Un café en Buenos Aires con Ariel Basile

No. 7178 Bogotá, Sábado 5 de Septiembre del 2015

Un café en Buenos Aires con Ariel Basile

Por: Pablo Di Marco / Buenos Aires, Argentina /Especial para Libros & Letras / 
Es gracioso como todavía queda gente que le pregunta al autor de cuentos: “¿Y para cuándo la novela?”. O con qué facilidad se le dice al escritor de novelas: “Seguro que tenés escritos varios cuentos, ¿no?”. 
No es nada sencillo dominar la cuerda que tensa y afloja el andamiaje de dos géneros solo en apariencia similares. Sin embargo, hay escritores que en base a talento y esfuerzo —no olvidemos que un escritor es ante todo un trabajador— lo consiguen. El café de hoy lo comparto con uno de ellos: el escritor y periodista Ariel Basile, autor de la premiada novela Por la banquina y del libro de cuentos Trabajos de oficina. No se me ocurre mejor compañero de café para conversar sobre periodismo y literatura, bares y librerías en los que nos sentimos como en casa, y el paso de los años a la hora de escribir. 
Tu novela Por la banquina se sostiene sobre tres pilares: un protagonista adorablemente corrupto (un “chanta” según la jerga porteña), una prosa pulida, y un humor que en varios pasajes me hizo reír a carcajadas. Por desgracia, sigue habiendo lectores (y críticos) que consideran que la alta literatura no puede ir de la mano del humor, como si El Quijote y La vida de Lazarillo de Tormes no fuesen, por sobre todas las cosas, libros muy divertidos. ¿Coincidís? 
A: Coincido. Aunque en los últimos tiempos se revalorizaron autores que tomaron el humor como parte de su trabajo y que en su momento no tuvieron el reconocimiento de la crítica. Y se me ocurre Soriano como ejemplo. En lo personal, tengo que divertirme en el proceso de escritura. Ahora estoy metido en una novela que empieza con un muerto adentro de un baúl; y pese a que los asesinatos son parte de la trama, termino yendo para las ironías y los disparates, que por otra parte, entiendo, son parte del mundo real. Si yo sonrío releyendo algo escrito por mí solo a las dos de la mañana y a oscuras, en general después esos fragmentos terminan con un impacto similar en los lectores de mi círculo de conocidos, de los que tengo una devolución. De todas formas, antes que literatura alta o baja, prefiero hablar de literatura buena o mala. Y, como lector, para mí la literatura buena tiene que cumplir ciertas premisas: contar una historia (aunque parezca obvio, no lo es tanto), que esa historia esté bien narrada, y que genere alguna emoción. Y esa emoción puede ser la risa. 
—Trabajás como periodista en uno de los diarios más importantes de Argentina. ¿Qué le quita y qué le agrega el periodismo a tu escritura? 
A: En mi caso, la literatura es previa al periodismo. Antes de entrar al diario fui diez años bancario. El motivo principal de mi salto al periodismo fue la intención de vivir escribiendo y de estar más cerca de las palabras. Y, paradójicamente, hoy me doy cuenta de que escribía muchísima más literatura siendo bancario que ahora. Quizás hacer notas todo el tiempo te saca las ganas de llegar a la noche a tu casa y ponerte a escribir un cuento. Además, en el periodismo a veces se termina escribiendo de forma más automatizada, con menos cuidado. Con lo cual, periodismo y literatura no se asemejan demasiado. Entonces, lo que me quitó es tiempo de escritura creativa y perdí esa necesidad literaria que tenía en mis años pre-periodismo. Lo que gané es tener todo el tiempo la mano caliente. A los escritores nos cuesta ser fluidos cuando estamos un tiempo sin escribir por el motivo que fuera. Te endurecés, como cuando estás unos años sin correr y un día se te ocurre salir a trotar. Esto es lo mismo, tiene mucho de gimnasia. Entonces, trabajar en un diario hace que sienta menos esos baches, que los parates se noten menos. 
