Reseña. Libro «Casas muertas» del venezolano Miguel Otero Silva


Recuperarlo en estos días aciagos y tormentosos que vive la patria grande es apenas un acto de justicia con uno de los escritores más significativos que ha tenido Venezuela y las letras castellanas.

Por: Luis Fernando García Núñez*

En
la literatura latinoamericana hay muchas claves por revelar. Los afanes del
progreso tecnológico, del esnobismo y del trabajo para sobrevivir han hecho que
olvidemos obras y autores esenciales de una literatura extraordinaria que nos
descubre una patria grande sumida, desde sus primeras experiencias republicanas
y con pocos intervalos de una relativa tranquilidad, en las más grotescas y
perversas formas de gobierno.
 
Autores
hubo y hay que han sabido contar la historia con detallada y rebelde persistencia.
Detrás del misterio insondable de la ficción están las ráfagas profundas del
realismo, de la verdad verdadera, de la sutileza que encierran las metáforas o
los símiles o la inmensa cadencia de la musicalidad. No hay un solo oxímoron
que no obedezca a la ironía, que no encierra un mensaje sedicioso, que no
produzca una cierta sonrisa de aceptación entre los lectores.
 
La
ficción nos ha dejado los mejores testimonios de estos más de doscientos años
de luchas libertarias que no concluyen, que se van enredando tras los avances y
retrocesos de una lucha por la independencia a la que le cuelgan los más
atravesados indicios de la continuidad colonial. Por eso vale decir con
Fernando Gómez Redondo, en El lenguaje
literario. Teoría y práctica,
que “la ficción no tiene que ser concebida
como lo no-real, sino como uno de los medios más valiosos (quizá el único) de
poder conocer la realidad”.
 
Este
largo preámbulo para hablar de un libro publicado hace ya 66 años: Casas muertas del venezolano Miguel
Otero Silva. Recuperarlo en estos días aciagos y tormentosos que vive la patria
grande es apenas un acto de justicia con uno de los escritores más
significativos que ha tenido Venezuela y las letras castellanas. Redescubrir
que las huellas de las epidemias más devastadoras que acabaron con pueblos y
regiones, es apenas someter esos tiempos a una inexorable revisión no solo del
pasado sino del presente y, también, del cercano futuro. Ortiz es el nombre del
pueblo que sirve de escenario a la novela y la represión a los estudiantes en Caracas
y los trabajos forzados, las torturas, persecuciones y falsos judiciales son
otros elementos del paisaje dictatorial en que se desarrolla la triste
historia.


Sebastián
y Carmen Rosa son personajes que, tantos años después, están ahí, en los
reprimidos y desaparecidos de Chile, de Ecuador, de Colombia, de Venezuela… es,
de otro modo, pensar en estos instantes en que sufrimos los desastres de una
pandemia en la que el pésimo manejo sanitario nos llevó de regreso a ese pueblo
fantasmal en el que se convierte Ortiz. Las viejas casonas derruidas por el
tiempo y la soledad fueron, en algún momento, esperanza de una nueva y mejor
vida, pero los avatares del progreso y de la explotación del petróleo, en otros
lejanos sitios, dejaron su estela de sombras y ruinas detrás de las cuales solo
los recuerdos de mejores tiempos parecían tener inspiración.


Sostenían
esa dolorosa fuga unos pocos que alrededor de la iglesia y de las celebraciones
pasadas añoraban esas épocas en que la alegría y los cantos dejaban apacentar sus
ganados y vivir sino en la abundancia, por lo menos sí en la tranquilidad de
los días.
 
Devolvernos
para reconocer nuestro pasado. Indagar la larga historia de desafueros y
conocer a los protagonistas más notables de estos días difíciles sería un
primer camino para empezar a aliviar la carga que llevamos desde hace dos
centurias. Ahí están los narradores con los que podemos empezar a andar el
camino de esa epopeya que no acaba. Casas
muertas
es una de las tantas novelas que tendremos que leer y, claro, otras
obras de Otero Silva: Oficina número uno,
La muerte de Honorio, Fiebre
. Y luego Carpentier y Lezama Lima, Jorge
Donoso y Sábato, García Márquez y Carlos Fuentes, Sergio Ramírez y Ciro
Alegría, y todos los demás. La lista es grande. Muchas obras y capítulos para
desentrañar esta realidad que nos abruma.
 
Ahí
están los testimonios que podrán ayudarnos a resolver los dilemas que vivimos
los hispanoamericanos o latinoamericanos que tenemos que volver, todos los días,
sobre una historia que algunos iletrados, que deciden quién va o quién no a una
Feria Internacional del Libro, quisieran dividir entre indiferentes y no indiferentes.
 

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«Volvamos a leer Casas muertas de Miguel Otero Silva. Veamos en Ortiz la misma grandeza épica de Macondo y de Comala, y de los otros pueblos que la esplendorosa imaginación de los narradores latinoamericanos ha podido crear».

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No
podemos dejar que las novelas, las tantas que se han escrito en este continente
de los colores, se conviertan, como Ortiz, la Rosa de los Llanos, capital del
Guárico, con su logia “Sol de los llanos” y el señor Cartaya su inspirador, en fantasmas.
Tenemos una tarea inmensa y es recuperar, volver a editar, debatir y polemizar
sobre este arsenal de testimonios para descifrar, en unos casos, y
reinterpretar, en otros, una historia que se confunde entre la ficción y la
verdad. R.H. Moreno Durán decía en De la
barbarie a la imaginación
que “La novela –acaso el género literario que más
se aproxima a la función de captar y aprehender la realidad– es, antes que
todo, un instrumento mediante el cual la palabra, tras superar el mero dato
empírico de la evidencia exterior, basta para sugerir, suscitar y comprender
toda una cosmovisión y todo un mundo que, antes, y de otra forma, no nos eran
posibles”.
 
Volvamos
a leer Casas muertas de Miguel Otero
Silva. Veamos en Ortiz la misma grandeza épica de Macondo y de Comala, y de los
otros pueblos que la esplendorosa imaginación de los narradores
latinoamericanos ha podido crear. Cada uno de esos pueblos está ahí, dispuesto
a revelarnos la historia de unos humanos que todavía no conocen el esplendor de
la democracia y la república a pesar de los aullidos y de las comparsas que se
hacen para decirnos que sí, que ahí están, que son un ejemplo para el mundo.
¡Esa sí es una infame ficción! 


*Luis Fernando García Núñez. Escritor, periodista y docente

lfgn@hotmail.com

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