Por: Pablo Montoya/ Tomado de
Literariedad
Literariedad
Fue Álvaro
Mutis quien dijo que en cada ciudad latinoamericana había un Lezama Lima
oculto. Muy culterano, homosexual a la manera antigua y hermético hasta el
delirio. De igual modo, hay montones de Bukowskis diseminados en los pueblos y
urbes del continente. Que yo sepa, hay uno en La Habana, otro en Cartagena de
Indias, otro en La Paz y otro en Lima. Dicen que son legión en México y en Sao
Paulo por evidentes razones de demografía literaria. Afectos a lo escatológico,
misóginos de envergadura y, al mismo tiempo, fornicadores de gran calibre. En
esta dirección, Bolaños han empezado a brotar, como silvestres flores malditas,
en las comarcas andinas, selváticas y caribeñas. El fenómeno es atractivo y, de
algún modo, renovador, porque han empezado a quedar atrás las poderosas
influencias dejadas por los grandes capos del boom.
Mutis quien dijo que en cada ciudad latinoamericana había un Lezama Lima
oculto. Muy culterano, homosexual a la manera antigua y hermético hasta el
delirio. De igual modo, hay montones de Bukowskis diseminados en los pueblos y
urbes del continente. Que yo sepa, hay uno en La Habana, otro en Cartagena de
Indias, otro en La Paz y otro en Lima. Dicen que son legión en México y en Sao
Paulo por evidentes razones de demografía literaria. Afectos a lo escatológico,
misóginos de envergadura y, al mismo tiempo, fornicadores de gran calibre. En
esta dirección, Bolaños han empezado a brotar, como silvestres flores malditas,
en las comarcas andinas, selváticas y caribeñas. El fenómeno es atractivo y, de
algún modo, renovador, porque han empezado a quedar atrás las poderosas
influencias dejadas por los grandes capos del boom.
Al publicarse Los detectives salvajes en 1998, la ola Bolaño empezó a
expandirse con un vértigo muy similar al que atraviesa su mundo narrativo. Se
nos dijo que surgía una voz nueva. Una voz original donde la erudición libresca
se mezcla con el formato de la novela negra; donde el crimen atroz cabalga al
lado del humor corrosivo, donde la marginalidad literaria se abraza a la
desesperanza política. En fin, aparecía un universo en el que sexo tórrido,
mafias tercermundistas, talleres literarios y revoluciones fracasadas se mueven
de un modo nunca visto en las ferias letradas de Hispanoamérica.
expandirse con un vértigo muy similar al que atraviesa su mundo narrativo. Se
nos dijo que surgía una voz nueva. Una voz original donde la erudición libresca
se mezcla con el formato de la novela negra; donde el crimen atroz cabalga al
lado del humor corrosivo, donde la marginalidad literaria se abraza a la
desesperanza política. En fin, aparecía un universo en el que sexo tórrido,
mafias tercermundistas, talleres literarios y revoluciones fracasadas se mueven
de un modo nunca visto en las ferias letradas de Hispanoamérica.
Se nos hizo
creer que Bolaño había llegado para ocupar el pódium que han tenido García
Márquez, Fuentes y Vargas Llosa. Y es muy posible que, en razón de su éxito
editorial, de su aceptación en las aulas académicas de América Latina, Estados
Unidos y Europa, y por supuesto del número de sus imitadores, ya esté en él.
Rápidamente se puso a Los detectives de Bolaño en la misma línea de Rayuela y Paradiso. Novelas apoteósicas en su lenguaje y su
estructura narrativa, nos explicaron claramente. Y precisaron que la enormidad
en ellas obedecía a su magistral aliento caudaloso.
creer que Bolaño había llegado para ocupar el pódium que han tenido García
Márquez, Fuentes y Vargas Llosa. Y es muy posible que, en razón de su éxito
editorial, de su aceptación en las aulas académicas de América Latina, Estados
Unidos y Europa, y por supuesto del número de sus imitadores, ya esté en él.
