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Entrevista. La trilogía de una Colombia aguerrida

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Entrevista. La trilogía de una Colombia aguerrida
By Libros y Letras 17 de septiembre de 2015
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Por: Roselia Aguirre (Düsseldorf, Alemania)

“La trilogía es una historia de cómo se vive, se muere y se ama en una Colombia contemporánea, donde la violencia nos atraviesa hasta el día de hoy”, nos recuerda Marbel Sandoval Ordóñez, una autora que vive fuera del país y cuya obra trasciende.

Ríos caudalosos, montañas fértiles que se mezclan con cielos despejados y azules, y rostros sudorosos, a veces por el calor o por la alegría, marcan el comienzo y el final de una trilogía que refleja un país que lucha por dejar atrás la violencia y el horror con la única finalidad de convertirse en un referente mundial de una palabra trillada y esquiva: la paz. Así ve esta bogotana de nacimiento, pero colombiana del mundo, a su propio país en la más reciente trilogía de la historia contemporánea de su propia tierra. Marbel Sandoval Ordóñez, periodista y escritora, ha compartido desde su escritorio en Madrid un adelanto de sus dos próximas novelas.
En el brazo del río, la primera novela que dió origen a la trilogía, Paulina Lazcarro y Sierva María Malagón, dos adolescentes, se inmortalizan cuando a través de la novela se narra la vida, desaparición y muerte de una de ellas.
La amistad, el amor, el miedo y la desolación en un punto del río Magdalena dejan ver y sentir al lector lo corta que puede ser la vida y lo largo que puede ser el dolor y el sufrimiento, simplemente por estar en la mitad de un conflicto en el cual no se eligió estar. Marbel Sandoval Ordóñez consigue en El brazo del río ponerle rostro, color y vida a Paulina Lazcarro, el único cuerpo no encontrado de la masacre ocurrida en el año 1984 en la vereda Vuelta Acuña. En este hecho real fueron asesinadas ocho personas en la región del Magdalena Medio colombiano, zona marcada por la despiadada violencia de los años ochenta.
-“Lo mío es rescatar con la literatura el vivir y el morir, las dos líneas que atan la existencia, en un lugar específico que es Colombia”. Marbel Sandoval Ordóñez
-El conflicto y la esperanza viven juntas en Colombia en esta trilogía, donde en la segunda parte, con Las Brisas, la conversación entre dos mujeres, una la empleada del servicio y la otra la muy buena señora dueña de casa, nos lleva al seno de una familia campesina entre los años cincuenta y los noventa, que bien podría ser la familia de cualquier colombiano. En Las Brisas, la vida transcurre marcada por la muerte y el abandono de las tierras, unas veces forzado y en otros, voluntario, para llegar a vivir a las afueras de ciudades donde no son tenidos en cuenta y, por lo contrario, entran a engrosar la lista de “refugiados” sin nombre y sin futuro. Sus protagonistas se sienten orgullosas de tener un rancho y de vivir en la ciudad, pero el pasado y sus penas la persiguen.
Marbel Sandoval Ordóñez nos deja entrever a través de ella a esos millones de colombianos que están construyendo la historia cotidiana con un entramado social distinto porque sus vidas, en su sitio de origen, fueron truncadas. No son pocas las ocasiones en que las autoridades, los medios de comunicación y la misma población olvidan a sus muertos.
En la tercera parte de la trilogía, titulada como la protagonista: Joaquina Centeno, encontramos una madre que sufre la desaparición confusa de su hijo en el año 1982. Bogotá es el epicentro de esta historia narrada hasta los inicios del segundo decenio del siglo XXI a través de la lucha de una mujer que no se resigna a morir sin encontrar la verdad sobre la muerte de su hijo. Treinta años de su vida pasa Joaquina Centeno reivindicando el derecho a la verdad, tantos años como pasa su vida misma, mientras la justicia lenta, inexorable, sobresee a los culpables, confirma fallos, pide revisiones, deja juicios sin valor y al final, como en una rueda inalterable, inicia de nuevo todo el proceso mientras la vida misma se agota para ella.
