Por: Verano Brisas
Cuando un escritor novato piensa en publicar su libro inicial, lo primero que se le ocurre es buscar un colega reconocido para pedirle un prólogo. Humana debilidad. También, recurrir a diplomas, certificados, comentarios y demás arrumes en su poder, con el fin de mostrarlos en la solapa de la portada o contraportada de la obra. Tratándose de una novela o de trabajos académicos destinados a editoriales comerciales para un público consumidor, esto es comprensible, ya que tales aditamentos pueden reforzar las ventas. Así vemos en esos espacios largas listas de los estudios, seminarios, conversatorios, opiniones y demás lavativas realizadas por el autor, desde prekinder hasta maestrías, porque está convencido de que dichas actividades garantizan su calidad literaria.
Y como la inseguridad es casi siempre una constante en los jóvenes, buscan apoyarse en el aval, hipócrita o sincero, de algún maestro desocupado y compasivo que les llene ese vacío, sin prcatarse de que pedir un prólogo denota, cuando menos, un complejo de inferioridad. Ocurre también que intelectuales de trayectoria ofrecen prólogos a diestra y siniestra a cada aprendiz que topan en su camino, inconscientes de que ofrecer prólogos es como regalarse para el ejército, es decir, un coco suelto con pocas cosas qué decir y nada qué pensar.
Pero la poesía es otro asunto. ¡Sí señores: una cosa muy diferente! Para empezar, no es un producto comercial sino la comunión entre amigos, conocidos y desconocidos, incluyendo a los que no han nacido, pero que serán nuestros lectores silenciosos y leales, si fuimos capaces de escribir algo resistente al tiempo y a los críticos.
Tengamos en cuenta tres conceptos distintos y un solo hecho verdadero, los cuales suelen confundirse en los medios profanos y hasta en los especializados: La poesía es algo inasible, omnipresente y tan amplio que desborda cualquier definición. Puede aventurarse la idea de que es revelación, magia, esencia, hechizo, ensueño, hálito, embriaguez y no el simple texto literario como muchos creen; aparece en todas partes y lo impregna todo. Es una de las formas de ser del universo.
Poeta es el que tiene la revelación, activa la magia, capta la esencia, ejerce el hechizo, vive el ensueño, aspira el hálito y goza la embriaguez, emparentado con el científico, porque ambos están inmersos en un océano de inquietud y deseo de explicar lo que se ignora.
El poema es el resultado del encuentro entre poeta y poesía, pues como dijo Gustavo Adolfo Bécquer: “Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía”. Y los indios de Guatemala, según Miguel Ángel Asturias, afirman que “Poesía es donde las palabras se encuentran por primera vez”.
Soy enemigo de dar consejos porque reconozco que si éstos sirvieran para algo, la humanidad no estaría como está. Los consejos son una pérdida de tiempo, un atropello al criterio individual y una invasión a la intimidad. Más aceptables son las sugerencias y el compartir experiencias que nos han sido útiles. Va entonces una que vale la pena tener en cuenta si usted, amigo lector, se siente poeta y tiene proyectado publicar su primer libro: Jamás pida un prólogo y desconfíe de quien se lo ofrece. Tampoco ponga su hoja de vida en parte alguna; es mejor que la reserve para buscar empleo.
Confiado en que usted es un magnífico poeta y pronto será reconocido, le rindo mi tributo de admiración y le expreso mis mejores deseos para un rápido y rotunto éxito. Vale la pena lanzarse, no sin antes verificar que la piscina esté llena.