Rápidamente se puso a Los detectives de Bolaño en la misma línea de Rayuela y Paradiso. Novelas apoteósicas en su lenguaje y su
estructura narrativa, nos explicaron claramente. Y precisaron que la enormidad
en ellas obedecía a su magistral aliento caudaloso.
También hubo
quienes pensaron que Borges tenía en Bolaño un continuador formidable. La Literatura Nazi en América escrita
por el chileno brota, sin duda, de los primeros cuentos infames del argentino.
Pero aquí el émulo se atrevía a dar un paso adelante. Sin ningún arredro,
confabulaba su sapiencia literaria con peripecias sexuales bien condimentadas.
Y, de alguna manera, entendíamos que si Borges, por esas justificaciones
polémicas que plantean que los narradores son los autores mismos, había sido
algo así como un impotente sexual, Bolaño aparecía bastante bien plantado y
suficientemente garoso. Y cuando los premios surgieron, el Herralde y el Rómulo Gallegos, y el autor de Estrella distantese
elevó en Barcelona como el gurú mayor de la nueva narrativa latinoamericana,
comprendimos mejor el fenómeno que él y sus compinches se alistaron a
representar. Un fenómeno que consiste, palabras más palabras menos, en
construir la imagen de un continente delirante y aberrante, caldeado y
subdesarrollado, en el que el mal es casual y no causal, y muy propio para
satisfacer las angurrias del público europeo.
quienes pensaron que Borges tenía en Bolaño un continuador formidable. La Literatura Nazi en América escrita
por el chileno brota, sin duda, de los primeros cuentos infames del argentino.
Pero aquí el émulo se atrevía a dar un paso adelante. Sin ningún arredro,
confabulaba su sapiencia literaria con peripecias sexuales bien condimentadas.
Y, de alguna manera, entendíamos que si Borges, por esas justificaciones
polémicas que plantean que los narradores son los autores mismos, había sido
algo así como un impotente sexual, Bolaño aparecía bastante bien plantado y
suficientemente garoso. Y cuando los premios surgieron, el Herralde y el Rómulo Gallegos, y el autor de Estrella distantese
elevó en Barcelona como el gurú mayor de la nueva narrativa latinoamericana,
comprendimos mejor el fenómeno que él y sus compinches se alistaron a
representar. Un fenómeno que consiste, palabras más palabras menos, en
construir la imagen de un continente delirante y aberrante, caldeado y
subdesarrollado, en el que el mal es casual y no causal, y muy propio para
satisfacer las angurrias del público europeo.
¡Ave Bolaño!,
se empezó a exclamar cada vez que salían como de un sombrero de mago, aunque
sería mejor decir de editor, la serie de sus novelas póstumas. Y la exclamación
sonaba con más ímpetu al saber que un poeta marginal, un errabundo oscuro sin
procedencias familiares conspicuas, emergido de una de clase social baja, era
el nuevo camaján de nuestra narrativa. Narrativa, como bien se sabe, pródiga en
zalamerías de diplomacia y herencias culturales de familias prósperas. Y,
además, estaba Flaubert. Porque Bolaño también tenía algo del huraño francés.
Porque Bolaño, eso se dijo aquí y allá, era una milagrosa síntesis de todos. De
los escritores franceses, por ejemplo, tenía demasiado. Era descendiente digno
de los poetas malditos. Y en sus obras hay desparramados homenajes a bardos
vanguardistas y a escritores galos pertenecientes a la resistencia durante la
Segunda Guerra Mundial.
se empezó a exclamar cada vez que salían como de un sombrero de mago, aunque
sería mejor decir de editor, la serie de sus novelas póstumas. Y la exclamación
sonaba con más ímpetu al saber que un poeta marginal, un errabundo oscuro sin
procedencias familiares conspicuas, emergido de una de clase social baja, era
el nuevo camaján de nuestra narrativa. Narrativa, como bien se sabe, pródiga en
zalamerías de diplomacia y herencias culturales de familias prósperas. Y,
además, estaba Flaubert. Porque Bolaño también tenía algo del huraño francés.
