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No. 5.803, Bogotá, Jueves 22 de Septiembre del 2011
Los libros me dan el derecho de pensar por mí mismo y no permitir que los demás piensen por mi.
Rodolfo Malo
Maureén Maya
Manuel Cepeda era un genuino defensor de los Derechos Humanos y de las causas sociales, un hombre comprometido con su historia y con su tiempo
Por: Jorge Consuegra (Libros y Letras)
La verdad es que Maureén Maya, una de las periodistas más jóvenes y disciplinadas del país, cautiva no sólo por su enorme capacidad de conocer y contar la historia, sino porque tiene el don de la palabra, sabe cautivar hasta con sus mismos gestos, a cualquier auditorio por difícil y heterogéneo que sea.
Nunca se le verá deambular de arriba y abajo por las calles bogotanas. No. Siempre está en la biblioteca buscando nuevos datos, leyendo nuevos libros y tomando notas en una vieja y destartalada libreta que exige, con angustia, ser reemplazada por una nueva que oxigene esta que ya no aguanta una línea más.
No acepta, por ninguna razón del mundo, que los colombianos olviden lo que sucedió con la Toma del Palacio de Justicia, ni permite que los jóvenes de hoy prefieran hablar de las simplezas de la vida a comprometerse con ella, ya sea desde el periodismo o las ciencias sociales o desde el lugar en donde se encuentren.
Ya ha publicado varios libros que, por cierto, han recibido acertadas críticas y elogiosos comentarios y ahora, después de muchos meses de leer y releer sobre el asesinato de Manuel Cepeda, ha publicado Camino minado ( B ) que cuenta, con lujo de detalles, lo que sucedió con este magnicidio y lo que ordenó la Corte Internacional de Derechos Humanos para que el presidente colombiano de turno, en este caso Álvaro Uribe Vélez le pidiera perdón a la familia y lo que hizo el mandatario, fue agraviar a la misma. Ante tamaña vergüenza internacional, el actual presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, en palabras del ministro Vargas Lleras, limpió el nombre del país a nivel global y le ofreció a la familia de Cepeda Vargas sus palabras de perdón.
– ¿Crees que nació primero en ti ser periodista y luego escritora?
– Nací con la palabra inscrita como vocación y como instrumento vital para poder decir y estar. Luego a esa necesidad innata de contar, se sumó la de dar testimonio como testigo de un tiempo marcado por el miedo, el horror, la violencia y la injusticia; y la obligación de investigar sobre hechos sociales y experiencias humanas que nos marcan como pueblo y como individuos.
– ¿Qué es lo que más te ha gustado del periodismo?
– La posibilidad de investigar sobre diversos acontecimientos de valor histórico; poder recoger las voces de quienes siendo protagonistas de nuestra historia no tienen mayor margen de incidencia y sus recuerdos y vivencias son relegados al olvido concertado. Me gusta poder desafiar lo establecido y contar desde otra visión, desde una más cercana y humana, lo que ocurre y lo que configura nuestra realidad. El periodismo no es un poder, es una oportunidad para aportar y para construir, desde el imaginario y la razón, un mundo mejor.
– ¿Crees que el periodismo colombiano ha tenido marcados altibajos en los últimos años?
– Sin duda los ha tenido. Hemos visto que las estrategias de dominio empleadas a lo largo de nuestra historia siempre han encontrado en el periodismo un elemento de dominio y ejercicio del poder a través de cual se condiciona la opinión y se garantiza la supremacía de intereses particulares. No obstante, paralelo a esta realidad, siempre han existido voces y periodistas que, conscientes de su deber ético y responsabilidad social, intentan vencer la hegemonía informativa y dar cuenta de la dura realidad que vive el país, muchas veces asumiendo los riesgos que ello implica y que se experimentan con mayor rigor en las regiones.
– ¿Cómo viste la acción y la reacción de los periodistas colombianos en los años del señor Uribe Vélez?
