“En ninguna otra parte tengo las raíces tan hondamente
echadas como en Colombia”.
Carta de Carlos
Pellicer a Germán Arciniegas. México, 12 de marzo de 1946.
Henríquez Ureña, “humanista latinoamericano por excelencia” (según Carlos
Monsiváis), antes de la Revolución mexicana, aquel país vivía bajo una
organización medieval de la sociedad y una idea medieval de la cultura: en la
pintura, la arquitectura, la literatura y la escultura las tradiciones
mexicanas habían sido olvidadas, lo que hacía necesario promover y recuperar el
espíritu creador, prefiriendo temas y materiales nativos en las artes y las
ciencias, especialmente en la literatura. Para él, la Revolución ejerció un
extraordinario influjo sobre la vida intelectual y todos los órdenes de
actividad en ese país, uno de cuyos efectos fue la creación de la Escuela de
Altos Estudios (1910) con los cursos de Humanidades y Ciencias (posteriormente
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México),
la Universidad Popular Mexicana (1912) y la Difusión Cultural de la UNAM (1921).
Articulado con el proceso prerrevolucionario, surgió el Ateneo de la Juventud
como institución promotora de una educación popular y un proyecto intelectual
que impulsaran la discusión crítica, recuperaran el espíritu creador mexicano y
dieran fuerza a lo nacional (1).
1909 como proyecto de renovación y reconstrucción intelectual del país, del
Ateneo hacían parte intelectuales de diversas áreas (literatura, música,
pintura, arquitectura y otras) como AntonioCaso, Pedro Henríquez
Ureña, Alfonso Reyes, Julio Torri, José Vasconcelos, Diego
Rivera, Martín Luis Guzmán y Ricardo Arenales (2) entre un extenso
listado de integrantes. Esta institución da “forma social a una nueva era de
pensamiento” y renueva el sentido cultural y científico de México (3) al
retornar al humanismo, y descubrir y hacer circular autores clásicos.
del trabajo realizado por los ateneístas, el entonces presidente Venustiano
Carranza (1917 – 1920) designó a algunos representantes de la Federación de
Estudiantes de México para recorrer varios países suramericanos y llevar la voz
del proyecto de renovación social y cultural que se proponía desde el país el norte.
El ideal que subyacía a esta idea era, a través de la creación o consolidación
de grupos de estudiantes, unificar América Latina para distanciarla del
anquilosado pensamiento poscolonial y promover −¿por qué no?− una segunda independencia,
ahora no de reyes, coronas y territorios, sino de identidad. Se trataba, en
fin, de crear entre todos el verdadero sentido de lo que somos.
de unir a la desorientada y desunida masa estudiantil colombiana (4) fue el
político y poeta tabasqueño Carlos Pellicer. Siendo un joven de veinte
años, arribó a Bogotá a finales de 1918 y prolongó su estadía hasta 1920, con
el objeto de crear una agrupación similar en la tierra del café. Así lo
describe su compatriota Juan José Arreola:
adolescente, ya está en Colombia y en Venezuela tomado posesión de los paisajes
y de los hombres que serán los futuros temas de su poesía. Sus amores de
juventud, y de toda la vida, son ya Bolívar y los Andes, Morelos y
el Vale de México, el Amazonas, Uxmal y el Tequendama” (5).
el Colegio Mayor del Rosario y aprendiendo de su profesor Tomás Carrasquilla,
entra en contacto con la joven intelectualidad de la capital, entre ellos Germán
Arciniegas y German Pardo García. Ambos, seducidos por la
propuesta carrancista de la que Pellicer era portavoz y apasionado
capitán, se hicieron grandes amigos del mexicano.
instalado en el hotel de la familia Martí y luego en una buhardilla del
Edificio Liévano, este último fue su hogar transitorio y punto de encuentro de
un nutrido grupo de intelectuales que pensaban en una América Latina más grande
y vigorosa. En largas tertulias conversaba con Juan y Carlos Lozano, Augusto
Ramírez Moreno, los poetas Rafael Maya (a quien llamaba
afectuosamente “Conde Arrobas”), Luis Vidales y León de Greiff.
