El periodista Pablo Correa se dio a la tarea de investigar los hallazgos del Neurocientífico colombiano Rodolfo Llinas que recoge en su libro Rodolfo Llinás. La pregunta difícil.
Los hallazgos científicos de Rodolfo Llinás son fascinantes y de una importancia capital para el estudio del cerebro a escala mundial. Muchos de sus descubrimientos, como el de los canales de calcio P, las propiedades intrínsecas de las neuronas (o Ley de Llinás), sus patrones de oscilación y resonancia, ya hacen parte del canon de la ciencia.
Después de cientos de horas de entrevistas con Llinás, con sus familiares, amigos y colegas, y de otras tantas en la búsqueda de archivos y álbumes familiares, Pablo Correa desmenuza para la buena comprensión de cualquier lector los hallazgos del neurocientífico colombiano más importante de todos los tiempos. También lo embarca en aquel viaje por el río Magdalena que hizo a la edad de cuatro años, y lo lleva al instante en el que presenció un ataque de epilepsia en un paciente de su abuelo: momentos que quedaron para siempre en su mente y que serían fundamentales para decidir consagrar su vida al funcionamiento del cerebro y a encontrar la respuesta a la pregunta difícil.
“La primera vez que Llinás visitó el cabo fue en 1962. Tenía 28 años. Se había graduado como médico en la Universidad Javeriana de Bogotá y luego de descartar especializarse en neurocirugía, desencantado con lo que parecía más una burda trepanación de cráneos que un intento por descubrir los insondables secretos del cerebro, había conseguido una vacante en el grupo del neurocientífico Carlo Terzuolo, en la Universidad de Minnesota, en Minneapolis. Terzuolo era un pionero en grabaciones intracelulares, una técnica que abría nuevos caminos en la comprensión del cerebro y que consistía en utilizar diminutos electrodos hechos de tubo de vidrio, mucho más delgados que un cabello, para emplazarlos dentro de una célula sin dañarla y registrar los voltajes neuronales. Era una técnica para espiar las conversaciones privadas entre neuronas.
En la primera parte del siglo XX, los microscopios de luz habían permitido escudriñar tan solo los contornos de las células y reconstruir a grandes rasgos los circuitos neuronales. El español Santiago Ramón y Cajal, un hombre difícil, arrogante y mujeriego, el gran ídolo científico de Llinás, fotografió y dibujó meticulosamente con tinta china y acuarela lo que veía a través del objetivo de su microscopio. Con la era de la electrónica y los desarrollos en física, comenzó a parecer posible entender la arquitectura y la mecánica más secreta del cerebro”.
*Texto tomado del capítulo 1 del libro.