Porque Bolaño, eso se dijo aquí y allá, era una milagrosa síntesis de todos. De
los escritores franceses, por ejemplo, tenía demasiado. Era descendiente digno
de los poetas malditos. Y en sus obras hay desparramados homenajes a bardos
vanguardistas y a escritores galos pertenecientes a la resistencia durante la
Segunda Guerra Mundial.
Pero si
Flaubert revisaba hasta el cansancio y no publicaba lo que creía incompleto,
Bolaño se mostraba desdeñoso con las labores de la corrección. Y su escritura
se caracteriza, ciertamente, por una desidia que salta a los ojos. Como muestra
este botón: “Un día se disgustó con mi amiga porque supo que era mi amiga o tal
vez se acostó con mi otra amiga y ésta le dijo so tonto ¿no te has dado cuenta
que la amiga de Guillem es suamiga?” O este otro: “…cerraba los ojos y
pensaba en todo lo que había pasado esa noche, todas las cosas violentas y
luego todas las cosas bonitas y cómo las cosas bonitas se habían impuesto a las
cosas violentas y eso sin ni siquiera haber tenido que volverse violentas,
digo, las cosas bonitas…”Los detectives salvajes,
no es blasfemia afirmarlo, está tachonado de genialidades de este orden. Ahora
bien, frente a lo que se debía o no publicar, se argumentó que el autor de Amuleto pensó en su familia que se iba a
quedar sin estipendios. Por ello ordenó a su editor editar postreramente todos
sus manuscritos. En fin, todo padre tiene derecho a pensar en el futuro de su
prole, no faltaba más, e introducirse en ese saco es ocuparse de asuntos
extraliterarios.
Flaubert revisaba hasta el cansancio y no publicaba lo que creía incompleto,
Bolaño se mostraba desdeñoso con las labores de la corrección. Y su escritura
se caracteriza, ciertamente, por una desidia que salta a los ojos. Como muestra
este botón: “Un día se disgustó con mi amiga porque supo que era mi amiga o tal
vez se acostó con mi otra amiga y ésta le dijo so tonto ¿no te has dado cuenta
que la amiga de Guillem es suamiga?” O este otro: “…cerraba los ojos y
pensaba en todo lo que había pasado esa noche, todas las cosas violentas y
luego todas las cosas bonitas y cómo las cosas bonitas se habían impuesto a las
cosas violentas y eso sin ni siquiera haber tenido que volverse violentas,
digo, las cosas bonitas…”Los detectives salvajes,
no es blasfemia afirmarlo, está tachonado de genialidades de este orden. Ahora
bien, frente a lo que se debía o no publicar, se argumentó que el autor de Amuleto pensó en su familia que se iba a
quedar sin estipendios. Por ello ordenó a su editor editar postreramente todos
sus manuscritos. En fin, todo padre tiene derecho a pensar en el futuro de su
prole, no faltaba más, e introducirse en ese saco es ocuparse de asuntos
extraliterarios.
Digamos pues,
aunque sea brevemente, algunas apreciaciones sobre la saga detectivesca de
Bolaño. La novela que, según muchos ha partido, y una vez más, la fragmentada
historia de la literatura latinoamericana. En primer lugar, no creo que sea una
obra maestra. Las obras maestras son aquellas representaciones artísticas que
no se marchitan en tan poco tiempo. En literatura son las obras que dejan la
sensación de que todo está acabado con justeza y ocasionan en el lector esa
inolvidable sensación de plenitud dolorosa. A Los detectives salvajes los
atraviesa, en realidad, un trazado basto. El coloquialismo juvenil que lo
nimba, su inclinación por los malabares sexuales y los mundos podridos, la
torna irreverente acaso, pero también pobre en precisión, repetitiva, tediosa,
insulsa. Su parte central, aquella que está conformada por muchísimos
testimonios sobre los avatares de esos dos personajes medio oscuros y bastante
planos –Ulises Lima y Arturo Belano- es excrecéntrica. Es, si se quiere
representar con los códigos del real visceralismo, códigos que vienen en línea
recta del sombrero-serpiente de El Principito de
Exupéry, algo así como un par de líneas cortas separadas por una abrumadora
giba.
