Memorias propias, memorias de otros, una depresión de siete años, viajes por el Amazonas, amistad y complicidades con autores como Gabriel García Márquez, Sergio Pitol y José Donoso, polémicas y peleas con unos cuantos aquí y allá. Es el camino literario recorrido por el escritor colombiano Marco Tulio Aguilera Garramuño, radicado en México. En su breve paso por Colombia conversamos con él sobre su obra.
—Cuéntenos sobre su novela Nostalgia del paraíso
Parte de un relato que me hizo Pedro Botero, cartógrafo del Amazonas colombiano, de una historia de amor con una indígena huitota. Fue una obsesión, una cosa extraña. Hay un aire de Joseph Conrad con El corazón de las tinieblas que está muy presente ahí. Es algo semejante −sin ser muy antropológico ni meterme en teorías−, como que en la selva hay un secreto ancestral, algo que nos quiere decir la selva y que todavía está en algunas personas. Esa fue la historia que me sirvió de partida para contar esta obsesión por el Amazonas. Yo comencé a viajar y a leer sobre esa región, sobre todo lo que tiene que ver con la selva colombiana: La vorágine, al Acta amazónica, que son un montón de volúmenes, el descubrimiento del río Amazonas por parte de esos que por primera vez lo navegaron sin saber dónde se estaban metiendo, y construyeron sus propios barcos para recorrerlo. El agua se los fue llevando y no podían parar. Claro, iban tras el oro, siguiendo la vieja historia de El Dorado, que también ha contado William Ospina. Entonces se trata de una novela muy narrativa y con muchas historias integradas a un personaje mío, una persona de la vida real que se llama Adolfo Montoya Vivas, que es un frenáptero. Es que yo dividí a los seres humanos en frenápteros y frenolitos: los primeros son de mente alada; los segundos, de mente petrificada. En Cali hay un frenáptero: es una persona que maneja todas las artes y es un iluminado. Cuando voy allá lo busco y lo sigo a todas partes. Sobre él escribí una novela que se llama Los placeres perdidos, que ganó el primer Premio José Eustasio Rivera, cuando se fundó el concurso. El frenáptero nació ahí y vuelve a vivir en esta novela, donde hay una sección dedicada a él, que es un personaje del paraíso, que es como le llamo a una finca preciosa donde vive.
—Háganos un recorrido breve por Formas de luz
Forma parte de un proyecto grandísimo que se llama El libro de la vida. Son diez volúmenes de los cuales se han publicado siete. Es el seguimiento de mi vida como un alter ego, desde mi pasado remoto, mis tiempos de mujeriego, deportista y escritor, y de mi depresión. Para ese libro se dieron tres circunstancias: una, soy escritor; dos, estuve deprimido siete años y decidí contar la enfermedad desde adentro; y tres, me dediqué a estudiar la depresión. Es una novela terrible, difícil, obsesiva, muy terrenal y sincera que entra a fondo en la naturaleza humana de la persona depresiva que está dispuesta a decirlo todo. Esa es una parte; la otra son mis memorias. Ese libro fue escrito en contraposición al de García Márquez, Vivir para contarla. A mí no me resultó convincente una vida de tanto esplendor, todo maravilloso. Sentí que faltaba la parte oscura y difícil; entonces escribí un libro donde llegué hasta la raíz de mi vida, que ha tenido momentos muy trágicos. Es muy entretenido porque no es una narración cronológica sino que va directo al corazón.
—¿Por qué decidió irse de Colombia?
Porque no tenía trabajo, por aventurar. Me ofrecieron un trabajo y también la posibilidad de estudiar en la Universidad de Kansas. Allá conocí a una mexicana con la que me iba a casar, cosa que no sucedió. Me casé con la que es hoy mi esposa. La de Kansas mandó a matar a mi mujer y eso está contado en Formas de luz. Es un libro que te agarra del cuello y te tortura porque es obsesivo. Creo que es una novela muy profunda. No es que yo sea superficial en lo que escribo, aunque hay algunas cosas superficiales. Breve historia de todas las cosas, que fue elogiada por García Márquez y por otros, sin duda es una novela agradable y divertida, pero superficial. A mucha gente le ha gustado y repiten y repiten que es mejor que Cien años de soledad, y esos comentarios se han convertido en una lápida para la novela porque es un truco publicitario muy gastado. Cada rato sale un nuevo García Márquez; yo inauguré ese cuento. Han dicho que es Franco, que es Rosero, Ospina, Tomás González.
—Ha vivido en Colombia y en México; ¿cree que realmente somos tan cercanos?
