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Un café en Buenos Aires

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Un café en Buenos Aires
By Libros y Letras 15 de septiembre de 2013
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No. 6.465, Bogotá, Domingo 15 de Septiembre del 2013 
Hay tanta gente que escribe para lucirse… Yo empecé así y fracasé hasta el día en que olvidé esas pretensiones. 
Adolfo Bioy Casares
Un café en Buenos Aires
Marcelo Luján
Por: Pablo Di Marco
(Corresponsal Libros y Letras en Buenos Aires):
Última parte
M:
La Biblia, que
es un libro, de hecho, un libro en donde ocurren miles de situaciones
absolutamente negras, le cambió la vida a mucha gente. Walter Benjamin, que
leyó El Capital a los treinta años,
nunca fue el mismo después de esa lectura. Personalmente no sé si un libro
podría cambiarme como individuo. Sin embargo, puedo decirte que a la salida de
la adolescencia, cuando todavía mantenemos viva la llama de la curiosidad, leí La vida entera, de Juan Martini, y fue
como una revelación, como una patada en el pecho que te lo aclara todo, porque
modificó completamente mi visión de la literatura en tanto sujeto de la
enunciación. Es un recuerdo precioso, inolvidable. De vez en cuando agarro ese
libro y releo, al azar, cualquier párrafo. No se lo digas a nadie pero antes de
terminar el párrafo me pongo a llorar.
—Ya
estoy anotando La vida entera a mis
lecturas pendientes. Se dice que de lejos se ve más claro, y vos tenés la
particularidad de ser un escritor argentino que vive en España. ¿Qué
descubriste de Latinoamérica a la distancia?
M:
De Latinoamérica en general y de Argentina en particular: que no todo es tan
cutre y tercermundista como nos quiere hacer creer Europa, básicamente durante
el primer año de residencia, cuando todavía te llama la atención que los coches
frenen en un paso de peatones. Latinoamérica está construida de otra madera y
tiene algo humano que Europa occidental jamás va a tener, por más Troika y por
más multinacionales que sanguijueleen en la periferia. Aún así, la experiencia
europea es altamente enriquecedora para cualquier latinoamericano de cualquier clase
social. Y muchísimo más para un artista. Si pudiera dar un consejo a los
jóvenes artistas latinoamericanos, sería este: es necesario que vengan a
Europa, no hace falta que sea para quedarse, pero vengan, no se imaginan
ustedes lo útil que les será. Llevo trece años viviendo acá. Escribiendo acá.
Durante mucho tiempo lo tomé como un aprendizaje pero tarde o temprano terminás
por entender que cuando decidís irte a vivir al extranjero, tu vida se
convierte en otra vida. Y esas dos vidas no pueden ser compatibles del todo.
Hay que tomar una decisión o vas derechito al manicomio.
—Te
cuento una pequeña anécdota, Marcelo: hace poco terminé de escribir una novela,
y mientras miraba con orgullo esas 400 páginas a las que les dediqué buena
parte de mis últimos dos años de vida, pensé: “Por escribir este ladrillo me
perdí de leer como cien libros. Entre ellos Adán
Buenosayres
, que lo tengo pendiente desde que tengo memoria”. Por favor,
haceme compañía y decime que alguna vez te pasó algo parecido.
M:
A menudo me ocurre algo parecido a esto que contás. No es malo tener lecturas
pendientes, aun eternamente pendientes, lo malo sería olvidarnos de leer. Por
el motivo que fuera. Y eso, estoy completamente seguro, no te pasa. Vivimos en
un mundo que intenta, con sus lucecitas de colores, separarnos de la lectura.
Es una extraña y horrible tendencia a la que debemos combatir. Ya sabemos que
leer requiere tiempo y que el tiempo no es una energía renovable, ya sabemos
que escasea, que nos lo quitan. Pero nada es comparable a la lectura, ni
siquiera la escritura, donde nos pasamos horas leyendo y releyendo. Podemos
leer mientras viajamos en transporte público, mientras esperamos en los
aeropuertos, o tener la fuerza de voluntad para evitar la simplicidad de la
televisión y agarrar un libro. Hay que inocularles la vocación lectora a los
adolescentes, que hoy en día se dejan los ojos en los videojuegos y el Tuenti,
ir por la calle con libros en las carteras o los bolsos. Siempre tiene que
haber tiempo para leer. Y si no lo tenemos, hay que buscarlo. De lo contrario
construiremos una sociedad de idiotas.
—Los
lectores de Un café en Buenos Aires son capaces de
levantar barricadas si no hago mis clásicas últimas dos últimas preguntas, así
que acá van
: Alguna vez Vargas
Llosa dijo que el día más triste de su vida fue cuando Jean Valjean murió
en Los miserables. ¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?
M:
Existe una frontera, generalmente un verano, en donde los chicos dejamos de ser
niños para empezar a convertirnos en otra cosa (nos lleva bastante tiempo saber
en qué). Voy a responder tu pregunta: el día que conseguí besar, por primera
vez, a una chica. Porque fue como un terremoto que lo desestabilizó todo. Y no
me refiero al amor: eso era algo que ignorábamos y que por lo tanto nos importaba
poco. Se llamaba Adriana y era la prima de alguien del barrio. Pero ella no era
del barrio y no la volvía ver nunca más, ni siquiera al día siguiente. A veces
pienso en ella. No en ella exactamente si no en ella y en mí y en esa
inolvidable noche de verano. Muchos años después me crucé con un título:
Perfumada noche (es un cuento de Haroldo Conti). Entonces lo entendí todo.
Te regalo la posibilidad de invitar a tomar
un café a cualquier artista de la época que prefieras. Contame quién sería, a
qué bar (de Buenos Aires o Madrid) lo llevarías, y qué pregunta le harías.
M: Me gustaría, y por eso lo soñé varias veces,
tomar un café con Julio Cortázar. En París, preferentemente. En algún lugar
público del Boul’Mich’, si a él no le importa. En esos sueños no sé qué
preguntas le hago pero sí sé que él no me habla, sólo me observa con cierto
cariño. La verdad es que me conformaría con eso. Sin diálogo, sin firmas ni
fotos. Tomar café y fumar con Cortázar. Y que afuera, al otro lado del cristal,
llovizne.