Los escritores, los escribientes y los escribientes
Miguel Ángel Abud (Argentina)
Siete de la mañana, amanece en la Comarca. Los pájaros trinan, los gatos maúllan, los perros ladran y yo despertado por todos ellos, y por mi, que no me quiero dormir sin soñar un rato. Los tacheros de la parada sienten la profundidad de la crisis. El colectivo pasa acompañado solo por la radio. ¡Cuántas paradojas! El colectivo va solo, los tacheros comprenden la profundidad y yo que me busco en lo que escribo.
Los escritores, siendo los más sinceros, se mienten a cada párrafo, por inventar la verdad de sus sueños. Siendo (para algunos) los más perdidos, se buscan en cada texto que encuentran por sus ansias. Siendo los más sociables, son los más solitarios. Dibujan una vida que no tienen, un amor que no sienten, un sueño al que no despiertan. Siendo los más buscadores, son los que menos encuentran. Es como si el dentista tuviera caries, o el mecánico anduviera en bicicleta o dios necesitara de los creyentes para creerse. Es como si este mundo estuviese hecho para otros y no para nosotros. Nosotros, los que más queremos un mundo mejor para todos, somos los más incomprendidos por el resto. La gente dice: “es un médico”, es un “analista de sistemas”, es un “comerciante”, y el aire es importante. En cambio, cuando se refieren a un “escritor”, dicen; ¡Ah, es un escritor! Y el aire se vuelve asmático. A no ser, claro, que ese “pobre escritor”, haya vendido cincuenta mil ejemplares, y entonces pasa a ser un escritor exitoso. Entiéndase por exitoso, en Lengua Castellana-Capitalista, a tipo que nos puede sacar de un apuro si precisamos unos pesos. Pero continuemos con los “¡Ah, es un escritor”! A veces tenemos suerte y la gente lee nuestros escritos, nuestras poesías, nuestros garabatos y esbozan una sonrisa. Y me queda la duda si sonríen cómplices del texto o es una sonrisa piadosa, caritativa. Si se ríen del texto o si se ríen de nosotros mismos, con la excusa de un texto.
Algunos creen que leer o escribir es un síntoma de superioridad y así andan por la vida con ese aire de seres importantes. “¿Leíste el último de Carajin Nisaj? ¡Uh, está buenísimo! Sale 50 $ pero no te lo podes perder. En realidad, “no te lo podés perder”, porque sale 50 $, no porque Carajin Nisaj sea bueno. Algunos, los más coherentes de este subgrupo, no con tanto aire de superioridad ante los otros, sino de superioridad ante ellos mismos. Y yo digo que leer, escribir, es más bien una agonía, un padecimiento, un desasosiego, un dolor para ser feliz, una forma de agarrarse a la vida, creando vida. Y solo cuando nuestra obra está acabada podemos sentirnos, aunque más no sea por un breve espacio de tiempo, dichosos. ¿Y el resto del tiempo que? Viendo cómo los demás mortales conforman a su felicidad con una licuadora, un TV Plasma 50 pulgadas o yendo al último grito de la moda.
Podrán pensar que soy un escéptico, y no lo soy. Podrán decir que soy un nihilista y tampoco lo soy. Ni un negativo, ni amargo, ni negro, ni blanco. Veo cómo me causan placer cosas que a otros les resbala; cómo disfruto de momentos que para otros son tan poca cosa. Comprendo mejor las miradas que miro, que las palabras que escucho. Siento más profundamente las sensaciones que percibo, que el discurso que soporto. Una mirada de una simple mujer, me cautiva más que el “lomo” de la gata de turno. Un apretón de manos de un amigo sincero, más que un falso que intenta alimentar mi ego. Un acto de humanidad, más que todas las religiones del mundo.
Pero de todos los que me molestan, me molestan mucho más aquellos que hacen de esta profesión del escribir, un supermercado de palabras, una mentira dialéctica, una falsedad de estantería, un engaño en tapa dura, una hipocresía del decir.
Me molestan los vendedores de felicidad en formato autoayuda.
Me molestan los machos del verso difícil para las mujeres fáciles.
Me molestan los prestidigitadores de alcancías que te venden el confort en cómodas cuotas mensuales.
Me molestan los aseguradores de la vida eterna más allá del diezmo
Me molestan los que a la moda la visten de estilo y al estilo lo bautizan de identidad.
Me molestan los exégetas de culo ajeno, los penetradores culturales y sus cómplices inacabados y los anales del mundo globalizado de los hermanos de la coneja.
Y también, y por qué no, me molestan los estúpidos que creen que escribiendo, se va a poder cambiar algo. Esos estúpidos como yo.