No. 7.011, Bogotá, Domingo 22 de Marzo del 2015
Por: Pablo Di Marco.
Ariel Olivetti es ni más ni menos que el mejor dibujante de historietas de Argentina, la estrella central de cualquier feria de comics que se celebre en Buenos Aires, San Pablo o Nueva York. Y Luciano Saracino, es un multipremiado escritor y guionista, dueño de una trayectoria inimaginable para un pibe de apenas treinta y tantos años. Pero por sobre todas las cosas, Ariel y Luciano son dos amigos que un día decidieron jugar en el mismo equipo. El resultado fue Ich: una historieta desbordante de imaginación que pronto llegará al cine.
—Vengan muchachos. Dejen de hacer lío, pórtense bien, siéntense y cuéntenme cómo surgió la idea de trabajar juntos. Hablen de a uno, por favor.
A: Trabajar junto a Saracino fue una fatalidad, más que un proyecto…
L: Sí. Primero nos enamoramos, porque no nos gusta hacer las cosas a las apuradas. Y no es metáfora: la amistad como uno de los palacios del amor que todavía quedan en pie. Nos conocimos en un evento de historietas en San Luis y… ¿viste cuando te das cuenta que tenés un montón de cosas en común, además de lo meramente laboral? Bueno, eso. Con Ariel nos gustan las historietas pero también nos gusta la amistad franca, la cerveza, el asado, el tango, viajar… la buena vida, como quien dice. Y nos dimos una ventaja de un par de años de buena vida antes de ponernos con las cosas serias.
A: Desde que nos conocimos una de las frases que se repetían era “¿Dale que…?”. Y después de esa frase surgían innumerables historias, no siempre de comics. A veces jugábamos a cambiar el final de una película o, incluso, el final de una historia vivida. Así que tarde o temprano nos íbamos a tener que sentar a trabajar con todas esas ideas.
—Me parece genial que rompan el estereotipo del artista torturado que solo crea desde el dolor. Ustedes son la prueba de que también se puede crear entre abrazos y risas. Díganme: ¿de qué trata el comic Ich?
L: Ich es “una se superhéroes en la época de la conquista española”. Tiene todo lo que te podés esperar de un cómic de superhéroes. Pero acá el muchachito es un nativo de estas tierras y, el malo, la coyuntura que lo rodea. Hay monstruos, peleas, chicas que se bañan, malos MUY malos, más peleas y cosas raras que te van a hacer preguntarte acerca de la salud mental de sus creadores.
—No me hace falta que se pongan a escribir una historieta para dudar de la salud mental de ustedes dos…
A: También tiene magia, fantasía, amor, pasión, glorias y derrotas, buenos y malos… y muchas horas de trabajo.
—¿Qué pueden adelantarme en relación a la película?
L: Eso fue por culpa de las cervezas que te contábamos antes. Un día se nos ocurrió presentar esta idea en un concurso de animación del INCAA y… ¡lo ganamos! Así que nos vimos en un proceso absolutamente nuevo para nosotros que es el de hacer un libro pero, a la vez, coordinar una serie de dibujos animados.
A: La película animada de Ich es, en realidad, la historieta animada. Van a ver los dibujos del libro en movimiento y hablando. Es mi primera experiencia en el campo de la animación y estoy muy ansioso por ver el resultado final.
L: La dirección la está haciendo Pedro Blumenbaum. Y tenemos la suerte de contar con algunas estrellas haciendo las voces, como Tom Lupo o Paula Reca. Si para vos es una incógnita lo que puede salir de esto… para nosotros también.
—En el mundo de la historieta suelen estar muy bien delimitados los roles del guionista y del dibujante, sin embargo, ustedes tiene un estilo particular: mientras Ariel opina y aporta ideas en relación al texto, Luciano hace lo mismo con respecto a los dibujos. ¿Cuáles son los beneficios y contras de trabajar con un estilo tan “democrático”?
L: No hay contra.
A: Creo que la relación con Lucho está basada en la mutua admiración y respeto profesional, por lo que todo lo que pueda aportarse de un lado u otro suma al proyecto.
