Un café en Buenos Aires

No. 6.466, Bogotá, Miércoles
7 de Agosto del 2013
Muchos van hacia la verdad
por los caminos de la poesía. Yo llego a la poesía, por los caminos de la
verdad.
Joseph Joubert
Un
café en Buenos Aires
Por:
Pablo Di Marco
Hoy:
Laura Massolo/Parte I
   Más allá de algunas excepciones (como la
publicación de la primera edición de Cien años de soledad en una editorial de
Buenos Aires tras haber sido rechazada en España), los lazos entre las letras
colombianas y argentinas nunca fueron todo lo fluidos que debieran. Por lo
tanto, lo primero que hice al enterarme de que la escritora argentina Laura
Massolo había sido invitada a dictar talleres en Neiva, fue contactarla para
que comparta con nosotros sus expectativas ante tal viaje.
—Me alegra
que te hayan invitado a Colombia, Laura. No dudo de que vas a ser muy bien
recibida y que vas a vivir una gran experiencia. ¿Cómo surgió la posibilidad
del viaje?
LAURA:
Hace unos años supe que en los talleres de RENATA (Red nacional de talleres
literarios) se había analizado mi cuento “La otra piedad”. Me puse en contacto
con Betuel Bonilla Rojas para agradecerle que hubiera elegido mi obra. Desde
entonces, surgió entre los dos una linda amistad que, aun hoy, nos permite un
constante intercambio de ideas y puntos de vista sobre el cuento.
Betuel
tuvo la generosidad de promover la lectura de otros cuentos míos en sus
talleres y me invitó a participar en “La voz de los maestros” en su libro El
Arte del Cuento, uno honor que supongo acrecentado por el afecto.
Poco
después, viajó a un congreso de narrativa en Buenos Aires. Ahora ha sido el
generador de esta linda experiencia que me espera en Colombia.
—¿Qué
expectativas te despierta el viaje?
L:
Muchas. Por supuesto, no voy a dejar de mencionar la de conocer paisajes
extraordinarios; pero este viaje representa, sobre todo, la posibilidad de
continuar este intercambio, contactar con colegas, leer nuevas obras, traer
libros.
Tanto
Betuel como yo fuimos invitados, en 2012 y 2013, respectivamente, a la Northeastern Illinois
University, donde nos abrazó el interés y el respeto de los alumnos de la
cátedra “Latinamerican Short Story”. (Vínculos maravillosos que se tejen a
través de los cielos de América: en Buenos Aires tuve la oportunidad de lograr
que Betuel y Carlos Ospina, dos colombianos adoradores de las letras,
estrecharan sus manos y formaran el puente entre Chicago y Neiva, con vinos
argentinos y jugosas carnes para celebrar el encuentro).
Esta
sensación de que algo que nos apasiona, como la literatura, nos pueda
transportar por el mundo, es inigualable. De alguna manera, justifica lo mucho
que trabajamos en la investigación del género.
—Dejando
de lado a García Márquez, ¿qué sabés de literatura colombiana?
L:
Menos de lo que quisiera, sin duda, y una de mis expectativas es armarme de los
elementos prácticos que me faltan para traer a mi país un esquema más completo
de la síntesis que expongo en mis talleres sobre la literatura colombiana: sus
particularidades, sus profundidades y su belleza, definidas a partir de su
historia, tanto pasada como actual.
He
leído cuentos de Pablo Montoya, por ejemplo, y solo en el análisis de este
autor toco los límites de lo explicable en cuanto a potencia creativa.
A eso
voy también a Colombia, a cumplir con el sueño de contactarme con estos
escritores, a saber más, a buscar sus obras.
Claro,
por supuesto, si no hubiéramos pactado dejar de lado a García Márquez, me
permitiría agregar que sus cuentos y sus novelas constituyen un material básico
en mi tarea de coordinadora de talleres de narrativa. Pero también tendría que
contarte, a riesgo de extenderme demasiado, que soy escritora porque, en mi
casa, el entretenimiento preferido de las mujeres de la familia era leer
poemas. José Asunción Silva todavía resuena en la voz de mi abuela.
A eso
voy también a Colombia: a buscar voces que fueron y son casi mías, a
impregnarme de voces nuevas. 

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