Eran los días en que se dejaba retratar por el maestro Gustavo Arcila Uribe.
ventana de su guarida (así la llamaban él y sus compinches) veía la estatua de
uno de sus grandes héroes, el Libertador Simón Bolívar, cuando se
celebraba el primer centenario de nuestra independencia, y cuyo bicentenario
festejamos en 2019. Al Grande Hombre le dedicó numerosos versos como este:
escultor desta América], el hondo corazón
veinte Repúblicas atentas a tu brazo
mostrarle al mundo tu milagro de Amor (6).
que describían América Latina en sus territorios geográficos pero también en la
lucha de su historia descarnada y cruda. Una historia de libertad que debía
continuarse con la loca fe de triunfar, palabras que pone en boca de Bolívar
en el poema “Romance de Pativilca”. Su afinidad con las ideas del prócer
venezolano lo impulsó y dio sentido a su empresa educativa, comprendiendo la
importancia de los estudiantes de este lado del continente: “América necesita
grandemente de su juventud” dijo, retomando las palabras de José Enrique
Rodó. En su entusiasmo por Bolívar coincidió con su compatriota, el
poeta, periodista y diplomático José Juan Tablada, reconocido como el
iniciador de la poesía moderna mexicana, y quien llegó a Bogotá en 1919 como
secretario de la Legación de México en Colombia. Vinculados por su interés por
el paisaje y la pasión bolivariana, Tablada fungió como maestro cuya
influencia y aguda crítica dieron la forma inicial a la estética de Pellicer.
sus noches lo inspiraban. Las campanas de la Catedral Primada, melancólicas,
también merecieron algunos versos:
de las ocho y media
catedral de Bogotá,
el reloj en la Edad Media
a rezar (7).
en Bogotá produjo una obra profusa, de la que destacan poemas como “Cuatro estrofas”
y “Homenaje a Amado Nervo”. Nunca se reservó su admiración por José
Asunción Silva y en una carta a José Gorostiza le cuenta que
su admirado poeta estaba siendo olvidado en el cementerio de los suicidas.
altura y el malestar que esta trajo consigo, Tablada debió trasladarse a
La Esperanza. Pellicer fue a visitarlo y, de paso, recorrió los paisajes
cundinamarqueses y boyacenses que luego pintaría (como lo señalaría Juan
Lozano y Lozano en artículo “Carlos Pellicer y Cámara” (8)) en
algunos de sus escritos:
que frente al Tequendama
catarata pasó por mis propias arterias,
el motor de mi ser centuplica
libertad heroica de sus ansias
enciende la voz del olvido
horas trágicas (9).
con el encanto natural del lago de Tota (Boyacá), dijo:
mis manos en el lago
quedarían azules para siempre.
paisaje es más claro
dulce paz, conmovedoramente (10).
plasmó su recuerdo de Iza:
bajo la cordillera
febrilmente como la primavera.
y sus flores
dialecto de los colores (11).
arraigo en Colombia, en 1920 Carranza le asigna la misión de crear el
germen de nuevos grupos estudiantiles en otros países. Instalado en Caracas,
extraña la fría capital y así se lo hace saber a su gran amigo Germán
Arciniegas en una carta fechada el 12 de abril de 1920: “Pero el dolor de
haber dejado a mi ciudad de Bogotá, me perseguirá siempre. Divina Bogotá de mi
alma. Ciudad de mis mejores amigos! Volveré pronto” (12).
años antes de su regreso como parte de la delegación que trajo los restos de Porfirio
Barba Jacob. Retornaba con menos quimeras pero con mayor fuerza como
verdadero poeta. Como muchos, Pellicer dejó ir la utopía; pasaron los años
y fueron muriendo sus maestros Vasconcelos, Reyes y Henríquez
Ureña. El grupo de jóvenes con ideas homogéneas fue tomando caminos
radicalmente distintos. Esa segunda independencia ya no era posible, pero dejó
gestas iniciadas en toda América Latina, como el germen que, décadas más tarde,
llevaría a la literatura latinoamericana a su mayoría de edad.
cultura mexicana en el siglo XX. México: El
Barba Jacob.
entre Carlos Pellicer y Germán
UNAM.
en Zaïteff,
Pellicer y Germán Arciniegas. México:
coloridos”. P. 47.
de Iza”. P. 47-48.
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