– La polarización política se tomó también las salas de redacción. Se estaba con Uribe o contra Uribe, con el agravante de que a este “estar en contra”, que además muchas veces no era real, sino que se refería más que al personaje en cuestión, al proyecto mafioso que él representaba y representa; se le adjudico una carga emotiva de patriotismo y nacionalismo mal entendido, siendo posible interpretar la patria, la vida o los valores democráticos, en la figura del mandatario. Quien estaba en contra de Uribe estaba en contra del país, o ello era sinónimo de defender el terrorismo. Esta apropiación incorrecta y malsana de principios y valores sociales le hizo mucho daño al país y al periodismo, por supuesto, pero también abrió espacio para el debate y la reflexión. El caos se convirtió en oportunidad para analizar y redireccionar el trabajo periodístico. Ahora podemos reflexionar que nada de lo sucedido, en cuanto al manejo de la información o a la configuración de un espejismo social -bajo la sombra de un gobierno precario moralmente- ocurrió de manera arbitraria o aislada; sino que hacia parte de un perverso plan de desestabilización que requería para sus sostenimiento de la profundización del accionar criminal del Estado.
– ¿Por qué quisiste escribir un libro sobre el Palacio de Justicia?
– La toma y contratoma del Palacio de Justicia produce una fractura en la historia del país. La verdad sobre lo ocurrido fue escondida intencionalmente durante muchos años y se impuso una tesis oficial, en la cual se desconocían no sólo la razones que llevaron a la toma original por parte de la guerrilla M-19, sino que se ocultaba la acción criminal de un gobierno que para perpetuarse en el poder había optado por sacrificar al poder judicial y ocultar el mal manejo que se le daban a los recursos del Estado. En la toma del palacio se resume el horror de una historia marcada por la violencia, la impunidad, el terrorismo de Estado, las violaciones sistemáticas a los derechos humanos y la filtración de la mafia en los poderes estatales. Era importante dar cuenta de apartes de esa verdad confiscada; contar sobre la historia silenciada y la lucha que tuvieron que emprender las víctimas directas de estos hechos para lograr verdad y justicia. Hoy ya buena parte del país se sabe que varios civiles que se encontraban en el Palacio fueron secuestrados, torturados, ejecutados y sus restos desaparecidos por miembros de las fuerzas militares de Colombia con la complicidad de las instituciones gubernamentales. También tímidamente se empieza a reconocer que el palacio fue intencionalmente incendiado por agentes del Estado y que fueron ellos mismos, quienes impidieron la llegada a tiempo de los carros de bomberos produciendo la muerte por ahogo y calcinación de decenas de civiles. Tal como se establecía en los dictamines de medicina forense, hoy también se empieza a reconocer que decenas de civiles murieron por armas de fuego del ejército, entre ellos algunos de los magistrados, y que el arsenal militar que se empleó contra un edificio y no cualquiera, sino la sede la justicia que estaba atestada de civiles, fue excesivo y ocultaba la intención criminal de unas FF MM investigadas en ese entonces por la Corte y el Consejo, por crímenes de lesa humanidad.
– ¿El caso del Palacio es algo de nunca acabar o crees que ya, por fin, va llegando al final de la historia?
– No lo creo. Aún hay muchos aspectos que no han sido revelados. Los desaparecidos siguen desaparecidos y no se habla de la participación que tuvo en este desenlace, la Embajada de EUA y sus agentes de inteligencia que operaban en el país. Tampoco se han revelado las razones políticas que llevaron al M- 19 a ejecutar la toma, ni se han divulgado sus denuncias, muchas de las cuales fueron apoyadas por la Comisión de Verificación del Gobierno Nacional. La cúpula militar, así como el presidente Betancourt no han asumido su responsabilidad en la ejecución de estos y otros crímenes. No se ha revelado toda la verdad sobre lo sucedido y las víctimas, siguen siendo objeto de estigmatizaciones y persecuciones. No ha habido justicia en los asesinatos de los abogados que investigaban estos hechos y sus irregularidades; tanto el doctor Tarcisio Roldán, representante de los funcionarios del Palacio de Justicia y Eduardo Umaña Mendoza, representante de los familiares de los desaparecidos, fueron brutalmente asesinados y sus crímenes siguen condenados a la impunidad.
– ¿Cómo surgió la idea de La oligarca rebelde?