-RA. ¿Qué tanto de fantasía, romanticismo o realidad tienen sus novelas?
En El brazo del río y Joaquina Centeno parto de hechos reales. Elijo los datos que así los ubican, así como a los involucrados, víctimas y victimarios, pero me alejo de los mismos en la medida en que construyo los personajes; les invento una vida, les doy un lugar para que puedan ser reconocidos, entendidos, si es el caso, odiados, si es necesario. Cuando pienso en mi literatura siento que recreo esa realidad como una manera de ponerle rostro a quienes somos para que no nos acostumbremos a vivir inmersos en la violencia; para que sintamos a los demás como propios y nos duela su dolor y nos alegren sus alegrías, y ojalá nazca un sentimiento de necesidad de claridad y justicia.
-RA. ¿Cómo son sus personajes? ¿Alguno la ha marcado?
-En cada novela me marca un personaje, que es el que yo elijo, pero algunos se van fortaleciendo por si mismos. Es un proceso complejo, en el que los personajes toman su propia personalidad y forma de expresarse y surgen por encima de la autora. Con Paulina Lazcarro recibí una llamada en la que una familiar cercana a la víctima verdadera me interpelaba, de alguna manera molesta, para saber de dónde había sacado tanta información respecto a ella. Le dije que no tenía ninguna distinta a saber que era una niña desaparecida en una masacre, el sitio donde sucedió y la ciudad donde había vivido, todo lo otro era mi trabajo, pero se nota que Paulina logró contarse.
En Las Brisas, Rosa y la señora, las dos voces principales con la que se cuenta la historia, por momentos quedan a un lado y se impone Elvira, la madre de Rosa, que toma mucha fuerza con los cuatro maridos que pasaron por su vida, muy marcada por la muerte. Elvira es el referente de toda la familia y su historia es una historia muy colombiana que, desafortunadamente, y con algunos cambios de escenarios, se está repitiendo porque en Colombia la violencia se ha vuelto endemia. Cuando leo que un celador, que es el encargado de cuidar una zona residencial, mata a una joven para robarla, a mí algo me dice que la violencia va más de allá de grupos y procesos de paz. Colombia necesita encontrar la manera de perdonar y de vivir porque que la muerte se ha hecho paisaje cotidiano, ha moldeado la forma de vivirse y de ver la vida. Matar está siendo fácil y lo corroboramos a diario cuando abrimos los periódicos y leemos las historias. Necesitamos reconstruirnos a nosotros mismos y para hacerlo debemos reconocernos y entender el por qué somos así. Creo que algo de lo que escribo puede darnos una mano en ese sentido.
-RA. ¿Existe alguna verdad en la historia de la violencia en Colombia? ¿Quizás alguna verdad que no conocemos?
-Hay muchas verdades. La verdad de cada uno de los que ha vivido el conflicto. Si me pone a elegir diría que lo que prevalece es una carencia de justicia y unas clases dominantes que han usufructuado a su favor sin posibilitar un desarrollo homogéneo del resto de los habitantes. Esto ha marcado diferencias sociales abismales permitiendo una creciente violencia. Luego, si se adiciona a todo esto el tema del narcotráfico, obtenemos un coctel explosivo, como lo es todo en Colombia.
La violencia, revalidada con el narcotráfico, y el dinero fácil, cultura que se instauró con él, nos ha desvirtuado de fondo y está siendo tan grave que nos ha penetrado a tal punto que nos enorgullecemos de ser reconocidos como uno de los países más felices del planeta al mismo tiempo que velamos a nuestros muertos y vivimos cada día bordeando la tenúe línea que separa la vida de la muerte, sabiendo que lo que la puede romper es algo violento. 
Ahora, todo es mucho más complejo que mi análisis, que puede ser simple. Siempre quedan cosas pendientes porque Colombia es un país donde nada es lo que parece. Por eso escribo, para bucear en quiénes somos y para contarnos como una manera de romper el hechizo de la costumbre ante la barbarie, porque si nos acostumbramos más, estamos perdidos. Al contar estas historias, al humanizarlas, al dejar en claro los odios y los amores, podremos descubrir que el otro estaba vivo y no tuvimos por qué quitarle la vida. Busco sondear nuestra alma y mirar qué nos hace ser como somos.
