y Letras.
los grandes, pese a su metro sesenta, que no pudo superar en toda su
existencia; y yo, del otro grupo. Nadie sabía que significaba
correspondía, era un misterio que nadie lograba develar. ¿Quizás Carlos o
Calixto? Desde la preparatoria demostró su espíritu negociante, intercambiaba
unos boliches, por una coca, luego está por unos chicles; continuaba obteniendo
chocolates y al final los vendía. Se mostraba radiante, sus cachetes se
inflaban de felicidad. Mal deportista, ya algo obeso, había que colocarlo de
portero, y el partido se convertía en una coladera de goles.
enseñarles un árbol genealógico que lo enraizaba con nobles españoles. Papá
sonreía socarrón cuando le contaba la telaraña que dilucidaba el gran
misterio americano, saber sus conexiones con la madre patria.
a la peluquería, sus revistas y al cotorreo. Pronto se casaron. Una prole
agració el hogar creado por Pedro C.
el personaje del proceso de Kafka, Josep K.
convirtió en millonario. Aficionado a los toros se ubicó en lugar privilegiado
de la plaza, para vitorear el triunfo sobre la muerte de Manolete, de Dominguín
y otros famosos diestros como Carlos Arruza. Entre toro y toro bebía cantidades
descomunales de manzanilla y luego invitaba a sus amigos, más de una veintena,
a celebrar en una tasca vecina. La cuenta crecía, igual que las cantidades
exorbitantes de alcohol, semana a semana y el anfitrión parecía no importarle.
dinero se había acabado. Como si fuera poco, la costeña estaba harta del tufo,
las trasnochadas, y los días de genio inaguantable producto del guayabo. Pedro
C. salió con una pequeña maleta rumbo a un barrio popular, su dinero apenas le
alcanzaba para pagar un cuarto sucio, maloliente, sin baño privado, en una casa
de inquilinato. La universidad de la pobreza le resultaba imposible y sentía
dolores en el estómago producto del hambre. Recurrió a un amigo quien lo empleó
en una de las pocas cosas que había aprendido en su casa, de Eliezer, el
chofer, a conducir. Más tarde lo ubicó en un taxi y pudo con algo de disciplina
adquirir el primero de seis. Con esa flota se sentía como un almirante y pronto
cambió de barrio.
para Europa, adoptado. Sin idioma, hablan en inglés, con el paquidérmico y
arrevesado de Pedro C. El chofer de taxi los llevaba a las casas de cambio y
cobraba por las diligencias. Una noche, en esos instantes de vigilia, entre las
nebulosas de las pesadillas, el teatro de sus personajes, se le ocurrió una
idea; pondría su propia casa de cambio. Lo que hizo. Y pronto se convirtió en
gran aliado de los lavadores de activos. El dinero le llegaba como
espuma, un día le aparecieron dos personajes, tenían un negocio monumental, darle
visos de honestidad a varios millones de dólares. Pero eso había que hacerse en
centro américa. Pedro usó por primera vez algo de ingenuidad y aceptó
partir con pasajes y viáticos. En el aeropuerto lo esperaba, no la
bonanza, sino agentes de Usa. Pronto le obsequiaron doce años de cárcel. Logró
con espíritu mercantil instalar máquinas tragamonedas en la prisión.
abolengos.
recinto carcelario. Si me lo encuentro quizás no resistiría la curiosidad y le
preguntaría: ¿Hombre, Pedro, no crees que ha llegado el momento que me develes
a que nombre corresponde la misteriosa letra C.?