“Quería entender a los otros, a partir del hecho de estar
con ellos”
Conversación con el
periodista, investigador y profesor asociado del Centro de Estudios en
Periodismo – CEPER de la Universidad de los Andes sobre las crónicas que
inspiraron un libro y la nueva exposición temporal del Museo de Bogotá.
Vista desde la calle durante la temporada de invierno, una
lámpara encendida en cualquier casa de Nueva York despertaba la curiosidad de Lorenzo
Morales por saber quién vivía en ese lugar, por qué lo habitaba, de dónde
venía y cuál era su vida.
Ahí, dice él, “surgió el germen de atravesar ventanas y
entrar a las casas” para hacer esas preguntas, aunque encontró respuestas lejos
de la ciudad donde trabajó como reportero político en el diario La Prensa
y en la National Public Radio. Bogotá le ofreció a Lorenzo Morales, de
2016 a 2020, treinta hogares que le abrieron las puertas en diferentes
localidades de la ciudad, ocupados por personas que no saben qué es una
temporada de nieve, pero buscan resguardarse del frío todos los días, y algunas
que atesoran el recuerdo de la brisa marina, entre muchas otras.
Las crónicas que surgieron del recorrido de Morales,
en el cual lo acompañaron Juanita Escobar, Nadège Mazars, Miguel
Winograd y Mateo Pérez (su equipo de fotógrafos), inspiraron la
exposición “Adentro.
Formas de vida en Bogotá”, que el Museo de Bogotá tendrá
abierta al público del 22 de noviembre de 2020 a junio de 2021, y que la
Universidad de los Andes y el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural – IDPC
presentarán en un libro que lleva el mismo nombre de la exposición.
Aunque no entramos a su casa, dialogamos con Lorenzo
Morales sobre el género de la crónica, la empatía y acerca de lo que se
privilegia y se margina al narrar Bogotá.
Museo de Bogotá: ¿Por qué fijarse en unas casas para contar las historias de quienes las
habitan?
Lorenzo Morales: Nuestras casas dicen mucho de
nosotros. En ellas están encerradas nuestras vidas. Incluso lo que vamos
dejando atrás, a veces queda guardado en la casa: un mueble, un libro, un
cuadro, una mesa o una silla que tiene una historia. Y aunque esa ya no sea
nuestra vida, la seguimos atesorando. Eso era lo que quería mirar y entender. Además,
siempre he tenido ese espíritu fisgón que me deja la inquietud sobre cómo viven
las personas.
MdB: ¿De qué le sirvió ese espíritu fisgón para este
proyecto?
LM: Fisgoneo con el ánimo de conocer a los demás, no como el
simple “chismógrafo” o el voyerista que se quiere asomar por una rendija, sino
pasar un tiempo con las personas y conocerlas, por supuesto de manera fugaz. Lo
que traté con estas visitas siempre fue entender cómo la gente se relaciona con
el espacio en el que vive. Creo que algunas historias están más enfocadas en
las personas y fue más difícil relacionarlas del todo con sus espacios, pero
hay otras que tienen como eje la casa misma. En todas las historias, la
inquietud fue la de siempre: de qué manera el lugar en el que vivimos dice algo
de nosotros, pero también cómo nosotros convertimos ese lugar en lo que es.
MdB: ¿Y por qué recurrir a la crónica para contar esas
historias?
LM: La crónica me permitió generar esa sensación doméstica de
sentirse en casa. Además, era el género que más flexibilidad me daba para
contar historias pues nunca sabía yo del todo con qué me iba a encontrar. A las
familias que entrevisté no las conocía, entonces siempre había una dosis de
incertidumbre y la crónica permite escoger estilos: en algunas de las historias
que escribí soy el narrador, en otras dejo que los personajes narren, algunas
son más poéticas y otras crónicas son más secas y directas, en un lenguaje más
periodístico. Tal vez mi propia fatiga salvó a lector de tener treinta crónicas
que fueran iguales, aunque las historias fueran diferentes. Eso significa que
hay una cierta variedad en el tono y en el estilo, porque yo también me cansaba
de hacer lo mismo en cada casa. Además, hay que tener en cuenta que en este
proyecto tardé cuatro años y en ese tiempo un autor cambia y la huella de eso
queda en el resultado final.
MdB: ¿Cuál es la ventaja de trabajar el periodismo con la
calma que usted tuvo para la creación de estas crónicas?