– La oligarca rebelde surge como el desenlace natural de un encuentro marcado por la sintonía política y la necesidad de recuperar la memoria social del dolor que nos había sido negada. María Mercedes Araujo, como testigo privilegiada de un proceso político fundamental en la historia de Colombia de mediados y finales del siglo XX, me compartió durante algunos años, sus recuerdos y sus vivencias, sus propuestas y sus reflexiones para poder entender nuestro terrible desenlace como nación. Era preciso recorrer la historia reciente del país para encontrar las razones que llevaron a que Colombia se convirtiera en un país doblegado al poder mafioso, desangrado y corroído en sus estructuras democráticas. Uribe era el resultado de un proceso de degradación social y política que tenía que ser entendido para poder formular alternativas de cambio realistas desde una comprensión histórica.
– ¿Por qué la imagen de Manuel Cepeda es emblemática en la Historia de Colombia?
– Manuel Cepeda era un destacado dirigente comunista, un genuino defensor de los Derechos humanos y de las causas sociales, un hombre comprometido con su historia y con su tiempo. El día en el cual fue asesinado, se dirigía al congreso para presentar su ponencia sobre la adhesión de Colombia al Convenio de Ginebra, convencido de que era necesario humanizar la guerra y que los infractores al DIH y los responsables de crímenes de lesa humanidad debían ser enjuiciados y no amnistiados, indultados ni perdonados. Su causa principal fue la democracia, la consolidación de un genuino estado democrático social de derecho donde fuera posible la plena realización humana. Es emblemático porque fue el último senador elegido democráticamente en representación del partido político Unión Patriótica y porque en su caso se revela sin ambages, el modo en el cual opera el Estado como creador e impulsor de los ejércitos paramilitares en Colombia. La alianza entre miembros del ejército y narco paramilitares para asesinar opositores políticos, activistas sociales y militantes de la izquierda en Colombia quedó demostrada en el asesinato de Manuel Cepeda y fue visibilizada por la acción valiente y decidida de sus familiares que nunca renunciaron, ni bajo persecución y amenaza, a sus derechos a verdad, justicia y reparación integral. Este asesinato y el proceso que surtió ante los tribunales internacionales, reveló que en efecto, este crimen como muchos otros, no era un caso aislado sino que hacía parte de un plan de exterminio diseñado al más alto nivel dentro del Estado colombiano.
– ¿Qué te impulsó a sentarte a escribir sobre este caso?
– A la necesidad de desafiar el silencio impuesto y la criminalidad encubierta del Estado colombiano, de rescatar a las víctimas del olvido o de la calumnia y dignificar la memoria de Manuel Cepeda, se sumó la convicción de Alfonso Carvajal y la confianza de la editorial. Fue Carvajal quien impulsó la redacción de un libro que podría haberse dilatado durante muchos años.
Era importante recordarle a un país, azotado por la falsedad informativa y silenciado por el miedo, que Manuel no era un victimario, que fue un ciudadano inocente asesinado doblemente por razones políticas; primero fue asesinado por efectivos de las Fuerzas Militares que actuaron como sicarios a sueldo en complicidad con los paramilitares y luego fue asesinado de nuevo cuando se intentó justificar su crimen con calumnias y distorsiones sobre su actividad política. Sin embargo, éste no es un libro de denuncia; es más bien un testimonio a través del cual se intenta reivindicar para la memoria del país, la dignidad, la lucha, la coherencia y el coraje de quienes han sido sacrificados inútilmente en esta guerra, la abierta y la clandestina y de quienes luchan por lograr justicia y verdad sobre los hechos de violencia padecidos. Escribir textos y realizar investigaciones que rescaten la memoria de las víctimas, también tiene que ver con la creencia de que la memoria que nos transforma, necesariamente se construye desde el dolor y que no podemos ignorar ese dolor, entre otras razones, porque los daños causados, superan los casos individuales, y producen graves efectos colectivos. Todos somos responsables de la construcción de esa memoria social del dolor.
– ¿Por qué la actitud del señor Uribe Vélez que en lugar de pedir perdón terminó agraviando a los familiares?
