«A la industria editorial le va a ocurrir lo mismo que a la discográfica con Internet”

Tomado de www.eldiario.es. 
El sociólogo César Rendueles critica a una generación tecnofetichista que quiere reinventar la democracia con herramientas controladas por el poder. El autor sostiene que la tecnología por sí sola no provocará cambios en las estructuras sociales si no vienen de la mano de transformaciones políticas, sociales y culturales. Lee Ciberfetichismo, el segundo ensayo de su nuevo libro «Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital». 
“No tenemos Wifi, hablen entre ustedes”. Esta frase de un cartel colgado en un bar lleva circulando por las redes sociales durante los últimos meses. Es la paradoja que constata Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital, el último ensayo deCésar Rendueles (Gijón, 1975) publicado por Capitán Swing. En él, este profesor de Sociología en la Universidad Complutense sostiene la idea contemporánea de nuestro pánico a la deliberación en común, pese a estar más interconectados que nunca y la imposibilidad de que sean las tecnologías las que por sí solas provoquen un cambio político y social. De hecho para él el 15M fue un movimiento basado en algo muy poco tecnológico como fueron las asambleas populares. En el libro hace un repaso por las guerras del copyright y el copyleft y critica las estrategias de los Gobiernos para que sea la industria privada la que gestione los contenidos culturales valiosos cuando deberían formar parte del universo público. Una mirada distinta al cibercapitalismo y un rechazo a los que creen que Facebook, Twitter, Amazon o Google transformarán nuestro mundo a mejor. Una utopía que como todas, según Rendueles, está condenada al fracaso. 
-En ‘Sociofobia’ desarrollas una teoría de la que llevamos un tiempo hablando: estamos muy comunicados, pero cada vez nos comunicamos menos entre nosotros. 
-Llamo sociofobia a nuestro pánico a la deliberación en común. La valoración que hacemos de nuestro sistema político como económico es catastrófica. Y, sin embargo, nos resulta extremadamente difícil pensar en acometer transformaciones de esos dos ámbitos. Y no tanto porque nuestros enemigos sean poderosos, sino porque no nos creemos capaces de ponernos de acuerdo o de gestionar nuestros conflictos. Llamo sociofobia a ese vértigo que nos produce la posibilidad de la democracia. Me da la sensación de que se ha generalizado un discurso que antes, en el siglo XIX, tenían las élites que consideraban que la posibilidad de que los trabajadores accedieran a las instituciones políticas era peligrosísimo. Creo que hoy hemos internalizado ese discurso. No somos capaces de deliberar en común. 
-Pero este análisis choca con las manifestaciones en pos de una democracia participativa, con las actividades en pos del procomún y con las críticas, precisamente, a la democracia representativa y al funcionamiento que tenemos, en definitiva, del sistema político actual. 
-Sí, pero todos esos discursos son el fondo muy atávicos. Se remontan a prácticas muy antiguas, no encuentran modelos en nuestra cotidianidad más inmediata. Toda la tradición emancipatoria del siglo XX tenía sus propias prácticas cooperativas. Ahora necesitamos buscar ejemplos en el bazar persa. Y eso indica que tenemos un problema para pensar cómo realmente queremos cooperar. 
-Pero Internet y las redes sociales también están mostrando nuevos modelos de cooperación, aunque en tu libro te muestras bastante escéptico ante este fenómeno. 
-Yo no soy tan optimista con esto. Muchas veces Internet no hace que acometamos más acciones conjuntas, sino que hace que no nos importe hacer acciones juntos. Muchas veces creemos que estamos haciendo cosas juntos cuando lo que hacemos es hacer cosas a la vez, y eso es diferente. Lo que hacen las redes sociales ahora me recuerda a lo que hacía el valium en los años cincuenta, es decir, tienen una cierta capacidad para apaciguar. Por supuesto, son una herramienta de comunicación estupenda y las uso, pero creo que muchas veces hay un tecnoutopismo extraño que es poco realista, porque además es muy hegemónico. Y creo que el discurso del poder incide mucho en eso. La única solución que se nos propone es la economía del conocimiento, algo que básicamente no existe, pero es un mantra. En ese sentido me parece que hay una cierta solidaridad entre ciertos discursos antagonistas muy ciberutópicos. 
-Precisamente ha sido la izquierda la que más se ha apropiado de este discurso. ¿Una equivocación? 
-Sí, y es llamativo. Yo he participado de esto también, pero creo que ninguna tecnología, ninguna red social nos va a librar de acometer esos desafíos que en el fondo son políticos. Tenemos que buscar las instituciones necesarias para acometer los cambios que necesitamos. Ninguna tecnología nos va a librar de ese vértigo de ponernos de acuerdo. 
-En el libro dices que “los cambios tecnológicos no influyen en las estructuras sociales”, pero lo cierto es que desde la revolución industrial las estructuras han cambiado. 
-Yo me eduqué en la tradición marxista y para un marxista la tecnología es crucial. Lo que no genera la tecnología son cambios automáticamente. Pensar eso me parece muy ingenuo. La tecnología es esencial, pero combinada con otras transformaciones sociales, políticas y culturales. Desde mi punto de vista la tecnología saca a la luz posibilidades enormes de emancipación, pero para aprovecharlas tiene que haber cambios políticos, sociales y culturales. Se habla mucho de la importancia de las redes y cómo están cambiando los contactos, pero lo que está pasando es precisamente lo contrario: los contactos cara a cara cada vez son más valiosos y cada vez son un bien más escaso. Y, además, los están dominando las élites. Es decir, aunque hayas mandado un curriculum a una cuenta de recursos humanos corporativa, el que conoce al director de recursos humanos es el que tiene ventaja. Por tanto, la idea de que se están generando nuevas formas de sociabilidad tiene algo de verdad, pero también hay que relativizarlo mucho. 
-De hecho, hay otro discurso en tu libro donde criticas que, a pesar de estas redes, cada vez somos más individualistas puesto que el contacto en las redes sociales es muy frágil. De hecho, quién conoce, por ejemplo, a todos sus seguidores en Twitter. 
-Yo no tengo nada en contra del individualismo ético. Me parece una herencia muy valiosa de la modernidad. Y tampoco soy una persona particularmente sociable. Lo que yo creo es que el individualismo y la fragmentación social son dos cosas diferentes. La fragmentación social es esa sensación de que nuestras vidas no tienen ninguna coherencia y son un mero deambular de aquí para allá sin tener la capacidad para dotarlas de un cierto sentido. A veces las redes sociales nos transmiten la sensación de que están solucionando ese problema, pero yo creo que no es real. 
-Es más, según tu teoría, las redes sociales, Internet, no están revalorizando el discurso político sino mitigándolo, aunque lo cierto es que Twitter a veces parece un foro enfurecido hablando de política al que se suman los comentarios a los artículos en los medios digitales. No sé si la palabra justa es “mitigar” o “banalizar” el discurso político. 
-Sí, sí, sin duda, pero los efectos prácticos son escasos. Hay dos cosas que se confunden. Internet es muy eficaz cuando la gente sale a la calle, pero no para sacar a la gente a la calle. Los efectos para movilizar a la gente son escasos y a menudo tiene efectos desmovilizadores. 

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