LM: Yo he trabajado también en lugares con un ritmo más
acelerado y debo decir que, aunque se sufre, hay una cierta gratificación del
día a día. En Nueva York trabajaba en un diario que tenía un ritmo bastante
intenso, por ejemplo. Pero cuando uno busca hacer algo más que simplemente dar
una noticia y quiere contar de forma más profunda la historia de alguien, se necesita
un ritmo diferente. Los periodistas podemos ser un poco atropellados con
nuestros personajes o con nuestras fuentes y creo que eso hubiera sido
contraproducente para este proyecto. Yo quería entender a los otros, a partir
del hecho de estar con ellos y dedicarles tiempo. Esa es una de las claves de
la crónica: estar ahí y pasar tiempo.
MdB: En esos cuatro años que dedicó a su trabajo, ¿qué puede
decir del pasado reciente de Bogotá y de su presente?
LM: Si se trata de cambios, los vi, pero no tanto porque la
ciudad se transformara, sino porque hicimos un esfuerzo de ir a los barrios y
localidades fuera de nuestros recorridos habituales. Puede que sea la de otros,
pero de nuestra Bogotá [la de los fotógrafos y Lorenzo Morales] no lo eran. Fue
un descubrimiento de una nueva ciudad.
MdB: Por cierto, cuando se narra Bogotá, ¿cree que hay
sectores que se privilegien sobre otros? ¿Hay lugares de Bogotá que estén
marginados de ser narrados, inclusive con sus habitantes?
LM: Son preguntas que me inquietan como periodista, porque en
general creo que la producción de información tiene unos polos muy marcados de
dónde se origina esa información: en Colombia surge de las grandes ciudades y
hay unos territorios inmensos donde no hay medios de comunicación, como diarios
o emisoras, con los que podamos conocer las historias de esos lugares. De
hecho, a escala de ciudad se repite lo mismo que en el país: hay zonas que
tienen mayor cubrimiento que otras. Tal vez depende de la ubicación de las
sedes de los periódicos o las emisoras y de los recorridos mismos de los reporteros.
Inevitablemente, en una ciudad de más de 8’000.000 de habitantes, no podemos
estar en todas partes y hay una tendencia a cubrir más unas áreas y dejar por
fuera otras. Un caso evidente en las crónicas es Sumapaz, se nos olvida que es
parte de la ciudad por su condición rural y no hay nadie que le cuente al resto
de la ciudad lo que pasa en la localidad. Es una ciudad olvidada y perdida para
las grandes narrativas de Bogotá. Lo mismo pasa con las élites: el periodismo
cuenta muy poco el privilegio. Yo busqué hacerlo en las crónicas.
«El libro uno puede recorrerlo sentado. En este caso, pensé la publicación como un recorrido que llevara al lector a las casas más pequeñas y luego a las más grandes, en parte porque me parecía interesante que se rompiera el prejuicio de la casa pequeña habitada por el más pobre y la más grande ocupada por el más rico.»
MdB: ¿Qué similitud puede encontrar usted entre un libro y un
museo?
LM: En que ambos son un recorrido. El museo plantea una
experiencia con todo el cuerpo: entras a una sala, luego a otra, caminas por el
museo, te detienes a mirar. El libro uno puede recorrerlo sentado. En este caso,
pensé la publicación como un recorrido que llevara al lector a las casas más
pequeñas y luego a las más grandes, en parte porque me parecía interesante que
se rompiera el prejuicio de la casa pequeña habitada por el más pobre y la más
grande ocupada por el más rico. Hay algo de eso, pero en las crónicas uno encuentra
que hay personas no tan ricas que tienen el privilegio de vivir en espacios muy
amplios y viceversa: gente que puede vivir en casas mucho más grandes, pero no
lo hacen. Uno de los personajes que entrevisté dijo que no vivía en un espacio
más amplio “para no meter mugre”.
MdB: A propósito de los personajes que entrevistó: Susana Sánchez le preguntó durante la
conversación que tuvo con ella y con su hija, Susén, si la entrevista se iba a
convertir en algo “real” y eso a usted lo confrontó. ¿La exposición puede
significar una dosis de “realidad”?
LM: Para
mí ese suceso fue una parte importante de todo el proceso del libro, en parte
por la franqueza con la que Susana nos lo dijo. Además, lo hizo con fastidio y
me pareció una sensación válida que yo le respondí y también a los lectores.
Cuando uno cuenta historias siente que está haciendo algo importante y en este
caso, como digo en la introducción del libro, es dejar una instantánea de la
ciudad. No pretende ser la gran historia de Bogotá, ni el gran relato, pero es eso,
una instantánea. Y yo creo (esto puede sonar a frase de cajón) que las
historias pueden cambiar al mundo, a las ciudades y a las personas. El simple
hecho de verse reflejados, bien sea por similitud o por diferencia con otros,
puede aportar una dosis de verdad a lo que somos y a lo que es esta
ciudad.