La hora gris, la tercera novela del bogotano Eduardo Otálora
Marulanda, fue la ganadora del Premio Nacional de Novela Ciudad de Bogotá 2019
y publicada por el Fondo de Cultura Económica (FCE) con el apoyo del Instituto
Distrital de las Artes (Idartes) a mediados de 2020.
Por Pablo Concha*
El libro, una distopía
apocalíptica diferente a lo que se publica actualmente en Colombia, está
compuesto por tres relatos que abarcan desde el momento en que se produce un
suceso catastrófico hasta la casi total extinción de la humanidad. Cada uno
tiene un narrador y protagonistas diferentes, en su mayoría niños, y describe
una situación difícil que no hace sino empeorar y que en muchos aspectos duele
leer. Otálora ya había sido reconocido con el Premio Juan March Cencillo de
Novela Breve en 2012 con su primer trabajo, Madolia, es docente de la Maestría en Escrituras Creativas de la
Universidad Nacional y en el pregrado en Creación Literaria de la Universidad
Central, y locutor del programa “Entre líneas” de la Radio Nacional de Colombia.
A continuación, una charla que tuvimos con el escritor a
raíz de la publicación de esta obra.
−¿De dónde surge la idea de una novela de ciencia ficción
distópica ambientada en Colombia y con esa estructura narrativa que podría
entrar en la categoría de novela-de-relatos?
Para responder dividiré la pregunta en dos partes: una
dedicada al origen de una novela distópica ambientada en Colombia y otra a la
razón por la que es una “novela-de-relatos”. Sobre lo primero: me alegra mucho
que hayas sentido que ocurre en Colombia. Esa era justamente mi intención,
aunque en ningún lugar de la novela se dice explícitamente. Y la razón es muy
sencilla: no he viajado mucho por fuera del país, pero sí por él. Desde pequeño
recuerdo que las vacaciones las pasábamos con mi familia viajando en nuestro
Renault 4 verde oliva. Los viajes eran insoportables porque me mareaba mucho y
me molestaba el calor, pero los destinos recompensaban. Viajábamos tanto que,
recuerdo, tenía una colección enorme de las boletas que nos daban en los peajes.
Me gustaba leerlas y releerlas, descubrir las diferencias y organizarlas por
colores. Luego, ya adulto, por uno de mis trabajos he tenido la oportunidad de
viajar mucho a regiones alejadas del país: la Amazonía, los Llanos Orientales,
el Pacífico, La Guajira, etc. Entonces, producto de todos esos viajes se creó
el universo narrativo de La hora gris. ¿Dónde más podía ocurrir si Colombia es
el lugar que mejor conozco? Ahora, sobre la segunda parte de la pregunta, debo
decir que la respuesta es bastante técnica. Cuando logré ver la dimensión
completa del proyecto, me di cuenta de que la historia abarcaría un periodo de
tiempo muy largo para que sobreviviera un mismo personaje o, siquiera, el mismo
paisaje. Entonces fue evidente que tocaba dividir el relato en momentos particulares de la gran… gran
historia. Así aparecieron los episodios, buscando que cada uno fuera una
especie de “radiografía” del mundo en su tiempo.
−Una historia de este tipo no es común en la literatura
colombiana. ¿Tuvo alguna reserva o temor al escribir una historia de ciencia
ficción apocalíptica desarrollada en nuestro país?
La verdad, la única reserva que tenía era que quedara bien
hecha, que fuera creíble y que le tocara las fibras a las personas que la
leyeran. No soy un escritor que vive pendiente del contexto literario ni de lo
que “se está escribiendo” o “lo que se está leyendo”, porque es mucho y muy
variado. Creo, si se me permite la expresión, que escribo “mirando hacia
adentro”, buscando que funcione cada cosa del engranaje de la novela.
−La hora gris difiere en género respecto a sus dos obras
anteriores, Donde habitan las palabras y Madolia. ¿Es la ciencia ficción algo
que le gustaría seguir explorando y trabajando, o fue algo así como un romance
pasajero?