García Márquez es la obsesión y en el libro la obsesión llega a ser pesada. Con él me reuní muchas veces y fue muy divertido porque siempre estaba con el cuento de que habían dicho que mi libro era mejor que Cien años de soledad y a él eso le daba risa. La primera vez que lo tuvo en la mano se encerró en el local de la revista Alternativa a leerlo porque alguien le dijo: este muchacho es mejor escritor que tú. En la contraportada el editor Umberto Eco, el premiado en Frankfurt, decía que le gustaba más mi novela que la de García Márquez. La leyó en tiempo récord y me dijo: muchacho, se puede leer tu libro. En este libro reitero los encuentros con él… uno de los cuales es falso. Un día me iba a encontrar con él pero no estaba, entonces me inventé una entrevista muy minuciosa y la publiqué.
—¿Cómo conoció a Sergio Pitol?
Él y yo compartimos en 1978 un premio en la Universidad Veracruzana. Él vivía en Praga, ganó su premio que era de mucho dinero y fue a México a recibirlo. Fuimos relativamente amigos. A él le sucedió una cosa terrible y es que comenzó a perder la memoria y el habla. Él podía entender todo pero no podía hablar. Entonces se convirtió en un objeto cultural: lo llevaban para allá y para acá y lo mostraban, inauguraba exposiciones, pero ya estaba en otro mundo. Terminó convertido en el botín de un montón de vividores que lo usaban y lo explotaban para sus fines, se robaban sus libros y hasta la medalla Cervantes. Nunca lo volví a ver.
—Cuéntenos sobre Donoso y el concurso en el que fueron jurados
Fue aquí en el Hotel Tequendama. En años remotos fuimos jurados de un concurso llamado Vivencias auspiciado por la Licorera del Valle… un montón de dinero. Se trajeron a José Donoso, a Jonathan Titler de Cornell University y a mí. Yo era debutante en el mundo de la literatura, tenía como veintisiete años y estaba con ese monstruo de la literatura al frente. Nos hicimos muy amigos; el viejo era simpatiquísimo. Yo andaba con el cuento de que era periodista cultural y dije: aquí tengo un pez gordo. Fue una semana de deliberaciones y estuve pidiéndole una entrevista pero siempre me decía que ahí no se podía, que no y que no… solo hasta el penúltimo día me dijo: —Vamos a hacerla pero en mi cuarto. Yo iba con mi grabadora, le dije que empezáramos la entrevista y me dijo: —Déjate de pendejadas; acuéstate aquí conmigo (risas). Todo eso lo cuento en mis memorias. Había mucha camaradería y entonces le dije: —No, don Pepe, es que a mí solo me gustan las mujeres, tengo ese problema; y él: —Es igualito; es lo mismo. Por lo menos acuéstate aquí conmigo. De tanto insistir me acosté ahí. Cada tanto me ponía la mano en la pierna y yo la quitaba, pero como él había trasnochado todos los días (era un viejo borrachín y sinvergüenza que buscaba bares donde había negros y ese tipo de cosas), al rato le ganó el sueño y se durmió. Él había desconectado el teléfono para que no entraran llamadas, entonces se despertó, conectó el teléfono y entró la llamada de su esposa: —Marco Tulio, ¿has visto a José? Y yo: —No, nada. Al rato bajó la señora y tocó la puerta: —Yo sé que aquí está Pepe; dile que tenemos un compromiso. Fue genial. El último día me quise despedir pero sin sentimentalismos; le eché una hojita debajo de la puerta con mi despedida, entonces fue a buscarme al cuarto: —Así no se hacen las cosas, ¡tiene que ser personalmente! Ven aquí, macho, acuéstate encima mío… ¡Con su mujer al frente! Al final me abrazó y me dijo: —Nunca te voy a invitar a Chile porque eres peligroso. Hablaba mal de García Márquez; ¡era envidia!: —Es un pesado. Yo le contaba a García Márquez y me decía: —Pepe es un pesado (risas). Eran de mundos diferente; uno, un costeño dicharachero, y el otro, un señor de Princeton. Pero era muy buena gente. Cuando se iba a dar el resultado del concurso le dio taquicardia y dijo: —Se me va a hacer realidad el sueño de morir frente al público. Salió un médico, le hizo el examen y se estabilizó.
—Suele enfrascarte en discusiones con la gente…
Por andar peleando me bloqueó mucha gente. García Márquez me dijo: —Cuando dejes de pelear te va a ir bien con todo el mundo. Es que tengo una compulsión a decir la verdad y a no ocultar las cosas por política. Eso me ha impedido ganar muchas cosas pero me ha permitido seguir escribiendo sin las molestias del éxito. Yo estoy muy satisfecho con lo que he hecho y sé que es bueno; no tiene comparación alguna con muchos escritores muy famosos y muy vendedores que tienen mucho éxito pero no la calidad suficiente que sostenga una verdadera literatura. Lo mío sí lo tiene porque me he marginado de la posibilidad del éxito. Yo lo busco pero le pongo un contrapeso.
