Por: Luis Fernando García Núñez / Libros & Letras
Desde hace unos años, por estos días, escribo para mis amigos unas líneas para desearles unas fiestas felices y un año nuevo próspero y tranquilo. Las palabras van surgiendo una tras otra, como ahora, con cierta facilidad. Son pocos los cambios y, casi siempre, el primer borrador es el definitivo. He descubierto que ellas encierran el propósito de saludar y, al tiempo, renovar los lazos de la amistad y la fraternidad. Ha imperado el deseo de la paz, la prosperidad, la felicidad y una crítica intercalada a “más de lo mismo”. Es como preguntar y responder al tiempo sobre la inutilidad de esta extraña parranda en que nos sumergimos los colombianos, incitados por una discutible concepción de la religiosidad y el bienestar.
Cuanto todo pasa debemos volver a la misma, a veces tediosa, incertidumbre de vivir aplastados por el desastre, por la perplejidad que, sin haber empezado las vacaciones como tal, se nos vislumbra con las siempre aciagas discusiones sobre el mínimo salario, a las vacaciones judiciales, al fin de las sesiones del Congreso y a las discusiones que se abordarán inmediatamente terminen las fiestas y empiece el año nuevo.
Un pequeño recreo antes de seguir, el necesario descansito que tanto piden unos y otros, pero que no se toman nunca los que deberían retirarse a tiempo, esos que parecen no cansarse, que se levantan todos los días muy temprano y se acuestan muy tarde, maquinando y conspirando contra los que se van de juerga. Esos que trabajan por el país, dicen cínicamente, los siete días de la semana y que incomodan a cualquier hora del día o la noche.
Les deseo que puedan leer más literatura, que escriban más, que los debates y las polémicas académicas sean más frecuentes y enriquecedoras
Es un reproche a la intemperancia y una justa mirada a nuestra realidad. A nuestra pequeña realidad. No a la inútil mirada —eso creo— que hacemos de la política internacional, ni al cada vez más destartalado chavismo, ni al mefistofélico uribismo, ni a Trump o Putin, ni a la Unión Europea, ni al Mercosur, ni al acosador FMI, ni al devorador Banco Mundial o a la justa indignación de cientos de miles contra todos los gobiernos del mundo. Simplemente es una reflexión para que los nuevos años que se nos vienen encima podamos vivirlos un poco más acomodados a nuestra pequeñísima realidad, y si en algún momento nos tocan designios más universales, los podamos enfrentar desde nuestra cotidianidad, desde nuestra condición de ciudadanos afectados por los poderosos de todos los calibres.
Es un deseo vehemente que el año próximo y todos los que nos toque vivir de aquí en adelante sean realmente bien vividos. Les deseo que puedan leer más literatura, que escriban más, que los debates y las polémicas académicas sean más frecuentes y enriquecedoras, que haya más tiempo para el arte, para la bohemia, para el ocio y mucho menos tiempo para las insulsas reuniones y las juntas que inventan unos y otros.
Que huyamos de las enredadas noticias, de la macabra actualidad, de los esperpénticos medios de comunicación, de las urdidoras redes sociales, del desatinado cientificismo, del tecnicismo, de tanta fantasía virtual, de los yupis, de los irracionales descubrimientos, de tanta verborrea y de tanta torpeza. Que consumamos menos, que cuidemos la salud, que evitemos el estrés, que descansemos más, que vayamos más al campo, que siempre que podamos huyamos de estas grandes ciudades, de estas trampas del humo y la intoxicación.
Así, y como siempre, va mi saludo fraterno de Navidad y Año Nuevo, mi esperanza de que se cumplan todos los propósitos que tienen en mente y que, por lo menos, el 2017 sea tranquilo y se pueda vivir más decentemente.
Un abrazo y muchas gracias.
*Luis Fernando García Núñez.
Periodista, profesor y escritor.