Por: Francisco Vélez Nieto* / Tomado de Mundiario
La poesía de Lezama Lima es poseedora de limpios veneros de la metáfora. Lo suyo es cuerpo y vitalidad de la palabra, del lenguaje en consonancia con los sentidos.
Una simple reseña podría ser, con justicia, considerada agradecido recuadro publicitario dedicado a la poesía completa de Lezama Lima. Sentida modestia una crónica de tantas como lo reconocen. Los muchos ensayos, razón del Don, sobre este escritor isleño, cantor de bahías y oleajes, creador de una obra saltadora sobre la variedad de los espacios de la madre tierra, con esa inmensidad que le permitió la lengua de Cervantes. El tesoro deslumbrador de los clásicos del Siglo de Oro fértil la gavilla de espigas para su creatividad lírica y soñadora.
De igual manera que no se le pueden poner puertas al campo, la poesía de Lezama Lima es poseedora de limpios veneros de la metáfora, cesión continua que eleva su barroco a pasión por la escritura libre de todo albedrío cotidiano. Lo suyo es cuerpo y vitalidad de la palabra, del lenguaje en consonancia con los sentidos.
«El escondido sueño viene a doblar la arboleda
A colocar el espejo que se hunde sin despedirse
Múltiples seres de pequeñas miradas tintineantes«.
Con el inmenso pulso de editar la Poesía completa, de inmensa grandeza, la Editorial Sexto Piso ofrece todo un desafío conmensurado de claro significado al sacar a la luz, para los buenos lectores de poesía, madre de la filosofía. Entronada obra imperecedera, que hasta el realismo socialista de quienes leyeron a Stalin de espaldas a los criterios literarios de Marx y Engels, tanto que de la Cuba de Fidel tuvo que reconocer por encima de la propia censura estatal consideraba cosa burguesa y decadente. Con razón argumenta y señala César López en su Epílogo a esta edición “José Lezama Lima y la primera palabra “, la Habana, abril de y abril de 1999 y abril de 2016: “Esta edición ejemplariza el juego. El más serio juego de armar lo armado. Aceptar lo que podía haber sido inaceptable y por eso mismo se acepta. Posible por imposible. Creíble por increíble. Gozo de Lezama. Delicia del tormento”
Y ante tanto impedimento fosilizado de las ideas y pronósticos con altavoces ciegos que sermonean, copiemos un paralelo de Sonetos infieles, una suave muestra de lo triste que puede ser la vida sin la poesía:
III
Cautivo enredo rinda tu costado,
pluma nevada hiriendo la garganta.
Breve trono y su instante destronado
tiemblan al silbo si suave se levanta.
Mas que sombra, que infante desvelado,
la armadura del cielo que nos canta
su aria sin sonido, su son deslavazado
maraña ilusa contra el viento anda.
Lento se cae el paredón del sueño;
dulce costumbre de este incierto paso;
grita y se destruyen sus escalas.
Ya el viento navega a nuevo vaso
y sombras buscan deseado sueño.
¿Y si al morir no nos acuden alas?
No fue sorpresa para mí la muerte del comandante Fidel. Sí carambola o más bien metáfora de la vida, me cogió, la mañana, con el libro abierto entre las manos de la Poesía completa de Lezama Lima. De nuevo, con todos los respetos al venerable sentir de cada uno: Murió el dictador, quedó el poeta. Siempre en todas las dictaduras que he conocido o leído, desde Virgilio hasta Lezama, al final del camino como cantaría el buen Antonio Machado, la gloria del poeta queda por encima de los paredones. Un ejemplo sangrante y siempre doliente, lo tenemos y sufrimos en España con el generalito gallego y Federico García Lorca. Lo mataron de madrugada entre olivos centenarios. Y nos viene al pelo y al infinito el Poema Masa de César Vallejo. Aquí un fragmento:
“Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: « ¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo”.
Pero se acercaron, como metáforas de cañaverales de azúcar, cuatro musculosos guajiros y fueron elevando hacia cielos azules los temblores del poeta, con su asma, su puro y su gordura, cañaveral de versos magistrales. Todo un tesoro para esa parte de la humanidad que se ahogaría de tristeza si un dictador cualquiera le prohibiera la lírica del poeta maniatado. Lástima, no puedan ir como dolientes testigos de su palabra, el enorme Juan Ramón Jiménez, Ángel Valente y Ullán, Claudio Rodríguez, Caballero Bonald, Padilla, Neruda pese a todo, el sorprendente Cortázar y sus cronopios, García Márquez. Vayamos a saber: con permiso de los posibles lectores. Si no fueron estos dos últimos acompañantes, los que dijeron pegándose a la oreja de Fidel Castro, quienes le susurraron: “Pero Comandante ¿cómo puede un mago de la palabra, el de Paradiso y poemas, estar prohibido?” Y el dictador dio la orden. Y de nuevo La Habana se llenó de sonoros sones. Y la isla fue poniéndose grande, grande, y las palmeras de la poesía volvieron a poblar todas las playas poéticas del Universo:
“Al pie de las murallas
el aire tartamudo
desliza sus sirenas,
plata mansa sin hoy
mana sus lunares
entre lunas cansadas
sin balcones. ¿Qué será,
qué será? Bajo el arco
y pestañas, la tarde,
-codorniz del Ceilán-
Rompe en flechas sus colores.”
*Escritor, poeta y comentarista literario.