Por: Luis Fernando García N./
Bogotá. Muy poco que no sepan nuestros lectores se podría decir de los programas de la televisión colombiana. Todos, contadas excepciones, sabemos que los programas son malos. Muy malos. Que no responden, ni les importa hacerlo, por la teleaudiencia. Y que también ha cambiado la teleaudiencia, porque hoy la televisión no es tan influyente como algunos quisieran que fuera. No es hora del talento ni de la transparencia; lo es de la chabacanería, del escándalo, de la ignorancia. Ahí están, para no ir muy lejos, los mal llamados realitys, y también los dramatizados, los noticieros, los chismes. Y los millones de minutos gastados en la publicidad de la infamia, del racismo, de la intolerancia, del consumismo, de la barbarie, esa publicidad que se ha convertido en uno de los más deseados festines de los “dueños” de las cadenas, que son los mismos de las grandes multinacionales, de las casas editoriales, de los bancos, del país, de la conciencia nacional. ¡Son los mismos!
Eso lo sabe el país. Y lo aprende todos los días cuando está frente al televisor y oye los noticieros, y los programas de opinión, y algunos de los magazines que aparecen a diario… Y ahí están los mismos periodistas, los de hace muchos años, y los nuevos que son los viejos de siempre, con el agregado de que son altaneros con los humildes y arrodillados con los poderosos, y no les da pena el cinismo con que lo hacen. Y los mismos que opinan hoy opinaron hace 20 y más años. Y defienden lo mismo: unidad, derechos, presencia, libertades, que no son los derechos ni las libertades, por ejemplo, de los indios del Cauca, ni la de los maricas, ni la de las mujeres que quieren abortar, ni la de los pobres del sur y del norte y del oriente y el occidente, ni la de los negros. La televisión colombiana es la de los grupos poderosos. Y los grupos poderosos son pocos, poquitos, pero mandan. Y sus presidentes no ven programas de la televisión colombiana porque casi nunca están en el país. Ven televisión en Miami, Nueva York, París, Madrid, Roma. A veces en Buenos Aires. Aquí no, porque a esa hora los están entrevistando.
Y los defensores del televidente son adornos que se inventaron para hacernos creer que en los medios existe la democracia. Como también se inventaron las elecciones y los parlamentos, para hacernos creer que existe la democracia y que los pueblos deciden. Pero no sirve para nada, por más que pongan el grito en el cielo y quieran que les creamos. Los defensores del televidente, de los lectores, son solo estrategias. Y nada más. Mientras tanto la chambonería, el irrespeto, el plagio, la porno miseria, la adulación, la apología. Véanlo en “Protagonistas” y en el “Desafío”, véanlo en los noticieros, en las adulaciones y en las infamias de todos los días: “el mejor jugador del mundo”, “los mejores”, “hacemos la diferencia”, “fue un negro”, “esos terroristas de las Farc”, “mi patria linda”, “ahora si tenemos un equipo para el mundial”.
Esta es la sensación que produce esa programación de la televisión colombiana. Y nada pasará con este pequeño artículo o ensayo. Seguiremos viendo y oyendo lo mismo. Los mismos protagonistas, los mismos guiones, la misma adulación, los mismos personajes, las mismas mentiras. Esa es su “libertad de expresión”. “Su”, sin más.
Y millones de pesos o de dólares. Muchos millones. Muchísimos. Una redundancia de pesos y de dólares. Y nos martillan las mismas consignas, que son las consignas de los grupos económicos, de los ricos, de los que gobiernan. Y los mismos errores y las mismas perfidias. Dizque educan y buscan la paz, dizque son los mejores, los más premiados, los más oídos. Y dale luego con la libertad de expresión, los derechos humanos, la dignidad y la paz. Incluso hablan del trabajo.
Al final, en una especie de “paneo”, ese que han dado en llamar el movimiento más simple de la cámara, para pedir que sea otra la televisión, que no se parezca a esa dirigencia que han dado en llamar “nuestra”, para que el país, el que piensa, el que no aparece en las encuestas, pueda sentirse tranquilo. No queremos, los millones que no somos encuestados, más realitys, más telenovelas fatales, más plagios, más de lo mismo. Queremos una televisión sencilla, humana, sincera, colombiana, divertida, inteligente, culta, bien hablada. Quizás mucho, pero suficiente para llamarnos civilizados, para cambiar esta noción fatal de arrogantes, violentos, desadaptados. Para ingresar al mundo nuevo, para sentir que superamos los malos y largos ratos de desesperación que hemos vivido, que vivimos. ¡Es muy poco frente a lo que debemos pedir!
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