Por: Ricardo Bada
Dearest Miss Austen:
Pronto van a cumplirse ciento noventa años del día en que usted nos abandonó para irse a su bien ganada eternidad, y curiosamente recuerdo que hace un par de meses estuve pensando en usted, pero no a causa de esa luctuosa efeméride, sino de otra fecha cuya recurrencia anual reglamentan a partes prorrateables tanto el almanaque como la corrección política.
En un rapto de locura, el 7 de marzo pasado, la víspera del Día Internacional de la Mujer (una farsa que a usted, de seguro, le hubiese provocado una sonrisa conmiserativa), compré toda la filmografía disponible de películas basadas en sus libros. Porque ¿de qué otra mejor manera empezar el Día Internacional de la Mujer –me dije–, si no es viendo una película inspirada por la creadora de la emblemática Emma? Así las cosas, esa noche me jalé de una sola tacada el prodigio de las casi cinco horas de Orgullo y prejuicio (la serie de la BBC, 1995), y entré en la fecha celebratoria casi simultáneamente con la frase que revela la nobleza de alma de Lizzy: “Till this moment I never knew myself ”. Así es: hasta ese momento no se conocía a sí misma.
¡Y pensar que la novela fue rechazada sin ni siquiera haber sido leída, por el primer editor a quien cometió el error de enviársela el padre de la anónima autora, ofreciéndose incluso a pagar buena parte de los gastos de edición!
Usted, Miss Austen, es uno de mis autores más queridos. La he leído completa, y permítame que se lo diga sin circunloquios ingleses: la adoro. Y hay algo que usted nunca habría podido sospechar a fines del XVIII y comienzos del XIX. Que sus novelas son cinematográficas como muy pocas en la historia de la literatura. A condición, eso sí, de que las filmen compatriotas de usted, porque ellos saben hacerlo de una manera absolutamente inigualable.