Por: Jorge Consuegra
Fotografía: Cortesia Tusquets Editores
Nota publicada originalmente en la edición Nº 84, marzo de 2011 de la Revista Libros & Letras.
Aunque somos absolutamente ajenos a ese conflicto, la Guerra Civil española a veces la sentimos como propia, no sólo por lo que fue el horror auspiciado por el generalísimo Francisco Franco, sino por esas profundas cicatrices que los peninsulares no han podido borrar ni con concha de nácar.
Y aunque han sido decenas de miles de libros los que se han escrito, y otro tanto de películas y documentales que se han rodado para mostrar la barbarie, aún las generaciones de ibéricos siente dolor por lo sucedido en aquellos largos tres años que duró esa absurda guerra -¿qué guerra no lo es?-.
Ian Gibson, por ejemplo, en su incomparable biografía sobre Federico García Lorca, nos muestra el horror de los unos contra los otros, hasta terminar con una cifra enorme tanto de asesinados como de desaparecidos que es, sin lugar a dudas, el modus operandi de los militares que se toman el poder a la fuerza. Están los aberrantes casos de Jorge Rafael Videla, de Augusto Pinochet, de Alfredo Stroessner, de Marcos Pérez Jiménez y tantos más que aprovechándose de sus charreteras, no sólo torturaron, sino que asesinaron a lo mejor de sus pueblos y otros tantos los desaparecieron.
Aunque no hay que olvidar que también ha habido dictaduras civiles que han hecho lo propio con el argumento de que “hay que salvar la democracia”.
Hace apenas tres o cuatro meses, Almudena Grandes se dio a la gigantesca tarea de escribir una dramática y nostálgica serie de novelas sobre lo que fue el conflicto español y empezó con Inés y la alegría (Tusquets). Setecientas veintinueve páginas maravillosas en donde la Grandes va contando, paso a paso, lo que fue esa guerra, cuáles fueron los antecedentes, el origen de la misma y cómo decenas de familias se fueron acabando o desplazando, cruzando fronteras, disgregándose, muriéndose de la tristeza, de nostalgia y de soledad.
Desde el momento en que dijo que se iba a disciplinar a escribir seis novelas, nadie le creyó, todos pensaron que era una especie de locura que se había apoderado de ella, pero cuando presentó a la editorial su primer manuscrito, todos le creyeron y empezaron a esperar con impaciencia este primer tomo en donde Inés habla de su alegría y cómo esa alegría se fue esfumando poco a poco.
Esta novela no sólo debe ser leída por los españoles, sino por todos aquellos que creen que la guerra es apenas una multicolor aventura llevada a la pantalla, pero que en la realidad es una herida difícil de sanar. Es una novela cargada de alegría, pero al mismo tiempo una gran lección sobre la brutalidad de la guerra.