Canción de la fe
Jorge Andrés Acevedo
Tratar de convencer al mundo de la inocencia
no aceptar los cargos,
caminar en filas de reos
que se aman, nadie sabe si como nosotros
o más, o creen en el amor como fuga, solamente.
Caminar con ellos, hasta donde nos lleven:
«He aquí los amantes
los ilusos. Mírenlos. Aún creen que romperán el día
con sus puños de piedra
aún esperan que la noche sea de agua
para aguantar el aire
pasándolo de boca en boca. Mírenlos
qué pobres se ven».
Caminar. Declararse inocente.
No importa que la condena entonces sea más larga
más dura. Aprenderemos a picar las rocas del desierto
miraremos la ciudad desde lejos, la ciudad ajena a nuestra plaga
libre
silenciosa, pero limpia. Sin sombras en los parques
sin jóvenes jugando en los semáforos
sin viejos descifrando la lentitud del tiempo con las manos
entrelazadas
como dos desesperados cayendo juntos
con calma. Con la resignación victoriosa de un incendio que se extingue.
Caminemos. Vamos a donde el castigo nos llame.
Hagamos caso a los hombres que nos odian.
Llevemos los males del amor a otros lugares.
Tal vez vuelvan a buscarnos. Tal vez clamen el regreso de los amantes
algún día. Tal vez nos perdonen.
Gritar la inocencia hasta el último segundo.