
No. 5.806, Bogotá, Domingo 25 de Septiembre del 2011
Los poemas se pierden con gran facilidad bajo los sofás, lo cual sin duda es uno de sus encantos.
Stephen King
Maureén Maya
Ninguno asesinato es uno más; cada víctima tiene sus dolientes, su historia de vida
Por: Jorge Consuegra (Libros y Letras)
Última parte
En esta última parte, la periodista, investigadora e historiadora Maureén Maya nos habla de su libro Camino minado ( B ) que, sin lugar a dudas, es para pensar, para reflexionar, para no permitir que pase el tiempo y todo quede en el olvido.
– ¿Tu libro invita a la reflexión o más bien es un libro de denuncia?
– Invita a recordar lo que no podemos ni debemos olvidar. Invita a unir esfuerzos y a procurar enormes conquistas humanas, sociales y sobre todo, judiciales para cambiar el curso de una historia dominada por el miedo, la violencia y la tergiversación del poder.
Es importante recordar para entender. Recordar por ejemplo, tras la firma de Paz de la Uribe en 1984 y el surgimiento de la UP se desató una campaña de asesinatos, desapariciones, ejecuciones, persecuciones y terrorismo estatal, por lo que nadie ha sido responsabilizado. Era y sigue siendo, la invisible mano negra que opera a hurtadillas del establecimiento, pero la realidad es que esa mano negra no es tan marginal como quieren mostrarlo; esa mano si tiene un dueño, si está ligada y obedece a los poderes económicos y políticos del país y opera como una máquina de muerte dirigida al más alto nivel.
– ¿Por qué Camino minado?
– Porque el proceso de investigación, denuncia y búsqueda de justicia que hizo que el caso terminara siendo evaluado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y luego fuera fallado por la Corte IDH, que condenó al Estado como responsable por este crimen, fue constantemente torpedeado; fue un verdadero camino minado. La acción parcial de la justicia que hasta la fecha se ha logrado fue posible gracias al esfuerzo de los familiares, algunos funcionarios judiciales y los abogados de organizaciones sociales comprometidos con la defensa de los derechos humanos. Durante este proceso se trató más de una vez de desviar el curso de las investigaciones, de buscar responsables que no tenían relación con el hecho, de encubrir a sus reales responsables, y aún hoy, 18 años después, no se conoce el nombre de todos los asesinos intelectuales. La declaración que rindió Carlos Ossa Escobar ante la Notaria Tercera de Bogotá hace unos meses atrás, es bastante elocuente al respecto. Ossa cuenta que estando en una reunión política, se encontró con el entonces ministro de la Defensa, Rafael Samudio Molina y le comento que estaba muy preocupado porque todos los días estaban asesinando a un integrante de la UP. El Ministro, fríamente le respondió que a ese ritmo (de uno por día) no iban a acabar nunca. Claramente se entiende que existe una complicidad en la ejecución de los asesinatos. ¿Quién opina de este modo? Un criminal no hay duda.
– ¿El de él es otro crimen que engrosa la inmensa lista de “no descansaremos hasta encontrar a los culpables”, léase “impunidad”?
– Lamentablemente si aunque la persistencia de sus familiares ha hecho posible avances impensables. La sentencia de la Corte IDH es de máxima importancia porque por allí se podría empezar a reconocer la responsabilidad del Estado en múltiples hechos de violencia y crímenes de lesa humanidad. El caso Manuel Cepeda registra avances significativos en materia de justicia, como el hecho de que los autores materiales, dos militares, hayan sido identificados y procesados aunque ya estén en libertad; o que el Estado haya sido obligado a reconocer su responsabilidad en este crimen o que un alto tribunal de justicia haya afirmado que nunca existieron vínculos entre Cepeda y las FARC; pero estos logros son el resultado de enormes y valientes luchas individuales; no de una acción decidida y ejemplar por parte los gobiernos de turno de Colombia o de los órganos encargados de administrar e impartir justicia. Aún se deben revelar los nombres de los asesinos intelectuales para poner fin a la impunidad en este caso.
– ¿Este asesinato fue “uno más” o “UNO MÁS”?