Creo que Madolia, Donde habitan las palabras y La hora gris
coinciden en algo: las tres son historias con propuestas no realistas, donde
invito a los lectores a que “estiren” lo que están dispuestos a creer. Así
mismo, son historias oscuras y con personajes que, a su manera, sobreviven a
las cosas más horribles y dolorosas. Todo esto para decir que, en lo que
escribo, siempre hago lo mismo: inventarme un mundo posible y darle rienda
suelta a la imaginación. Por lo menos así lo percibo. Si el mundo se parece al
presente (como en Donde habitan las palabras), o al futuro (como en La hora
gris) o a una realidad mágica (como en Madolia) es, digamos, una particularidad
de la naturaleza de cada proyecto. Ahora, sobre los géneros, pues no sé. No
escribo pensando en qué género exploro. Como dije, escribo “mirando hacia
adentro” y prefiero dejar que los lectores, a partir de sus lecturas, miradas e
interpretaciones, decidan en cuál género ubican lo que les comparto. Así las
cosas, para responder directamente a la pregunta, estoy en un “romance
pasajero” lleno de variedad y posibilidades, uno en el que llevo un montón de
tiempo y que puede durar para siempre.
−Vemos y conocemos este mundo de La hora gris a través de
los ojos de niños, en tres períodos distintos. ¿Por qué decidió enfocar la
narración desde el punto de vista de ellos?
Uno de los objetivos del proyecto era mostrar situaciones
ocurridas en universos narrativos no convencionales, pero que se pudieran
contar (y también leer) con naturalidad. Eso implicó mucha reflexión sobre cuáles
serían las mejores perspectivas de narración. En algún momento, no recuerdo muy
bien cuándo, me di cuenta de que los niños pequeños tienen una particularidad
sobre su visón del mundo: como sus situaciones de vida son las únicas que han
vivido, no tienen elementos de comparación para analizarlas o cuestionarlas.
Entonces imaginé que, si le preguntaba a un niño cómo era su vida, me narraría
con naturalidad los horrores que la rodean. Así que eso hice: le pregunté a
Éver, Erián y Tata cómo eran sus vidas. Y ellos respondieron sin juzgarlas,
sólo contándolas. Así el juicio de esos horrores le queda todo a los lectores.
“…la esperanza es una ficción, una que necesitamos para seguir adelante, pero ficción al fin y al cabo.”
−Este tipo de historias, a pesar de describir un escenario
apocalíptico, conservaban en su núcleo una pizca de esperanza para la
humanidad. En su libro vemos un panorama completamente distinto, una regresión
a algo peor que la Edad de Piedra y lo que podría ser la total extinción. ¿Fue
su idea inicial desligarse de esa esperanza romántica de otras historias de
este tipo?
Bueno, la verdad es que creo que hay momentos en los que la
esperanza es una ficción, una que necesitamos para seguir adelante, pero
ficción al fin y al cabo. Por ejemplo, imagino a alguna de las personas
secuestrada lidiando todos los días con el encierro y sin perder la esperanza
de salir. Un día el campamento donde está secuestrada esa persona es atacado
por el ejército y los secuestradores, como último acto antes de ser vencidos,
le dan al secuestrado un tiro de gracia. Cuando suena el disparo se acabó la
esperanza. Algo así quise mostrar en mi historia: los personajes aguantan
porque tienen esperanza, pero, después de todo, los lectores se dan cuenta de que, al final, no
importó esa esperanza porque el destino es inamovible y no hay manera de que
las balas vuelvan a entrar a los cañones.
−Entre cada uno de los tres relatos o partes del libro
transcurre un período importante de tiempo, cuyo devenir queda en la
imaginación del lector. ¿Le gustaría o tiene pensado narrar más historias
desarrolladas en este mundo?
La verdad, por ahora no. Quedé un poco “seco” de estos
horrores. Ahora quiero explorar otros.
−Nunca se especifica ni se ahonda en el evento principal que
causa o da lugar a estas historias de La hora gris. ¿Lo que importaba eran las
consecuencias de dicho suceso, mas no el evento en sí?