aunque sea brevemente, algunas apreciaciones sobre la saga detectivesca de
Bolaño. La novela que, según muchos ha partido, y una vez más, la fragmentada
historia de la literatura latinoamericana. En primer lugar, no creo que sea una
obra maestra. Las obras maestras son aquellas representaciones artísticas que
no se marchitan en tan poco tiempo. En literatura son las obras que dejan la
sensación de que todo está acabado con justeza y ocasionan en el lector esa
inolvidable sensación de plenitud dolorosa. A Los detectives salvajes los
atraviesa, en realidad, un trazado basto. El coloquialismo juvenil que lo
nimba, su inclinación por los malabares sexuales y los mundos podridos, la
torna irreverente acaso, pero también pobre en precisión, repetitiva, tediosa,
insulsa. Su parte central, aquella que está conformada por muchísimos
testimonios sobre los avatares de esos dos personajes medio oscuros y bastante
planos –Ulises Lima y Arturo Belano- es excrecéntrica. Es, si se quiere
representar con los códigos del real visceralismo, códigos que vienen en línea
recta del sombrero-serpiente de El Principito de
Exupéry, algo así como un par de líneas cortas separadas por una abrumadora
giba.
Su propuesta
polifónica, por otra parte, no es del todo eficaz. Esas voces hablan más o
menos igual. Las gringas, las francesas, los mexicanos, los chilenos, los
judíos mexicanos, los guatemaltecos, los austriacos, los peruanos, los
catalanes, tienen la misma tonalidad, el mismo humor flojo, la misma desazón
existencial cansina, y todo esto se expresa con acentos que caen en la
monotonía y, por tal razón, no son del todo convincentes. El lector termina
sintiendo, por allá en la página trescientas y pico, que ha caído en el regodeo
verbal, en esas ganas, muy bolañudas por cierto, de contarlo todo, y en la
faena excesiva que no parece jamás finalizar. De tal manera que, terminada tal sección
encumbrada, uno queda como esos corredores maratónicos que llegan a la meta con
el corazón en la boca, las manos pidiendo el aire, y las piernas temblantes, no
de emoción sino de mera lasitud.
polifónica, por otra parte, no es del todo eficaz. Esas voces hablan más o
menos igual. Las gringas, las francesas, los mexicanos, los chilenos, los
judíos mexicanos, los guatemaltecos, los austriacos, los peruanos, los
catalanes, tienen la misma tonalidad, el mismo humor flojo, la misma desazón
existencial cansina, y todo esto se expresa con acentos que caen en la
monotonía y, por tal razón, no son del todo convincentes. El lector termina
sintiendo, por allá en la página trescientas y pico, que ha caído en el regodeo
verbal, en esas ganas, muy bolañudas por cierto, de contarlo todo, y en la
faena excesiva que no parece jamás finalizar. De tal manera que, terminada tal sección
encumbrada, uno queda como esos corredores maratónicos que llegan a la meta con
el corazón en la boca, las manos pidiendo el aire, y las piernas temblantes, no
de emoción sino de mera lasitud.
El tiempo es el
que dirá la última palabra sobre la vigencia de la salvaje novela de Roberto
Bolaño. Ahora parece ser el emblema mayor de las jóvenes generaciones y ellas
la siguen como, en cierta época, se iba con frenesí tras las andanzas
psicodélicas de Andrés Caicedo. Entre tanto, a la espera de que pasen las
veleidades de la recepción literaria, volvamos a las obras que salen ilesas de
las lides de la relectura.
que dirá la última palabra sobre la vigencia de la salvaje novela de Roberto
Bolaño. Ahora parece ser el emblema mayor de las jóvenes generaciones y ellas
la siguen como, en cierta época, se iba con frenesí tras las andanzas
psicodélicas de Andrés Caicedo. Entre tanto, a la espera de que pasen las
veleidades de la recepción literaria, volvamos a las obras que salen ilesas de
las lides de la relectura.