– Uribe como representante de un proyecto mafioso, en el que se afirma que el fin justifica los medios, y que a partir de esta premisa se puede violentar a una sociedad, burlar principios democráticos, y pasar por alto a la justicia, no puede reconocer la existencia de las víctimas de su propia apuesta; pues para nadie es secreto, que si alguien ha defendido el proyecto paramilitar, lo ha alimentado y ha justificado la acción criminal contra defensores de derechos humanos y opositores políticos, ha sido Uribe. Él adolece del juicio, la audacia y el decoro que se requieren para pedir perdón a las víctimas y reconocer la responsabilidad del Estado por sus múltiples crímenes, tanto por acción como por omisión. Igualmente se debe reconocer que para Uribe contra el crimen de Estado es ir contra sí mismo; y además es claro que le falta cordura, humildad y decencia.
– ¿Quiénes deben leer Camino minado?
– Todos los que sepan leer y les interese conocer no sólo apartes dolorosos de la historia de nuestro país, sino la valerosa lucha que los familiares de una víctima tuvieron que asumir para llevar el caso ante las instancias judiciales y los tribunales internacionales con la esperanza de lograr justicia, y que el Estado -a través de sus representantes- reconociera lo que siempre ha querido negar (la existencia de crímenes de Estado) y se viera obligado a asumir su responsabilidad, a pedir público perdón y a cumplir con su deber de dignificar a las víctimas y esclarecer los crímenes. La muerte del Senador no fue un caso aislado en la espiral de violencia del país; es parte de un plan de exterminio que nos confirma que éste fue -como lo expuso el perito Michael Reed– un crimen de sistema. Este libro no sólo busca rescatar para la memoria del país la figura de Manuel Cepeda Vargas (como hombre y como político), sino que intenta convertirse en esperanza y estimulo para las millones de víctimas que creen, con sobradas razones, que nunca podrán lograr justicia.
– ¿En Colombia continuamos caminando por caminos minados?
– Cada vez más minados. La guerra, como las técnicas del dolor y sufrimiento o como la máquina de la muerte, aceitada por los poderes vigentes, se hacen cada vez más sofisticadas y el enemigo (léase aquel que con violencia se opone a los derechos de otros seres humanos e impone sus propios intereses sobre los de las mayorías) se mimetiza mejor. La precaria presencia de un Estado, dominado por el crimen organizado, permeado por la mafia y que desde hace tiempo comprendió que podía eliminar la diferencia sin asumir responsabilidades por estos delitos, ha llevado a la degradación tanto de las instituciones como de la sociedad en general. Ello no implica que al interior de éstas (instituciones y sociedad) no existan personas decorosas, valientes, comprometidas con el cambio social y el desarrollo humano, pero los detentores del poder son quienes manejan los hilos y son ellos, en últimas, el hombre de atrás. La teoría sobre la autoría mediata en la ejecución de crímenes, en especial sobre aquellos que se ordenan desde los gobiernos, determina que estos crímenes son ejecutados mediante la instrumentalización de terceros que siguen una orden de mando superior que casi siempre logra evadir la acción de la justicia. El hombre de atrás es justamente quien emplea la maquina del poder para llevar a cabo un exterminio sistemático como el ocurrido con la UP.
– ¿Por qué un libro sobre Manuel Cepeda?
– ¿Por qué no? Manuel Cepeda era un ser humano extraordinario, fuerte, indomable, de carácter y lucidez sorprendentes; combativo, creativo y profundo en sus disertaciones. Un ser humano integral y ejemplar en muchos aspectos de su vida tanto pública como privada. El caso Cepeda además de ser emblemático, por tratarse del último senador asesinado del movimiento político UP, de recoger el horror de la violencia y la impunidad tras el genocidio perpetrado contra este partido político, sintetiza la fuerza y la resistencia de las víctimas; en este caso encarnado en Iván Cepeda y demás familiares del Senador. Este caso es particularmente interesante porque allí se condensan hechos que reflejan buena parte de nuestra tragedia y también se dan pistas sobre la existencia de hechos y posibilidades que trascienden la limitada comprensión humana. El caso Manuel Cepeda, se trata de un crimen motivado por razones ideológicas, un crimen cobarde que fue justificado bajo el argumento de que quien profesa una ideología errada o contraria a lo establecido o a lo políticamente correcto no tiene derecho a vivir; y a ello se sumó la intencional parálisis de la justicia o su sometimiento a los violentos, la complicidad del Estado y su intención de garantizar el olvido y la impunidad, colocando al servicio de esta causa, los recursos del mismo Estado. De otra parte, la aparición de hechos coincidentes y de pistas que parecen fortuitas que develan el epicentro del crimen y que parecieran remitirnos a un imaginario sobrenatural; le asignan a este caso en particular un carácter especial a la historia que incluso, nos trasciende.
