José Saramago: La moral insurrecta

Por: Amparo Osorio y Gonzalo Márquez Cristo/ “Con-fabulación”. 
Nota: este es apenas un segmento de la excelente entrevista hecha por los directores de “Con-fabulación”. La entrevista total se puede leer en la respectiva web. 
La tribu sensible ha quedado huérfana. El pasado 18 de Junio en la isla española de Lanzarote murió José Saramago quien había nacido en Azinhaga Portugal en 1922; y le fuera otorgado el Premio Nobel de Literatura en 1998, único concedido a un
escritor de lengua portuguesa. 
La globalización, el fracaso del capitalismo, la incomunicación, las servidumbres de la contemporaneidad, son algunos de los temas tratados con este soñador que incesantemente propuso en su fértil existencia la renovación de la utopía y que siempre se obstinó en imaginar una oportunidad para lo humano en la Tierra.
La siguiente lúcida conversación con el gran escritor portugués fue realizada en Bogotá para el No. 14 de la revista Común Presencia durante su visita promocional de la novela La Caverna y la reproducimos aquí en su totalidad para el placer de todos los confabulados. 
La noche del Jueves 22 de Febrero mientras dos mil personas escuchaban al último (¿al primero?) de los seres humanos en el teatro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá, afuera bajo un aguacero torrencial setecientos admiradores que no lograron ingresar gritaron arengas y golpearon las puertas doradas con paraguas, llaveros y monedas, permaneciendo durante más de una hora amotinados bajo el inclemente clima, con la esperanza de que la severa administración cediera a su clamor y les permitiera compartir con este premio Nobel portugués las horas tan esperadas de su crítica lúcida y de su sabio cinismo. 
El mitin se fue haciendo más ruidoso y aunque el propio Saramago se solidarizó con los frustrados fanáticos, no sólo se les negó el acceso sino que se decidió acudir a la policía para dispersarlos. Vimos a estudiantes, senadores, figuras de la vida pública, colegialas de uniforme a cuadros, mimos e intelectuales, desplegando su furia por la prohibición de entrar. La multitud continuó creciendo mientras por los corredores posteriores, un grupo de elegantes señoras que golpeaba con sus joyas decidió quitarse los zapatos y todas sus prendas de material sonoro con el propósito de lanzar su postrera acometida. Infructuosamente se cantaron consignas, se tocaron canciones en clave morse y se promulgó el derecho a escuchar a quien es reconocido como uno de los más fervientes difusores de la libertad. Luego una horda de bellas mujeres sacando sus lápices labiales pintó en el techo y las paredes mensajes de amor para este incansable renovador de utopías, que dijo lo que todos queríamos oír y que despertó las pasiones más exaltadas entre sus obsesivos lectores colombianos; dejando coloridos graffitis que sólo pretendieron testimoniar la necesidad de su fuerte presencia entre nosotros: “Amado Saramago, La tribu sensible presente, Saramago quédate en Colombia, Saramago mago…” 
Así le narramos lo ocurrido afuera del teatro Jorge Eliécer Gaitán dos días antes durante su presentación y sonriendo al escuchar la pequeña crónica dijo: 
– Tendré que volver. Sin embargo no me explico el fenómeno de tan desmesurada convocatoria, no soy un cantante de rock y tan sólo expreso lo que por el miedo o la sumisión está proscrito. Aclaro que siempre he sido marginal, y aunque tal vez piensen que un escritor con mis reconocimientos no puede serlo, soy un ser en contravía. Alguien que no se conforma con conocer el dolor sino que necesita denunciarlo, una persona que a pesar de los horrores que inventó el siglo XX todavía sueña con dignificar el porvenir. Debemos propiciar todo el escándalo social posible para mejorar la vida, emprender una insurrección moral, étnica, humana. 
– Hace poco usted estuvo en Angola, presentando alguno de sus libros, exactamente en Luanda – no en Londres, ni en París o Nueva York, lo cual es admirable-, y allí dijo algo conmovedor: “Vivimos una sociedad excluida, fragmentada, que hace que cada día desaparezcan especies animales, vegetales, lenguas y culturas, y si no tomamos precauciones convertiremos muy pronto a la Tierra en un desierto”. 
– Todos los años exterminamos comunidades indígenas, millares de hectáreas de bosques e incluso innumerables palabras de nuestros idiomas. Cada minuto extinguimos una especie de pájaros y alguien en algún lugar recóndito contempla por última vez en la Tierra una determinada flor. Konrad Lorenz no se equivocó al decir que: somos el eslabón perdido entre el mono y el ser humano. Eso somos, una especie que gira sin hallar su horizonte, un proyecto inconcluso. Se ha hablado bastante últimamente del genoma y al parecer lo único que nos distancia en realidad de los animales es nuestra capacidad de esperanza. Hemos producido una cultura de la devastación basada muchas veces en el engaño de la superioridad de las razas, de los dioses, y sustentada por la inhumanidad del poder económico. Siempre me ha parecido increíble que una sociedad tan pragmática como la occidental haya deificado cosas abstractas como ese papel llamado dinero y una cadena de imágenes efímeras. Debemos fortalecer, como tantas veces lo he dicho, la tribu de la sensibilidad… ¿Para qué construir grandes autopistas, transbordadores espaciales, o enormes rascacielos cuando aún no se ha solucionado el problema elemental del hambre? 
