La autora mexicana Laura Baeza, ganadora del Premio Nacional de Narrativa Gerardo Cornejo 2017, entre otros reconocimientos, llega a la Feria Internacional del Libro de Bogotá (#FILBo35Años) con historias poderosas sobre abandonos, destierros y la ruptura de “los hogares que pensábamos como reales”.
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“Pensaba que esa misma mañana mi vida seguía perteneciendo al pueblo, continuaba rodeada por un río y un par de carreteras, pero de noche yo era un punto sin importancia entre millones que se movían dentro de la ciudad. En muy pocas horas pasé a ser nada”. Así describe Esther su llegada a Ciudad de México y, de paso, a una vida que empezaba a vaciarse.
La protagonista de Niebla ardiente (Alfaguara) narra una historia de rupturas, desde una infancia en la que su familia se deshace, hasta su vida años más tarde en Barcelona. Siempre moviéndose, Esther intenta restituir esas ausencias hasta que una noche cualquiera la televisión le devuelve la imagen de una mujer que cree es Irene, su hermana desaparecida. La búsqueda de respuestas se une a la necesidad imperiosa de encontrarse a sí misma pese a los lazos que se han roto entre la culpa, el dolor y la memoria de los años que se fueron.
-La novela oscila entre narradores en primera y tercera persona; ¿cómo decides qué parte de la historia contarás con uno u otro tipo de narrador?
Pienso que en cada historia todo depende de quién lo cuente porque los lectores nos aproximamos al discurso de alguien más, sus emociones, formas de asimilar situaciones y lo que pretenden contar o no. Aquí cuando narra Esther es porque reconstruye su propio recuerdo de la hermana y una vez que sucede la desaparición no queda nada, el mundo de Esther se derrumba y es incapaz de volver a ese recuerdo. Y el narrador omnisciente tiene una visión más puntual de las cosas, panópticas, explora en otros personajes con mayor raciocinio y menos emoción.
–¿Cuáles fueron tus insumos para llevar esta historia a otro país, en este caso a España, con una mexicana migrante? ¿Qué tanto hay de tu propia vida cuando estudiaste en Barcelona, como ocurre con Esther?
Desde hace tiempo, o desde que imaginé esta historia, pensaba en los procesos de movilidad. Esther escogió cambiar de país porque podía y tenía las condiciones para poner tierra y mar de por medio entre ella y un recuerdo, pero otros personajes, como las chicas migrantes que tienen peor suerte lo hacen por necesidad. La novela sucede en un momento muy complejo para México cuando el crimen organizado, la guerra contra el narco y otras situaciones de las cuales no nos hemos librado marcaban una agenda de horror. Uno de los personajes, Octavio, es periodista y más o menos en ese momento el acoso a los periodistas era terrible, con atentados y persecuciones todo el tiempo, entonces yo quería contarlo desde fuera porque así me lo imaginaba, que el mundo percibe nuestra realidad basándose en historias de los medios de comunicación cuando es mucho más compleja.
-Hay una insistencia alrededor del desapego del hogar, el sentirse desligada de esos afectos y referentes primarios. ¿Dónde nace tu interés por ahondar en el desvanecimiento de “los hogares que pensábamos como reales”?
En la vida real, nace desde la infancia. Las fracturas reales configuran mucho de lo que escribo, me parecen esenciales porque son parte de mí y de mi manera de ver el mundo. Constantemente busco mecanismos para reparar esas fracturas y no se reparan del todo, las acepto y las reformulo en forma de ficción.
-Es muy abrupta la mudanza de la protagonista con su familia desde Martínez de la Torre a Ciudad de México y eso repercute en la historia que sigue. ¿Cómo trabajaste esa transición de la vida de un pueblo pequeño a una gran urbe?
Ha sido mi historia de vida, desde una primera infancia en un entorno rural, luego uno urbano en la periferia hasta ahora en la capital de mi país, con visitas ocasionales a todo tipo de entornos. Me gusta mucho pensar en la apropiación del espacio; hasta hoy he podido tener una noción de hogar y ha sido estando sola. Todo lo importante, como afectos y familia, está lejos de mí y me gusta que sea de esa manera; me gusta estar en lugares donde convivimos tantos que empezamos a ser puntos casi invisibles.
–La vida de Esther en España ya siendo adulta se siente similar a cuando llegó en su niñez a Ciudad de México. Ese sentirse “ajena” no ocurre solamente fuera de su país sino, incluso, dentro de él. ¿Cómo enriqueció la novela este concepto?
