Por: Jorge Consuegra
Recién empezaba el invierno en Buenos Aires…
El frío calaba los huesos y aún así, envuelto en camisetas, guantes, bufandas y gorro, hice las vueltas para lograr entrevistar Borges en su apartamento de la Calle Maipú.
Fue un día cualquiera de junio y a eso de las tres de la tarde logré lo que tanto había esperado después de haber leído buena parte de su obra, la que me había encantado en su totalidad.
Lo vi allí, en un rincón de su sala, en medio de un mar de cojines y media docena de gatos, agarrado de su bastón y con la mirada perdida en cualquier lugar. ¿Cómo empezar la conversación? Ni idea, pero de pronto surgió “Ulrika” uno de sus mejores cuento y que lleva la impronta de Bogotá. Sí, empezamos por ese lado y de allí en adelante se vino una catarata de ideas para hablar de sus personajes y demonios, de sus poemas y las historias que se fueron plasmando en sus cuentos y versos maravillosos.
Setenta y siete minutos exactamente duró la entrevista, una verdadera eternidad, fascinante eternidad.
Ya de regreso al país, puede escribir varias notas sobre este encuentro y seguí leyendo apasionadamente lo que él seguía escribiendo y publicando, tomaba notas, reseñaba sus libros y a veces hasta me atrevía impúdicamente a dar una charla sobre su obra, pero era que él se había tatuado en mi alma con todo lo que escribía.
Un día cayó en mis manos el extraordinario libro en donde la protagonista era María Esther Vásquez, quizás la persona que más conoció a Borges desde el Alfa hasta la Omega y descubrí decenas de datos que realmente desconocía sobre la vida del argentino, sus miedos y fantasmas, sus lecturas preferidas, sus mejores amigos, los de hoy y los de siempre, las angustias como director de la Biblioteca Nacional, su pensamiento sobre Perón, las críticas de sus detractores y en fin, un rosario interminable de maravillosas anécdotas que fui grabando, una a una en las profundidades de mi memoria.
Y hoy, muchos años después, me encuentro con un libro que cuenta los días que Borges vino a Colombia y que María Esther Vásquez no había mencionado con puntualidad: Ser colombiano es un acto de fe del periodista y escritor Juan Camilo Rincón.
Yo sabía que sí, que el escritor argentino había estado en la capital del país, pero desconocía la multitud de datos que este libro cuenta con lujo de detalles, su primera vez, el encuentro con los intelectuales del momento, los comentarios de la prensa que saludaban tímidamente al desconocido escritor, su afecto naciente por nuestra cultura. Y luego, una segunda venida que despertó una verdadera algarabía en todos los medios, en los cafetines ya se hablaba de él con inmensa admiración, los medios le dedicaban columnas enteras a su visita y sus amigos se regodeaban frente a los demás para mostrar que Borges era su amigo.
Y aún mejor la tercera visita, la prensa por doquier, con fotos en las primeras páginas, con reseñas, críticas y comentarios por doquier, entrevistas muy bien logradas y un Borges feliz porque sabía que lo estaban –lo estábamos- queriendo como nunca.
Este libro de Juan Camilo Rincón es encantador por eso, porque se sumergió en esos tres instantes de la vida de Borges, porque nos contó del cómo había surgido la frase “ser colombiano es un acto de fe”, porque nos presentó a un Borges distinto, afectivo, lleno de calidez y afecto por un país que aprendió a quererlo, a leerlo, a entenderlo. Este es un libro, como lo he repetido en varias ocasiones, claro, concreto y conciso sobre el Borges en Bogotá.