Entrevista, David Betancourt

No. 6.608, Bogotá, Sábado 15 de Febrero de 2014 
Un buen escritor expresa grandes cosas con pequeñas palabras; a la inversa del mal escritor, que dice cosas insignificantes con palabras grandiosas. 
Ernesto Sábato
David Betancourt
Cuando
era niño mi papá me daba billetes por resumir libros que él seleccionaba
Por:
Jorge Consuegra (Libros y Letras)
Parte I
Buenos
muchachos
y Yo no maté al perrito dos
libros de cuentos realmente excepcionales. Con ellos ganado el premio internacional
de Literatura Creativa en Caracas y en otro concurso, en Colombia, el jurado
recomendó muy especialmente la publicación del libro que ahora hace la Universidad de
Antioquia (Colombia).
   
Todos los cuentos son excepcionales, pero quizás se destaca “Táparo”, un
relato muy bien concebido que deja al lector son ese sinsabor extraño por saber
qué es que lo que va suceder con los dos personajes, condiscípulos de vieja
data y que ahora se encuentran en una situación un poco incómoda para uno de
ellos, como más adelante lo dice el mismo Betancourt.
¿A qué edad empezó a
escribir cuentos, cómo llegó a su escritura?
Muy tarde, como a
los veinte años. Resulta que cuando era niño mi papá me daba billetes por
resumir libros que él seleccionaba. Leí sin ningún orden lo que caía en mis
manos, desde Dostoievski hasta libros de superación personal y así me envicié a
la lectura. Los billetes fueron pronto más que mis necesidades, me estaba
enriqueciendo por leer y hacer resúmenes; cosa que entendió papá, y me dejó de
dar plata. Entonces me rebelé: ¡No leo más!, le dije. Y para no retroceder en
mi decisión, me las tuve que idear para leer a escondidas de mi papá. Leí a
Andrés Caicedo y a Cepeda Samudio y pensé, equivocadamente, que escribir no era
tan difícil. Entonces empecé escribiendo un panfleto anónimo que se llamaba El Impío, que cada mes alguien, a quien
papá pagaba, repartía a la entrada de mi colegio de curas franciscanos. Me
divertía escribiéndolo, conociendo el apoyo de los estudiantes que no veían la
hora de que saliera el próximo número, me divertían las discusiones con los
profesores sobre los temas que allí se trataban y, también, sabiendo que el
rector estaba entregando una recompensa de veinte mil pesos a quien diera con
el paradero del autor intelectual de ese pasquín inmoral. Luego de que mi ego
me llevó a entregarme, a decir que yo era el autor de El impío para que todos hablaran de mí, salí del colegio por la
puerta de atrás a estudiar periodismo y a dedicarme por completo a la
escritura.
Me incliné por la crónica literaria.
Inventaba personajes, historias. Recuerdo a un tal Roberto, un hombre de la
calle que creé en una semana, experto en literatura, que puse a vivir en el
Parque de San Antonio y que se volvió famoso en la universidad. Los profesores
y los estudiantes de periodismo, luego de leer mi historia inventada, querían
conocerlo, entrevistarlo y, al no encontrarlo en el parque, me buscaban para
que los llevara a donde él; Roberto les parecía genial, les causaba curiosidad.
Me di cuenta entonces, con este y otros ejemplos, de que lo mío no era la
reportería, las historias reales, el contar basado en la verdad (a la que le
estaba faltando), el periodismo, contar historias reales que parezcan de
ficción; no, lo mío era la literatura, crear historias de ficción que parezcan
reales, que sean verosímiles. Y leyendo y leyendo, de todo, de todos los
géneros literarios, sentí un gusto muy fuerte por el cuento, que decidí
estudiar antes de empezar a escribir. Hoy, doce años después de mi primer
cuento, de leer y leer cuentos y relatos, apenas hoy estoy empezando a conocer
el género. Para mí, para mí, el género más importante de la literatura.
¿Cuáles fueron sus
primeros temas?
Para mí cualquier cosa es
un tema. Mis historias parten de cualquier situación cotidiana. Y los temas en
mis cuentos no varían de un libro a otro, del primer libro al último. Mis
cuentos son de desamor, de vida, de muerte, de locura, de crímenes, de
desencuentros, de enemigos, de muchachos… En fin, de lo que son todos los cuentos.
Mis temas son los mismos de todos los escritores, la diferencia no está en el
tema sino en la manera de abordarlo, en la manera de narrar la historia, entre
otras cosas. Eso sí, en la mayoría de mis cuentos la niñez y la juventud son
los protagonistas.
– ¿Escribe cuentos
especialmente por su corta extensión?
– Escribo cuentos
simplemente porque es el género literario que más me gusta leer, el género que
más disfruto y me divierte, el género que va más con mi personalidad. La
extensión es lo de menos. He escrito cuentos de una página, pero también de
veinte. Y mis libros tienen la extensión de novelas. Me gusta contar historias
sin irme por las ramas, eso es todo.
– ¿Ha pensado en
escribir una novela de largo aliento?
No, por ahora. Se dice que el cuento es el entrenamiento para escribir
una novela, y no estoy de acuerdo. No es más complejo escribir una novela que
un libro de cuentos, es más, creo que es más difícil lograr un buen libro de
cuentos que una buena novela. La diferencia entre los dos géneros es que la
novela es extensa y el cuento intenso. Faulkner, por ejemplo, decía
irónicamente que “todo novelista quiere escribir poesía, descubre que no puede
y a continuación intenta el cuento, y al volver a fracasar, y solo entonces, se
pone a escribir novelas”.
Además, no he
pensado en escribir una novela porque el cuento me gusta mucho. Me reta eso de
la economía del lenguaje, escribir sin retórica, sin adornos, sin rodeos, sin
ripios, sin irse por las ramas dejando abandonada la historia, sin personajes secundarios,
digresiones… Me gusta el cuento porque va al grano, mientras que la novela
divaga. A mi juicio, y entendiendo que la novela busca otros efectos y se mueve
en un universo diferente, en su mayoría son ripiosas, relatos a los que les
sobran muchas páginas, cuentos hipertrofiados. El novelista, el mal novelista,
decía el escritor Julio César Londoño, es un parlanchín que sigue hablando
cuando el lector ya se ha ido. Por eso me quedo con el cuento, porque le doy
más importancia a la historia (a la anécdota), característica del cuento, que a
la reflexión, característica de la novela.
En este sentido, un buen cuentista no
puede darse la libertad que se dio Balzac, que no le temblaba el pulso para
meter en sus novelas las listas del mercado y la lavandería, o Melville, que se
dio el lujo de escribir en Moby Dick, sin
contenerse, cientos y cientos de páginas sobre ese tema de los peces que tanto
lo apasionaba. En fin, yo soy de la corriente de los que piensan que el género
del cuento es más importante que la novela y, además, es un género más
exigente: se deben decir en pocas páginas muchas cosas. Juan Rulfo, por
ejemplo, decía que en la escritura del cuento hay que frenarse, sintetizar, y
que en eso el cuentista se parece al buen poeta. “
El
poeta [decía Juan Rulfo] tiene que ir frenando el caballo y no desbocarse; si
se desboca y escribe por escribir, le salen las palabras una tras otra y,
entonces, simplemente fracasa. Lo esencial es precisamente contenerse, no
desbocarse, no vaciarse; el cuento tiene esa particularidad; yo precisamente
prefiero el cuento sobre todo, sobre la novela, porque la novela se presta
mucho a esas divagaciones”.

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