Siento que la enriquece porque forma parte de su identidad. Esther no pertenece física ni emocionalmente a nada, no tiene una noción de familia ideal porque desde niña supo que no sería su suerte, tampoco la de ser de un territorio porque ya no regresa al lugar de su infancia y eso es lo que quería mostrar con alguien como ella en esta historia: que muchos siempre transitamos a medias por espacios familiares y territoriales.
–El personaje de Octavio Ayala es un periodista que recibe amenazas mientras ayuda a resolver el caso de la desaparición de Irene, y sabemos que tienes amigos periodistas que fueron amenazados. Cuéntanos sobre el abordaje de ese tema y en dónde nació ese personaje.
Hace muchos años, más de una década, tenía amigos que eran becarios en periódicos del Golfo de México, entonces supe por primera vez que las amenazas no estaban solo orientadas a quienes firmaban las notas, sino a cualquiera que trabajara en la plantilla. Eso se me quedó en la mente; el simple hecho de colaborar con un periódico era válido para el crimen organizado. El acoso, primero sutil y después explícito, marcó una época tanto que hasta la fecha sigue siendo un asunto de gravedad. Octavio surgió de esas historias y de las de otras personas que tuvieron que dejar su lugar de origen por amenazas y abandonaron el ejercicio periodístico por ser una actividad de vida o muerte. La vida como la conocían o habían planeado se les vino abajo cuando la seguridad nacional, que nunca ha sido plena, se quebró.
Otro tema clave es la esquizofrenia de Irene. ¿Crees que la literatura ayuda a la conversación sobre temas que siguen siendo espinosos como es el caso de las enfermedades mentales?
Cuando escribí la novela, en 2017, no pensaba en el término “salud mental”. Eso vino después; ahora es la manera en la que muchos de sus lectores se refieren al tema principal de esta novela. Siento que la literatura trae a la mesa una discusión que tendría que darse en cualquier contexto porque al final es poner en palabras lo que existe; incluso los lectores me han compartido experiencias que tienen que ver con la condición mental.
También está el asunto de las desapariciones y los asesinatos de mujeres, las amenazas a los periodistas. ¿Cómo ves las literaturas que están poniendo estos temas sobre la mesa?
Es un tema inagotable porque así es nuestro panorama mundial. La violencia de género es lo de todos los días y si es tan visible en medios audiovisuales tendría que serlo en la literatura de ficción sin caer en el sensacionalismo de otros productos. No toda la literatura tendría que abordarlos porque también necesitamos distintas formas de ver otras realidades, pero apelo a que estas visiones creen un diálogo sobre lo más urgente.
En Niebla ardiente nos muestras a una familia fragmentada, mediante una narración que va revelando detalles clave y nos sumerge en esas grietas. ¿Cuál crees que es la gran paradoja y el gran reto de las familias hoy?
No sé si el concepto de familia sea el mismo; definitivamente la familia hegemónica es casi imposible. Están las demás familias, las reales, las que se conforman por distintos miembros que no necesariamente son sanguíneos, muchos tipos de familias y eso me gusta. Creo que las familias no son lugares seguros ni felices hasta que se procura que lo sean.
En algunas ocasiones has hablado sobre la importancia de una escritura que resuena en la incomodidad. ¿Qué es lo que suele ser más incómodo de tu literatura?
Probablemente, el hecho de abordar la violencia en los espacios más cotidianos. A menudo pensamos que eso solo es posible fuera de nuestro contexto, en los márgenes y lo marginal, cuando puede ser la propia familia con muchos recursos la que ejerce todo tipo de violencias.
En otra entrevista decías que estabas acostumbrada a narrar con voces masculinas porque era la literatura que había y, además, sentías que eso te validaba. ¿Qué ha sido lo más difícil o complejo de deconstruirte como escritora?
Un proceso muy difícil. De adolescente tenía muchísimos prejuicios, les hacía caso a comentarios machistas des personas sin ningún tipo de importancia más allá de la dominación que ejercían, leía autores porque era más sencillo y mi poco conocimiento me llevaba una y otra vez a lo mismo. Fue con los años y el acompañamiento de otras mujeres con las mismas inquietudes que yo que aprendí un poco más. Empecé una deconstrucción que no se termina y quizá nunca lo haga; me escuché, comencé a hablar en voz alta y a no pasar por alto esa dominación y vulneración que otros ejercían sobre mí. La validación de ellos ya no me interesa, solo me da risa, pero me hace reflexionar sobre qué tipo de adolescente fui, lo que no volvería a hacer y cómo me siento hoy. Muchas somos parte de un sistema horrible porque lo aprendimos y lo replicamos; teniendo conocimiento de ello sería un error volver ahí.