—El que tus libros hayan sido elogiados por autores reconocidos como Vicente Battista, ¿es un aliciente o una responsabilidad extra a la hora de seguir escribiendo?
A: Es un aliciente, sin dudas. Tanto Por la banquina como Trabajos de oficina traté de hacérselo llegar a escritores cuya obra me resulta interesante. Por un lado, cuando después de varios meses de habérselo enviado llega un mail elogioso de un autor que admiro, como puede ser Vicente, Jorge Asís, Horacio Salas, Guillermo Martínez, Sacheri, inflo el pecho. Pero el verdadero valor es que me ratifica que el camino es el correcto. A veces, en especial en el proceso de corrección, leo tantas veces mi libro que pierdo distancia. Termino mareado. Entonces, un elogio de un autor que respeto, que tiene trayectoria y escribió muchísimo más que yo, me incentiva y me reconforta.
—En 2014 publicaste un cuidado y maduro libro de cuentos titulado Trabajos de oficina. Tengo mis dudas sobre si existe “el oficio” a la hora de escribir. A veces creo que todo autor es un aprendiz ante la página en blanco. ¿Qué aprendiste y qué perdiste desde tus primeros escritos a hoy?
A: Me sale inmediata la respuesta: gané técnica, perdí frescura. Lo tengo bastante claro. A los veinte años se me ocurrían más ideas, más disparadores y avanzaba sobre eso. Muchas veces sin tener el final de la historia. Por supuesto, el riesgo es terminar enfrascado y tirar a la basura buena parte de esos textos. Pero también salieron cosas interesantes que jamás habrían existido si hubiese esperado a tener un plan más acabado antes de sentarme a escribir. Quizás tuve que retrabajar muchos cuentos por esa manía de avanzar a tientas. Hoy no puedo sentarme a escribir si no tengo una idea, al menos general, de los puntos centrales de un relato. Tal vez hoy las primeras versiones están mejores que las de los primeros escritos, pero siento menos frescura por esa búsqueda del plan y de la técnica. 
—Nombrame el último libro que leíste que te haya conmovido.
A: En general me conmueven los personajes que tienen mi edad, entre treinta y cuarenta años, y una buena cantidad de derrotas a cuestas. Ahora estoy leyendo New Pompey de Horacio Convertini, y hay momentos muy fuertes en la historia del personaje principal, que para colmo transcurren en Pompeya, que es el barrio donde me crié. Este año releí Los reventados de Asís, y esa serie de chantas y buscavidas me generan compasión por esa imposibilidad de base que tienen de alcanzar cualquier cosa parecida al éxito. 
—Decime, Ariel: ¿cuál es tu librería preferida de Buenos Aires?
A: No tengo una preferida. En general cuando voy a la librería ya tengo decidido qué comprar. Por referencias, por comentarios, por reseñas. Entonces, en esa búsqueda puedo caer en cualquier librería, y no le escapo a las grandes cadenas. Hoy, porque doy un taller ahí, frecuento seguido una que está en Parque Patricios, que se llama Vuelvo al Sur. Tiene muy buen criterio para lectores con gustos como los míos. 
—No la conozco. Prometo visitarla. Vamos con la última, Ariel: Te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería, a qué bar lo llevarías, y qué pregunta le harías.
A: Lo invitaría a Roberto Arlt a cualquier bar de esos donde el tiempo no pasa y que abundan en los barrios. Le preguntaría cuándo, cómo y por qué empezó a escribir. Nada más. O a Soriano, que trabajó en el mismo diario donde yo trabajo ahora, a comer a la pizzería San Antonio, de Garay y Boedo, pero para hablar de San Lorenzo y de cómo se las ingenió para llevar la creatividad al periodismo. O me encontraría con Vargas Llosa en un bar clásico de gente bien y le preguntaría cómo trabaja, qué método usa para mezclar tan bien las historias personales con los contextos sociales. O me juntaría con Walsh en una parrilla, pero ya me excedí, ¿no?

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