíz de un ciclo de sonatas me dio curiosidad de saber cómo era posible hacer tanto con esas teclas blancas y negras. Osado y atrevido resolví volverme Beethoven. Pronto me di cuenta de lo difícil de ese empeño, fue en ese momento que comprendí, debería ser Borda. Otra titánica tarea que tomó décadas, la resultante; un doctorado en la Universidad de Viena en teoría y composición y varios postdoctorados en esa institución. 1.200 obras, para todos los grupos, desde flauta sola hasta gran orquesta con coros que han sido interpretadas en Asia, Europa, y América toda. La crítica, generosa, y recurro a mi inmodestia, para citarla; la ha considerado de lo mejor de mi generación. Personalmente soy mucho más cauto. Mi amor por la literatura nace de la narración de unas abúlicas vacaciones y su resumen para clase de español El profesor encontró subyugante que se pudiera hacer algo de nada, es decir, de los días de tedio. A partir de ese momento siempre escribí. Sin publicar. Comencé el 2001. Visiones de Peralonso Niño, publicada en Huelva y Moguer, sigue la producción, mucha inédita de más de treinta obras. De varios géneros; teatro, cuentos, ensayos, y en especial novelas, han sido publicados en España, Usa, Argentina y Colombia. También la crítica y los comentaristas han sido elogiosos conmigo
¿De su vida privada?
Tuve varías novias, les hice el favor y el homenaje de no casarme con ellas. Con una excepción, ella y yo lo lamentamos, pero se salva un hijo extraordinario. Lo que más queremos en la vida. De mi padre heredé, su ejemplo, de seguir el trazo de los caminos rectos, de honestidad y verdad. También, su afiliación irrestricta al voto de pobreza franciscana. De mi madre, su concepto excepcional de la belleza. Mi adhesión temprana a la soledad. Ha marcado una pauta ineludible en mi vida. He tenido por fuerza, que acostumbrarme a mí mismo.
Si tuviera que resumir mi vida, recurriría a un símil del mito de Sísifo, más modesto, el de un batracio que asciende por los bordes de una piscina, muy resbalosos, va a llegar y de nuevo cae. Pero prevalece, como en el griego, siempre en la lucha.
Al observar el último trecho, lo hago con paciencia y serenidad. Me acompaña, por fortuna, una fiel compañera. Que cuida de mis días. Temo a la pré-muerte y sus sorpresas, pero el deceso final me parece, por el contrario, subyugante como solución al misterio.
Con los años estoy más convencido, con la mayor firmeza, en el arte, como vía para el conocimiento de la verdad. Y las rutas ante la eterna pregunta del sabio griego Sócrates: Conócete a ti mismo. A ese quehacer infinito he dedicado mi existencia. Ese, en estas pocas palabras, soy yo, el de las huellas digitales; y ahora, al tema de esta noche: La novela Siglo XXV.