Por: Jorge Cadavid/ Tomado de “Con-fabulación”/ Bogotá. La muerte de la fotografía, la aparición de nuevos procedimientos de creación de imágenes me han llevado a pensar, como ya lo había hecho Walter Benjamin, en una mínima historia, una elegía, para este particular arte atormentado antes por el fantasma de la pintura y, hoy día, por cambios epistemológicos radicales como el surgimiento de las imágenes digitales. Desmaterialización del arte, fractura entre imagen y soporte, contenido sin materia. Un epitafio para la fotografía debe conllevar la inscripción de otro modo de ver.
La historia de la fotografía –esa hija bastarda abandonada por la ciencia a las puertas del arte– ya está repleta de imágenes célebres que, de alguna manera, han sido manipuladas, transgredidas. De hecho, se podría argumentar que la fotografía no es otra cosa que esa historia, un referente del mundo material que alguna vez existió para imprimirse sobre una hoja de papel sensible a la luz. Pequeña historia de la fotografía describe una dilatada aventura de cómo mirar, una travesía del ojo, otra manera de memorizar el mundo. Lo que el hombre ve es tan importante como lo que el hombre hace.
El gesto gratuito del fotógrafo, por el solo hecho de mirar, de fijar un encuadre, se convierte en obra de arte. El fotógrafo no inventa nada, simplemente elige, reposiciona lo que la naturaleza le ofrece. La cámara vislumbra, el ojo fragmenta. Imágenes de fragmentos, sintaxis de la fotografía. Revelamos el instante, ensanchamos en verdades visuales los límites de lo real. La fotografía, como la poesía, es la intuición del instante, un combate con el tiempo.