-RA. ¿Hay algún punto que le haga creer que esos paisajes cargados de historia violenta podrán llegar a ser remansos de paz?
-La historia de la humanidad me dice que si. Lo preocupante es que mientras en algunos sitios hay avances, en el mundo en general pareciera haber también una cultura de poco amor por la vida; a los seres humanos nos gusta tanto el amor como la guerra, y al final no sabemos qué es lo que prevalecerá. En Colombia, para hablar con un ejemplo, en los años ochenta se proyectó una autovía llamada hoy la Troncal del Magdalena Medio o Troncal de la Paz. El fondo de su construcción estuvo marcado por masacres y desplazamientos por cuenta de grupos al margen de la ley para conseguir para algunos “amos y señores” esas tierras que de la noche a la mañana se valorizaron. Muchos colonos fueron desplazados o asesinados por la ambición de otros. Políticos, grupos económicos o gente con poder han estado detrás en muchos casos. Es como una rueda… muerte, avaricia, corrupción y ante todo, falta de amor a la vida; y una falta inmensa de justicia, que es la única que podría compensar.
Mis novelas son tristes y me gustaría mucho escribir una novela donde todo terminara muy bien y precioso, pero cuando cierro mis ojos y miro la historia que me inspira encuentro sólo tragedias que empañan el amor y la vida; a pesar de ello, conservo la esperanza de que aprendamos a mirarnos para cambiar nuestra realidad: para un escritor, sus novelas son como un exorcismo; saco mis propios monstruos e intento con estas historias tocar el corazón de la gente. Si consigo que alguien, al leerme, se pregunte el por qué somos como somos…ya he cumplido.
-RA. Plantearse escribir una trilogía es un reto pero más que eso es conseguir el hilo conductor para unir tres novelas, protagonistas y escenarios sin aburrir al lector. ¿ Por qué ese reto que pocos escritores asumen ?
-La verdad es que nunca pensé en escribir una trilogía. Cada tema y cada novela ha vivido en mí durante años, las he pensado mucho y meditado. Se me ocurren muchos temas pero los temas mios viven en mí. Fui escribiendo cada novela y cuando terminé Joaquina Centeno me dí cuenta de que ella era parte de una trilogía: historias de amistad, de amor, de familia contadas con el trasfondo de la violencia política, y proyectados desde hechos sucedidos. Los hechos de En el brazo del río los cubrí como periodista; Joaquina Centeno es parte de hechos acaecidos en los años ochenta que marcan este país y que hoy pocos recuerdan y muchos hasta han olvidado; Las Brisas recoge las miles de historias que he oído a lo largo de mi vida sobre las familias campesinas a las que les tocó vivir la violencia de los años cincuenta y las posteriores. A todas las recojo y las condenso en una familia que invento.
Lo que sí sé es que en todas prevalece la voz de las mujeres que queremos contar y contarnos. Lo hace Paulina, que se narra a sí misma desde la muerte y Sierva María, que la cuenta y se cuenta. Lo hacen en Las Brisas, la señora de la casa y la empleada que se dan la oportunidad de charlar. Rosa tiene por fin quién la escuche. Nosotros siempre queremos hablar y contar nuestras historias. Son maneras que tenemos de compartir la vida. Y Joaquina Centeno es en simultánea una novela de esperanza en la justicia y una tragedia porque la justicia se toma todo el tiempo y la vida de Joaquina está llegando a los 80 años. Una persistencia de la que somos muy capaces las mujeres. Treinta años en los que las víctimas continúan desparecidas, algunos victimarios han muerto y otros estarán muriendo y Joaquina se empecina, con su cuerpo que ya no responde, porque es así como los años pasan y deberían pasar para todos, para usted … para mí.
“Cuando la novela conmueve es una forma de recuperar la memoria o, por lo menos, de hacer reflexionar para reconocernos, por muy doloroso que sea, y no repetir lo que ya se ha vivido”. Marbel Sandoval Ordóñez