– Usted cita con frecuencia la frase del heterónimo de Pessoa: Ricardo Reis, protagonista de una de sus más reconocidas novelas: “Sabio es el que se contenta con el espectáculo del mundo”… 
– Sí, pero no estoy de acuerdo con esa frase que durante años ha sido para mí una contradicción. Después de Hiroshima, de los campos de exterminio y de las múltiples guerras imaginadas por el hombre, que nunca se fatiga de improvisar el horror, ¿cómo creer que es sabio contentarse con el espectáculo del mundo? Cuando decidí escribir La muerte de Ricardo Reis para completar la biografía de este personaje, de quien Pessoa jamás dijo que había muerto, quise resolver un conflicto que tenía con aquel poeta que produjo una influencia gigante, terrible, sobre toda la literatura portuguesa, y cuestionar su inocente sentencia. Hoy sólo espero que piensen que he sobrevivido a su sombra. 
– “Si no nos salvamos todos yo no quiero salvarme” infirió Iván Karamazov… 
– Es una idea irrebatible. Dostoyevski creía que la sensibilidad debe servir para solidarizarnos con el dolor, porque si no es así, me parece estéril. Una sensibilidad refinada para disfrutar la estética es importante pero es inútil. Ni un artista, ni un científico, por talentoso que sea, puede tener más significancia que un verdadero ser humano. 
– ¿Al escuchar su discurso de aceptación del Premio Nobel se podría pensar que la pobreza a pesar de ser una fatalidad está provista de cierta lucidez que hace mirar al mundo con mayor profundidad? 
– No estoy muy seguro. La pobreza es una humillación. Yo escribí una obra de teatro llamada La segunda muerte de Francisco de Asís, en la que imagino que este hombre regresa y encuentra su Orden convertida en otra cosa, y fracasa en su intento por recobrar su pensamiento original. Decepcionado, en una escena posterior busca a los pobres con el objetivo de conminarlos a la pureza inicial y ellos le replican: “Tú quisiste ser pobre y eso es cosa tuya, nosotros lo somos y no queremos serlo”… Y al final Francisco reflexiona con desolación: “Siempre estuve equivocado, la pobreza no es santa”. La lucidez entonces a la que se refiere la pregunta, tendría más que ver con cada persona que con una situación determinada. Hay quienes pueden sobrevivir a innumerables carencias, a desconocimientos, a estigmatizaciones de toda índole, pero la mayor parte es aplastada, y todo su horizonte se reduce a poder desayunar el día siguiente. 
– En el mismo discurso usted relata un conmovedor pasaje de su infancia en el que su abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, al presentir que la muerte venía a buscarlo se despidió de los árboles de su huerto abrazándolos y llorando porque sabía que nunca los volvería a ver… 
– Es un recuerdo poético, la memoria siempre da pinceladas sobre los rostros y convierte a todo el mundo en una especie de personaje, de creación imaginaria. La memoria es el dramaturgo que tienen adentro todos los hombres, pone en escena e inventa un disfraz para cada ser vinculado con nosotros. La distancia entre lo que fue una persona y lo que se recuerda de ella es literatura. Las evocaciones primigenias, las primeras percepciones de la vida, de su riesgo, de sus desprendimientos, son determinantes; porque producen imágenes que dejan tatuajes y afloran sin darnos cuenta en todo proceso artístico. Además la memoria es una centinela imprescindible, la vigía que impide a la injusticia reinar, que no permite que olvidemos Auschwitz, Actael en Chiapas, Sarajevo, Nagasaki, y tantas equivocaciones y masacres; y si acudimos a ella para referimos a un país como Colombia podríamos dibujar un mapa invadido de puntos rojos, de lugares que antes eran mágicos y hoy son apenas nombres que nos hacen temblar. 
– Usted ha dicho que la nueva esclavitud es el temor a perder el empleo, y en su trilogía compuesta por Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres y La caverna, plantea un mundo donde la mirada ha sido sometida… 
– Yo sólo digo lo que todos sabemos, el ser humano es la única prioridad pero ha sido convertido en una herramienta que se desecha. Vivimos tiempos confusos, contradictorios e injustos. Se institucionalizó un sistema más nefasto que los anteriores, porque al menos durante la época de la esclavitud o del feudalismo el oprimido conocía su desdicha, mientras ahora nadie se da cuenta de su terrible subyugación, de su incesante miedo. El espíritu de la competencia ha sido lamentable para el mundo, a todos los seres se les induce a superar a sus prójimos, olvidando que tenemos un compromiso común. En todas partes se educa para la guerra y jamás para la paz, se nos somete a la estúpida adoración de una bandera o un himno nacional, se idealizan las razas y los pueblos y se delimitan en forma excluyente las fronteras. Pienso que si no encontramos la forma de vivir juntos, si no nos unimos en lo benéfico que le pasa a los seres humanos, no nos salvaremos… Estamos siendo aniquilados, derrotados, invadidos… porque no usamos el único remedio que existe: la solidaridad y la humanización. No soy un profeta, pero no tolero la premisa de que sólo se puede vivir marginando, explotando, avasallando, y por el otro lado soportando la humillación en silencio. Se me dice con frecuencia: “Ya te ganaste el Nobel, ya no tienes preocupaciones”, y yo contesto: “¿Cómo no preocuparse si el horror cada minuto desgarra la tierra? ¿Cómo no continuar en pie de alerta cuando nos han transformado en una raza de cíclopes, en seres de mirada unidireccional controlados por las imposiciones del consumo?”. Lo pienso y lo reitero: debemos establecer una sociedad que nos permita recuperar la condición humana impidiendo que se nos convierta en hormigas, lo cual sería lamentable, aunque en el fondo yo pienso que sería peor ver a las hormigas convertirse en hombres, porque en ese caso no habría opción para la Tierra.

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