– ¿Tu libro invita a la reflexión o más bien es un libro de denuncia?
– Invita a recordar lo que no podemos ni debemos olvidar. Invita a unir esfuerzos y a procurar enormes conquistas humanas, sociales y sobre todo, judiciales para cambiar el curso de una historia dominada por el miedo, la violencia y la tergiversación del poder.
Es importante recordar para entender. Recordar por ejemplo, tras la firma de Paz de la Uribe en 1984 y el surgimiento de la UP se desató una campaña de asesinatos, desapariciones, ejecuciones, persecuciones y terrorismo estatal, por lo que nadie ha sido responsabilizado. Era y sigue siendo, la invisible mano negra que opera a hurtadillas del establecimiento, pero la realidad es que esa mano negra no es tan marginal como quieren mostrarlo; esa mano si tiene un dueño, si está ligada y obedece a los poderes económicos y políticos del país y opera como una máquina de muerte dirigida al más alto nivel.
– ¿Por qué camino minado?
– Porque el proceso de investigación, denuncia y búsqueda de justicia que hizo que el caso terminara siendo evaluado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y luego fuera fallado por la Corte IDH, que condenó al Estado como responsable por este crimen, fue constantemente torpedeado; fue un verdadero camino minado. La acción parcial de la justicia que hasta la fecha se ha logrado fue posible gracias al esfuerzo de los familiares, algunos funcionarios judiciales y los abogados de organizaciones sociales comprometidos con la defensa de los derechos humanos. Durante este proceso se trató más de una vez de desviar el curso de las investigaciones, de buscar responsables que no tenían relación con el hecho, de encubrir a sus reales responsables, y aún hoy, 18 años después, no se conoce el nombre de todos los asesinos intelectuales. La declaración que rindió Carlos Ossa Escobar ante la Notaria Tercera de Bogotá hace unos meses atrás, es bastante elocuente al respecto. Ossa cuenta que estando en una reunión política, se encontró con el entonces ministro de la Defensa, Rafael Samudio Molina y le comento que estaba muy preocupado porque todos los días estaban asesinando a un integrante de la UP. El Ministro, fríamente le respondió que a ese ritmo (de uno por día) no iban a acabar nunca. Claramente se entiende que existe una complicidad en la ejecución de los asesinatos. ¿Quién opina de este modo? Un criminal no hay duda.
– ¿El de él es otro crimen que engrosa la inmensa lista de “no descansaremos hasta encontrar a los culpables”, léase “impunidad”?
– Lamentablemente si aunque la persistencia de sus familiares ha hecho posible avances impensables. La sentencia de la Corte IDH es de máxima importancia porque por allí se podría empezar a reconocer la responsabilidad del Estado en múltiples hechos de violencia y crímenes de lesa humanidad. El caso Manuel Cepeda registra avances significativos en materia de justicia, como el hecho de que los autores materiales, dos militares, hayan sido identificados y procesados aunque ya estén en libertad; o que el Estado haya sido obligado a reconocer su responsabilidad en este crimen o que un alto tribunal de justicia haya afirmado que nunca existieron vínculos entre Cepeda y las FARC; pero estos logros son el resultado de enormes y valientes luchas individuales; no de una acción decidida y ejemplar por parte los gobiernos de turno de Colombia o de los órganos encargados de administrar e impartir justicia. Aún se deben revelar los nombres de los asesinos intelectuales para poner fin a la impunidad en este caso.
– ¿Este asesinato fue “uno más” o “UNO MÁS”?
