Por: Guillermo Rendón G., Ph.D./ I Parte.
La poesía de los siglos 20 y 21 ha realizado muchos cambios, ha roto muchas tradiciones, ha explorado campos desconocidos, experimentado procedimientos y se ha desprendido de casi toda atadura con el pasado. A pesar de lo dicho queremos anticipar que hay principios del hacer poético a los cuales no podemos renunciar sin poner en grave riesgo la estructura y con ella la comprensión. Tales son el ritmo, el sentido, la coherencia, la imagen paralela, el final o desenlace, todos ellos incorporados a la forma. El ritmo es lo que Carlyle, Verlaine y Paul Valéry han asociado como la música de la poesía.
En efecto: excluido el ritmo desaparece la poesía. Quien escribe un poema sabe bien que determinados pasajes no podrán reunir a la vez todos los elementos que lo integran. En esos casos toca dar prelación a uno solo de ellos. La elección es fácil y casi sin alternativa. A todo hay que renunciar a favor del ritmo. Dentro de esos límites, sentido, ritmo y coherencia deben marchar unidos, para integrarse como una totalidad.
Si el interlocutor tiene instalados en su mente esquemas de asimilación apropiados, la percepción se torna más intelectual y alcanzará el goce pleno del ARTE.
Es bajo estos puntos de vista que he querido analizar algunos aspectos en la poesía de Carlos-Enrique Ruiz.
Lucubraciones, reflexiones, meditaciones más allá de la estratosfera. ¿Presencia? Alguna estrella, pensamiento abstracto, infinito. Ni principio ni fin. ¿Plenitud? Rebasamiento del objeto y del sujeto. La imaginación deambula libremente y se condensa en la palabra escrita. No hay tiempo ni lugar. Gran parte de su producción poética está más allá de todo límite. Desarraigo, renunciamiento y un aparente desapego del humano sentir, son constantes en los dos libros que entramos a analizar y están presentes en buena parte de la obra poética del autor.
“Media hora de lluvia en el jardín”
Relaciones en extremo abstractas, subjetivadas a través del objeto, marcan el carácter de este libro.
En él no hay angustia, hay muerte, no hay desolación ni sollozo. Todas esas categorías, ya de sí románticas, desaparecen para que el dolor trashumante pueda ser aprehendido por los objetos.
El despertar, casi sonambulismo y las meditaciones que le siguen, crean con nostalgia el amanecer en el jardín.
El poeta está en un plano más que reflexivo. Toma contacto con su entorno y lo relaciona consigo mismo. Solitario, desesperanzado, aterriza frente a un abismo. Aprisionado en el trasunto de su interior, no da una sola queja del hecho concreto que alcanzamos a intuir. Un subtítulo precede a cada poema y nos orienta en su lectura secuencial.
Desde lejos
desde la sombra
desde el ocultamiento
yo observo el transcurrir de las distancias
con la fría sonrisa de gavilanes
detenidos en el aire
El sujeto está ausente en la casi totalidad de los poemas que integran este libro. Hay dos excepciones: una de ellas es este poema. El sujeto del poema aparece en un sobresalto, a la espera del zarpazo definitivo que cae sobre la presa indefensa.
Resquicio en las palabras por donde desliza
el silencio
Tiene este libro una enorme recurrencia a la palabra, pero ésta va casi siempre difusa en el silencio. Al final, el pensamiento encuentra para sí refugio en un verso de construcción metafórica:
sonrisa de luz y pétalos
el silencio murmura ausencia
y cuenta leyendas de lejanía
El silencio parece encontrar en la ausencia el recurso para multiplicarse por sí mismo.
Otros aires anunciarán el paso
de constelaciones
o de cometas
cual ráfagas
promesas en desventura
Poema recurrente en la desesperanza. El poeta no nombra la esperanza, la evoca como promesa en desventura. Sin esfuerzo aparente, huye del objeto real y se traslada al infinito, constelaciones, cometas.
¿Doloroso? Sí, para todo aquel que alcance a desentrañarlo.
Poema con el extraño resquicio de la felicidad:
Los viajes presuponen el silencio
la nostalgia
el arrobo de mares y de muros
el desgonce de palabras al irse tras el tiempo
inasible
Viajar supone el despojo de algo que huye
de nosotros
con el recuerdo hosco de lo transitado
Caminos o pisadas acumulan distancias
de un mirar en el padecer cambios
y circunstancias
Sinembargo la felicidad también es compañía
fiel en lo fugaz
Cada viaje es la hazaña del reencuentro
con el punto de partida