El nadador en el mar secreto de William Kotzwinkle

Por: Portal web Granite & Rainbow / Navona Editorial

¿Cómo describir algo que no tiene nombre? ¿Cómo, tras el dolor punzante, seremos capaces de seguir adelante, de vivir, cuando la ausencia lo abarca todo, cuando en un solo minuto todo cambia y nos arriesgamos a caer en un pozo demasiado oscuro? ¿Cómo podemos, cuando la realidad golpea fuerte, acariciarnos, volver a sentir, reunir los pedazos que se rompieron con el silencio? No hay rincones que nos protejan de la desgracia, pero las palabras, las historias contadas, pueden enseñarnos que incluso del drama, de la ausencia, de la parte silenciada de nuestra sociedad, es posible escribirse una nouvelle tan bella como dolorosa, tan luminosa como llena de sombras, tan dura como liviana, en un ejercicio de maestría evidente.
La vida enseña a base de alegrías, decepciones, dolor y anestesias. Preparados para todo, nos inclinamos a pensar que a nosotros, que al mundo propio en el que vivimos, no pueden sucederle desgracias como las narradas en El nadador en el mar secreto. Pero aunque eso pueda parecer real, no lo es. Luchamos en el día a día, batallamos, caminamos por las escarpadas montañas de la mentira, o por el aplacador sosiego que da contar lo que sucede. William Kotzwinkle (Pensilvania 1943) consigue bajarnos de nuestro pedestal, donde nos habíamos parapetado, para traernos la historia de un matrimonio que, en un momento, lo pierden todo y tienen que hacer frente a un silencio, a un vacío, a una ausencia, pequeña pero a la vez enorme, tomando las riendas de su vida y describiéndolo todo con la más absoluta de las bellezas.
Dicen que el tiempo cura las heridas, pero en realidad sólo las amortigua. La experiencia de leer El nadador en el mar secreto convierte al lector en un espectador que entiende el dolor, que lo siente en sus carnes, y que a pesar de sus casi noventa páginas, se da cuenta que entre todo ese entumecimiento de las emociones, se esconde algo tan hermoso que es imposible no sentirse conmocionado. William Kotzwinkle nos hace vivir como nos hace leer a todos aquellos que entienden que, sin la literatura, no seríamos absolutamente nada. Sostendremos el libro, observaremos cómo el tacto de su cubierta parece el de una obra delicada, para un segundo después trasladarnos a una montaña rusa en la que nos subiremos sin poder bajarnos. Pero no una rápida, una que produzca el vértigo que equivale a gritos y a erizarse la piel, sino una lenta y aun así más peligrosa, porque nos traslada a una verdad a la que no estamos preparados para enfrentarnos. Y eso hay que descubrirlo, hay que entenderlo, una vez que el punto final haya aparecido, haya evidenciado que, al cambiarlo todo, al provocarse la ruptura con nuestra realidad, nunca sabremos de lo que seremos capaces.
La vida es un continuo de muchas preguntas y pocas respuestas. ¿Por qué a veces la realidad es tan violenta? ¿Seríamos capaces de sobrevivirnos, de permanecer incluso cuando algo tan importante se va? ¿Somos supervivientes de todo lo que nos sucede? Y acabamos por entender que no lo somos, que vivir es hacer frente al silencio, que como sucede en El nadador en el mar secreto, abrir un libro puede convertirse en la lágrima y la sonrisa que equivale a la diferencia entre estar vivo o muerto.

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