– Ninguno asesinato es uno más; cada víctima tiene sus dolientes, su historia de vida y sus apuestas con el cambio social y político. Cada ser sacrificado es importante para la historia y debe ser recordado y exaltado. Hay seres humanos con mayor visibilidad social, con mayor protagonismo o que cuentan con elementos de formación que los hace más contundentes en su trabajo e interpretaciones de la realidad política de un país y por ello su muerte tiene una mayor repercusión social, pero lo cierto es que cada asesinato, sin importar el color de la víctima o su nivel de formación, es una derrota para la sociedad y para la humanidad.
– ¿Los riesgos?
– Son parte de la vida. Hay quienes critican y ven en la defensa de los derechos un sinsentido porque esta defensa, que debiera ser prioridad de toda la humanidad, se interpreta como una vocación de martirio que lleva a muchos a dar la vida por la causa de defender la vida, pero las razones que llevan a perseverar en este empeño, nos indican que no se trata de buscar la muerte, sino al contrario, se trata de mantener la coherencia con nuestro sentido humano; de obedecer al mandato que tenemos de oponernos a todo aquello que se constituye en afrenta a la dignidad, a nuestra conciencia y en asumir el deber de defender y preservar la vida en cualquiera de sus múltiples y maravillosas expresiones. Temería a los riesgos si mi accionar estuviera ciegamente motivado por el odio o el revanchismo, y a través de ellos tuviera que justificar alguna acción delictiva. No es el caso. Sólo investigo casos, los escribo y comparto el resultado en un intento por aportar a la memoria y reconciliación de este país.
– ¿Cómo viste los ocho anteriores, desde el punto de vista de Gobierno? ¿Es posible que hagas una muy breve radiografía al respecto?
– Un gobierno precario moralmente que hizo del crimen una empresa rentable y justificable. Ocho años de sevicia, de engaños y de derrumbe social y moral. Aún no conocemos los efectos reales de haber padecido un gobierno tan corrupto y criminal como fue el anterior, pero ya poco a poco se empiezan a revelar algunos aspectos de la máquina criminal que nos dominó y que logró pervertir los cimientos democráticos de una sociedad. Uribe es heredero de un país permeado por la mafia que logró, como fiel representante de ese proyecto, poner al servicio del crimen y la corrupción todo el andamiaje institucional que soporta a un Estado. Los ochos años de gobierno de Uribe profundizaron la tragedia colombiana y nos sumergió en el fondo más siniestro de nuestra oscura historia
– ¿Crees que hubo bastantes preocupaciones desde el campo de los periodistas?
– Preocupaciones si, tal vez, pero también acciones que aunque fueron limitadas, reflejan esfuerzos extraordinarios por parte de algunos periodistas por revelar la magnitud de nuestra decadencia; no obstante, muchos comunicadores fueron silenciados por la estrategia mediática que se impuso, a través de la cual todo podía ser fácilmente desechado y olvidado, un escándalo tapa otro o se proponen escenarios ficticios de confrontación política para ocultar otros hechos, esa fue la estrategia. También otros periodistas fueron víctimas de una audaz manipulación de la información y de la estrategia de Uribe de recurrir al engaño, la mentira, la calumnia y las estigmatizaciones contra sus opositores políticos o contra quien cuestionara sus modelo mafioso, en un intento por restarlos moral, política o intelectualmente.
– ¿Cómo ves la memoria de los colombianos?
– Precaria y selectiva.
– ¿Qué se requiere para que todos los días estemos recuperando la memoria y no perdiéndola?
– Conciencia sobre lo que somos y vivimos como resultado de un proceso histórico marcado por hechos que deben ser aclarados y superados.
– Todos los libros que has publicado tienen un afecto especial para ti ¿Pero hay uno que quieras un poquito más?
– No, cada uno es diferente y demanda un esfuerzo diferente. Creo que todos tienen como común denominador el hastío por la injusticia, la necesidad de renunciar al miedo y al obligado silencio y el deber de contar las historias de lucha y dolor, de entrega y misticismo, de quienes han asumido con absoluta convicción el deber de trabajar en la construcción de una mejor sociedad.
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