La respuesta corta es: sí, a mí me importaban las
consecuencias de ese evento en una región, tan alejada del mundo, que el
apocalipsis le llega con retraso. Ahora, eso también quiere decir que esa era
la historia que tenía entre las manos, no la de unas personas que viven en los
países del norte y que manejan unas plantas nucleares y a las que se les salen
las cosas de las manos. Esa historia no la habría podido contar… ni me
interesaba.
−¿Cuáles fueron los libros que sirvieron de referente o
inspiración para La hora gris?
Para ser sincero, soy un lector desordenado y entonces, no
tengo unos libros que haya leído especialmente para sentarme a escribir La hora
gris. Pero, por supuesto, hay varios libros que se me aparecieron o recordé a
la hora de escribirla. Uno de ellos, y que tiene su epígrafe en el libro, es La
carretera de Cormac McCarthy. Este libro es particularmente importante porque
McCarthy hace algo que yo no estaba dispuesto a hacer: darle a los personajes
la posibilidad de salvarse. Mis historias están construidas desde el postulado
de que, si los personajes tienen que morir, morirán. Por ninguna razón iba a
permitirme facilitarles las cosas. Para relacionar esto con una respuesta
anterior: lo único que les iba a dejar era la esperanza y sus condiciones
materiales para salir adelante. Poco, pero lo que, creo, en la realidad tenemos
los humanos para sobrevivir. Otro libro importante, y que también hace
presencia en un epígrafe es Diario de un Loco de Lu Xun. Este pequeño libro,
que es una joya de la literatura universal, recoge las impresiones de un hombre
que (aparentemente producto de la paranoia) cree que todos en su pueblo son
caníbales y que lo están “engordando” para comérselo. Al final el narrador
ruega que los lectores cuidemos a los niños, porque, dice, todavía hay algunos
que no han probado la carne humana. Entonces lo que yo hice fue imaginarme lo
siguiente: ¿cómo sería un mundo en el que ya todos los niños hubieran crecido
comiendo carne humana? Y, bueno, la respuesta me llevó a inventarme toda esta
historia.
“Mis historias están construidas desde el postulado de que, si los personajes tienen que morir, morirán.”
−¿Por qué cree usted que no se escriben tantas novelas de
ciencia ficción o de género fantástico o terror en Colombia?
Sobre este punto lo único que puedo decir es que no sé si se
escribe poco o mucho sobre estos temas. A duras penas puedo afirmar que en los
lugares donde hago clase y en los concursos de los que soy jurado siempre me
encuentro varios proyectos con miradas fantásticas, de ciencia ficción y de
terror. Ahora, lo que sí percibo es que cada vez se publican más libros que
tienen esas búsquedas. Y eso me alegra, porque creo que lo más sano para la
literatura (y para la cultura) es que todas las posiciones tengan lugar.
−¿Cuáles podría decir que son los escritores que más han
influenciado su obra?
Otra pregunta difícil, quizás porque voy a caer en tantos
lugares comunes que me da un tanto de pudor. Pero me lo aguanto. Mi autor
fundamental sigue siendo García Márquez. Lo intento y lo intento, pero siempre
vuelvo a él y siento que lo hizo todo y, como si fuera poco, lo hizo bien. El
otro pilar de lo que escribo es El ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha.
Esa obra es como una especie de biblia a
la que acudo cuando necesito consejo o cuando me da miedo que lo que estoy escribiendo
sea absurdo. Entonces pienso: ¿Cervantes lo habría podido escribir? Si la
respuesta es afirmativa, sigo; si no, dudo del proyecto y, muchas veces, lo
abandono.
−¿Qué consejo le daría a los autores que quieren escribir
ciencia ficción o géneros no realistas en nuestro país?
Les diría que se olviden del género que estén escribiendo,
que le dejen ese trabajo a los lectores. Que se ocupen de hacer historias
sólidas en las que todo tenga una razón de ser, que miren más hacia adentro que
hacia afuera.
*Pablo Concha. Escritor colombiano, autor de los libros
de cuentos Otra Luz y La piel de las pesadillas y colaborador literario en
Libros & Letras y otros medios culturales.