L: Con Ariel solemos juntarnos semanalmente para hablar de cualquier cosa. Por ahí en toda una noche hablamos de laburo durante quince minutos. Pero en esos quince minutos a mí me queda claro alguna idea que estaba rebotando y que no podía descular. O Ariel me cuenta algo que se le ocurrió y que puede servir en la historia. O yo le cuento alguna imagen que me parece interesante. En ese proceso, todo es constructivo. Yo tomo para escribir lo que Ariel me brinda y Ariel toma para dibujar lo que yo le sugiero. Claro que, a la hora de escribir y de dibujar, lo hacemos solos, cada uno en su estudio. Ahí será mi voz y el trazo de Ariel, a pesar de que en el germen estemos ambos. Nos pasa lo mismo cuando escribimos canciones (porque hacemos canciones, también! Je…). Ariel vuelve a reescribir las letras para que entren en la melodía que él compone. Y yo le tarareo melodías para que él arregle y le ponga su musicalidad. La clave está en lo que te decíamos sobre la amistad, el respeto y la admiración. No podría haber tanta conexión si no hubiese, en el medio, un vínculo profundo.
—Ya me lo imagino: el año que viene graban un disco y terminan cantando los dos en Viña del Mar. Pobres chilenos… O mejor dicho: pobres de ustedes, porque los chilenos los van a matar. Mejor cambiemos de tema: hay dos o tres librerías en las que yo me siento mejor que en mi propia casa: ¿Les pasa lo mismo? ¿En cuál o cuáles?
L: Vos no conocés mi casa. Tengo fantasmas y todo. Por lo tanto, cualquier lugar en el mundo es más acogedor que mi propia casa.
A: En mi caso no era una librería sino el parque Rivadavia, en el barrio de Caballito. Ahí nos encontrábamos dibujantes, guionistas, escritores y aspirantes a todo tipo de artes para ver si encontrábamos aquel ejemplar deseado o simplemente a charlar sobre cine, comics y mujeres.
L: Hay una librería en París que se llama Shakespeare & Company que debe ser uno de los lugares más hermosos de todo el mundo (también hay un restaurant que hace un pato laqueado en Belleville que es un espectáculo, pero eso entra en otra pregunta). Aquí, en Buenos Aires, me encantan las librerías de viejo. Esas que pueden o no tener olor a gato pero que, seguro, están llenas de fantasmas.
—Después pasame la dirección de ese restaurant de Paris dónde hacen pato laqueado, Luciano. Seguro que Ariel, que es tan generoso, un día de estos nos invita a cenar ahí. Vamos con las últimas dos clásicas preguntas de Un café en Buenos Aires, muchachos: alguna vez Vargas Llosa dijo que el día más triste de su vida fue cuando Jean Valjean murió en Los miserables. ¿Cuál fue el día más feliz de sus vidas?
L: Cuando nació Malena. Cuando la conocí a ella. Cuando Dorothy abandonó el embole de Kansas. Sin un orden particular. ¡Ah!, y cuando el Corto Maltés me invitó un trago, hace unos años.
A: Un día que pase por la habitación de mis hijos y los vi durmiendo. Fue un momento en el que todo lo pasado y lo futuro encontraron un justificativo exacto.
—Y ahora la última: les regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Cuéntenme quién sería, a qué bar lo llevarían, y qué pregunta le harían.
L: Invitaría a Stephen King. Lo llevaría a un barcito de picadas muy bonito que está en la esquina de Carlos Calvo y José Mármol. Le preguntaría si no le molesta que yo, en lugar de café, me pida una cerveza. Y después, simplemente, charlaría con él.
A: Sin lugar a dudas, a Gardel. No le preguntaría nada en especial. Simplemente compartiría una charla cualquiera y le insistiría para que me tararee un tanguito por lo bajo. El lugar elegido sería la pizzería rasposa que estaba en la esquina de mi colegio secundario, donde fui muy feliz, especialmente los días en que decidía no entrar a clase. La pizzería rasposa ya no está más, al igual que mi inocencia y Gardel. Pero… ¡qué lindo sería!
Un último mensaje a los fieles y pacientes lectores de Un café en Buenos Aires: no se pierdan la preciosa locura creativa de Ich. No es frecuente disfrutar del pico creativo de dos artistas en el mejor momento de sus carreras. Y ahora los dejo: Ariel nos está preparando un genial asado, y Lucho destapa un vinito. Para el pato laqueado en París ya tendremos tiempo…