Por: Luis Condori / Tomado de La República / Perú.
«Una manía siempre es más visible si se dibuja sobre fondo blanco». Esta frase pertenece a la primera novela del escritor Carlos Fonseca (San José, Costa Rica, 1978). Una novela cuyo nombre contrasta lo duro de la vida con lo sensible que podemos ser.»Coronel Lágrimas», una historia que se mece en la memoria de un personaje ya en sus últimos años de vida, que recorre por los recuerdos más hondos para llenar una hoja en blanco, una hoja del cual Fonseca ha sido testigo.
-¿Has leído mucho a Juan Ruiz de Alarcón, a Francisco de Quevedo, a Baltasar Gracián?
-Fíjate que de los tres autores que mencionas, solo he leído a Quevedo y a Gracián. De los dos, el que más influencia tuvo, ya que lo leí más recientemente, fue Gracián, de quien leí su libro sobre el concepto. Fue un libro, Arte de Ingenio, que me marcó mucho, por la propuesta de una suerte de teoría del aforismo o de la sentencia. Cuando escribía la novela, sobre todo en las secciones en donde propongo pequeñas sentencias a modo de placeres, pensaba mucho en Gracián.
-Justamente, el tema de los aforismos es lo que más el lector puede encontrar en tu novela. ¿Cuánto costó insertarlos en la historia, porque no es nada fácil que sean entendibles a la primera leída?
-Me parece muy buena la observación. Quería escribir una novela que trabajara la forma un tanto caprichosa bajo la cual construimos historias hoy en día, en la época de Wikipedia e Internet. Quería escribir una novela que fuera algo parecido a un rompecabezas. Una novela que nos fuera dando pequeñas piezas que fueran construyendo una imagen mayor. Creo que en este sentido, era necesario que los aforismos o las pequeñas sentencias, parecieran por un lado arbitrarias y por otro fueran ilustrando poco a poco su necesidad. Creo que lo que me ayudó a insertarlas fue ubicar toda la acción de la novela en un espacio y tiempo específicos: un día en la vida del coronel.
-Faulkner decía que había que mandar al lector al diccionario, ¿tú quieres enviar al lector a Wikipedia?
-Buenísima. Faulkner es mi escritor favorito y justo pienso que la grandeza de Faulkner recae en forzarnos a pensar que significa narrar. En «Mientras Agonizo» narra la misma historia tres veces y te quedas pensando en la forma en que lo hace ver distinto. Justo me gusta lo que tu dices, no tanto enviar al lector al diccionario sino hacerlo reflexionar sobre las maneras en las que experimentamos la historia y lo histórico en la época de Wikipedia. Algo que, claro está, ya exploró Borges y antes que Borges, Flaubert con su novela póstuma «Bouvard y Péchucet».
Ahora, en la novela también se puede uno encontrar con escenas cinematográficas, con cuadros muy descriptivos. ¿En qué consistió ese proceso?
-La novela parte de un acercamiento cinematográfico. Un día se me ocurrió el primer párrafo y me quedé pensando en la forma en que parecía como si una cámara acercara en un primer plano al protagonista. Algo parecido, en cierto modo, a otro de nuestros géneros populares más visto: el reality show. Me dije que sería interesante ver hasta dónde me podía llevar esa estrategia narrativa. Nueve meses más tarde tenía la novela. Me interesaba, de cierta forma, el carácter impersonal que da la cámara cinematográfica. Me interesaba construir una novela que estaba narrada por el nosotros plural del público lector.
-Y que también involucras los símbolos, que en un momento hace que te detengas a preguntarte qué hay detrás de todo. ¿Eso también fue tu propósito?
-La novela está basada, como sabes, en la vida del matemático francés Alexander Grothendieck. Entre las alocadas teorías de Grothendieck, tal vez la más poderosa era una teoría llamada teoría de las categorías -un intento por formular, a partir del simbolismo matemático, un lenguaje universal. Me intereso el proyecto por su costado quijotesco. Así fue que decidí narrar su vida y un día me topé con la ecuación que aparece en la novela. Aunque no la entendía, me fascinó, pues me pareció que era una ecuación con tantos símbolos que parecía, en cierto modo, como si tuviera emoción. Me dije en ese momento que aunque un hombre intente sepultar su vida en símbolos, siempre sale a flote la emoción. La novela está narrada en un intento por sacar a flote esa vida emocional que un hombre trató de sepultar bajo símbolos.
-Claro, y que además pidió expresamente que no se difundiera, ¿no?
-Sí, es lo loco de la vida de este matemático Grothendieck. Vive muchísimos de los grandes eventos del siglo XX y un día decide convertirse en un ermitaño. Prohíbe la publicación de su obra y se niega a ver a nadie. Esa actitud me fascina y me parece muy representativa de lo que fue el siglo XX: un siglo que comenzó políticamente muy activo y terminó enclaustrado sobre sí mismo, paralizado en cierta medida. Escribí la novela, hay que decirlo, mientras Grothendieck vivía, con el miedo de que se enterara. Y justo cuando estaba lista para ser publicada, murió, lo cual me produjo una sensación muy extraña.
-Maximiliano Cienfuegos. Este personaje es como la sombra del coronel. Es quien toma lo que escribe. ¿Es tu álter ego?
-Me gusta mucho esa hipótesis. Mientras escribía la novela sentía que la novela narraba el ocaso del coronel y el levantamiento de Maximiliano. Maximiliano comienza siendo la sombra del coronel y termina convirtiéndose en su gran pesadilla, en la sombra de su conciencia política. En este sentido, siento que Maximiliano representa la forma en que América Latina se inserta en el panorama político global. Le tengo mucho cariño a ese personaje y me alegra que pienses que es mi álter ego. Lo es. Y siento que en algún modo es el alter ego de todo lector que se adentra en la novela y al adentrarse en ella se involucra con las teorías megalomaniacas del coronel.
-Es una pregunta que normalmente se hace al principio, pero lo haré ahora, casi al final, para ser un poco como tu libro. ¿Qué es la literatura en sí: un modo de vida, una catársis, un oficio, un negocio?
-Siento que la literatura es el intento de darle forma a la experiencia. Muy en particular, yo imagino la literatura como un intento por darle sentido al sinsentido, la pasión o a la obsesión. Así es que imagino mi novela: como un intento por llegar a entender a un hombre con un proyecto alocado. Un intento por entender a un hombre que muchos llamarían un loco. Me gustan las novelas que nos hacen ver con nuevos ojos a seres extraños. Desde «El Quijote» hasta el «Coronel Sutpen» de Faulkner, abundan los proyectos alocados en las novelas. Me gusta pensar en la literatura que proviene de esa tradición.
-Y dentro de esa tradición está Ricardo Piglia. Qué gran responsabilidad es que te considere como su alumno favorito y el más aplicado, ¿no? Creo que no se atrevería a lanzar a alguien a ojos cerrados.
-Claro, a Piglia le interesa mucho ese tipo de personajes: Macedonio Fernández, Luca Belladona, Borges. Sí, es una gran responsabilidad y un gran honor que dijese eso de mí. Se lo dijo a Herralde, el editor, luego él me lo comentó. No cabe duda de que es una novela que le debe muchísimo a Piglia. Justo ahora ando leyendo los «Diarios», que saldrán muy pronto y encuentra sus huellas por todas partes en mi novela. En fin, un gran honor. Ojalá con las próximas novelas logre validar en parte su comentario.