– Ninguno asesinato es uno más; cada víctima tiene sus dolientes, su historia de vida y sus apuestas con el cambio social y político. Cada ser sacrificado es importante para la historia y debe ser recordado y exaltado. Hay seres humanos con mayor visibilidad social, con mayor protagonismo o que cuentan con elementos de formación que los hace más contundentes en su trabajo e interpretaciones de la realidad política de un país y por ello su muerte tiene una mayor repercusión social, pero lo cierto es que cada asesinato, sin importar el color de la víctima o su nivel de formación, es una derrota para la sociedad y para la humanidad.
– ¿Los riesgos?
– Son parte de la vida. Hay quienes critican y ven en la defensa de los derechos un sinsentido porque esta defensa, que debiera ser prioridad de toda la humanidad, se interpreta como una vocación de martirio que lleva a muchos a dar la vida por la causa de defender la vida, pero las razones que llevan a perseverar en este empeño, nos indican que no se trata de buscar la muerte, sino al contrario, se trata de mantener la coherencia con nuestro sentido humano; de obedecer al mandato que tenemos de oponernos a todo aquello que se constituye en afrenta a la dignidad, a nuestra conciencia y en asumir el deber de defender y preservar la vida en cualquiera de sus múltiples y maravillosas expresiones. Temería a los riesgos si mi accionar estuviera ciegamente motivado por el odio o el revanchismo, y a través de ellos tuviera que justificar alguna acción delictiva. No es el caso. Sólo investigo casos, los escribo y comparto el resultado en un intento por aportar a la memoria y reconciliación de este país.
– ¿Cómo viste los ocho anteriores, desde el punto de vista de Gobierno? ¿Es posible que hagas una muy breve radiografía al respecto?
– Un gobierno precario moralmente que hizo del crimen una empresa rentable y justificable. Ocho años de sevicia, de engaños y de derrumbe social y moral. Aún no conocemos los efectos reales de haber padecido un gobierno tan corrupto y criminal como fue el anterior, pero ya poco a poco se empiezan a revelar algunos aspectos de la máquina criminal que nos dominó y que logró pervertir los cimientos democráticos de una sociedad. Uribe es heredero de un país permeado por la mafia que logró, como fiel representante de ese proyecto, poner al servicio del crimen y la corrupción todo el andamiaje institucional que soporta a un Estado. Los ochos años de gobierno de Uribe profundizaron la tragedia colombiana y nos sumergió en el fondo más siniestro de nuestra oscura historia.
– ¿Crees que hubo bastantes preocupaciones desde el campo de los periodistas?
– Preocupaciones si, tal vez, pero también acciones que aunque fueron limitadas, reflejan esfuerzos extraordinarios por parte de algunos periodistas por revelar la magnitud de nuestra decadencia; no obstante, muchos comunicadores fueron silenciados por la estrategia mediática que se impuso, a través de la cual todo podía ser fácilmente desechado y olvidado, un escándalo tapa otro o se proponen escenarios ficticios de confrontación política para ocultar otros hechos, esa fue la estrategia. También otros periodistas fueron víctimas de una audaz manipulación de la información y de la estrategia de Uribe de recurrir al engaño, la mentira, la calumnia y las estigmatizaciones contra sus opositores políticos o contra quien cuestionara sus modelo mafioso, en un intento por restarlos moral, política o intelectualmente.
– ¿Cómo ves la memoria de los colombianos?
– Precaria y selectiva.
– ¿Qué se requiere para que todos los días estemos recuperando la memoria y no perdiéndola?
– Conciencia sobre lo que somos y vivimos como resultado de un proceso histórico marcado por hechos que deben ser aclarados y superados.
– Todos los libros que has publicado tienen un afecto especial para ti ¿Pero hay uno que quieras un poquito más?
– No, cada uno es diferente y demanda un esfuerzo diferente. Creo que todos tienen como común denominador el hastío por la injusticia, la necesidad de renunciar al miedo y al obligado silencio y el deber de contar las historias de lucha y dolor, de entrega y misticismo, de quienes han asumido con absoluta convicción el deber de trabajar en la construcción de una mejor sociedad.