POR: JUAN CAMILO RINCÓN
FOTOS: SANTIAGO DÍAZ BENAVIDES
Escuchar al otro en su intimidad. Los pasos oscuros de la persona que vive en el piso de arriba fueron el ruido insistente que dio inicio a una novela poderosa. Montserrat Martorell, una de las grandes voces de la literatura chilena de hoy, nos entrega la reedición en Colombia de su primera novela, La última ceniza. En ella recorre los pasos inquietos de personajes imperfectos que al otro lado de la puerta esconden secretos y dolores. Detrás de las paredes y entre los resquicios de un edificio se agreden y violentan, esperan una historia de amor que contar, no saben cómo responder sus propias preguntas, siguen caminando “paso a paso, sin esperar mucho”, algunos “con la frente rota y el cuerpo lleno de sangre”. El amor y los fracasos, los laberintos del afecto, las pérdidas y el aislamiento llenan una novela de muchas voces y tiempos que se entrelazan para contarnos cómo es posible escaparse de la vida.
– ¿Cuál fue el germen de esta novela?
Parte conmigo viviendo en Madrid, haciendo un máster de Escritura Creativa en la Universidad Complutense. Era la primera vez que yo estaba viviendo sola lejos de mi familia. Yo ya vivía sola en Santiago de Chile y me fui a España gracias a la beca Chile; fui dos años a hacer ese posgrado. En medio de las clases un profesor nos hacía desarrollar un ejercicio de pie forzado todos los martes. En uno de esos martes salió el primer capítulo de La última ceniza, que es “La mujer del 4B”. Uno lo leía delante de los compañeros y compañeras; el profesor dio su veredicto, recibí muchos elogios y él me dijo: “Esto no es cuento ni un relato; es el primer capítulo de una novela”. Lo escribí en 15 minutos, ¡imagínate!
– Hablemos de esa vecina…
La vecina existió. Sabes que esta es una segunda edición; la primera salió en 2016 en Chile. Esa mujer existió… bueno, no sé si era un hombre o una mujer. Había alguien, un ser humano que golpeaba con sus tacos el suelo encima de la habitación donde yo vivía en esta calle de Tremps, la misma que aparece en el libro. Yo siempre escuchaba los tacos a las cinco de la mañana. He sido una escritora muy insomne; escribo muy de noche…
– ¿Cuál fue el primer ruido que despertó todo esto?
Los tacos en el suelo. Ese fue el detonante. Siempre me llamaron la atención los tacos, los tacos, los tacos. Esta persona tenía una estructura super lógica: a las cinco de la mañana se levantaba, iba al baño, tomaba agua, y todo ese recorrido lo hacía con sus tacos. Eso fue casi que una obsesión.
– Me gusta ese concepto del 4B, que es casi como una canción de Soda Stereo…
… y que es mentira, porque en realidad no tengo idea cuál era su piso; ni siquiera me acuerdo cuál era el mío. Pero le puse 4B y siempre me refería a él así, con mis amigas. Era un chiste que ellas conocían muy bien.
– Tenemos una novela polifónica y con muchos temas. ¿Cómo conectas todo eso para lograr un equilibrio narrativo?
Había algo que me interesaba y con lo que estaba obsesionada, que era romper el tiempo, quebrarlo, y lo que me parecía lógico en ese sentido es que la única manera de no determinar ese tiempo y que transitáramos del pasado al presente y de ahí al futuro era precisamente dándole voces a cada uno de los personajes. La vida se compone de versiones de las cosas: por qué pelearon, por qué dejaron de hablarse, por qué ya no son amigos, por qué terminaste con tu pareja. Cada uno tiene su versión de lo que ocurrió y la idea era jugar con eso. Por eso aparece esta polifonía que me gusta mucho y recurro siempre a ella. Me entretengo mucho escribiendo así, además de esta visión filosófica de cómo entiendo las cosas; escribo desde ese lugar. Le di esta voz a Alfonsina, a Federico, a Laura, a Conrado, y estos temas que se van entrecruzando, historias individuales que tienen mucho en común, que se envuelven. Aparecen la muerte, el aborto, el abuso, la violencia de género, que probablemente es el tema más importante. Han pasado tantos años desde la primera vez que lancé este libro, que muchas respuestas las he ido encontrando en el camino de estas entrevistas, de conversaciones, de comentarios de lectores, etcétera. Creo que también era una manera de denunciar muchas cosas que me parecían terribles y violentas, que seguían sucediendo. Vivimos en países y en un continente violento donde cada diez minutos asesinan a una mujer, donde golpean, donde una de cada tres mujeres dice haber sufrido alguna violencia de género. Quise tomar todas esas cosas y decir: aquí está pasando esto. Esta es una mujer de clase acomodada, profesional, socióloga, reflexiva, con mucho pensamiento crítico; no es una mujer vulnerable socialmente, tiene su independencia económica. Y sin embargo, en ese tiempo no era para mí una de esas mujeres que prendes la tele y te encuentras con ella contando su historia. Entonces quise poner de relieve cómo esto nos puede pasar a todas y lo que ves son máscaras que usamos, como decía José Donoso, para sobrevivir.
– Hablas de esta ruptura del tiempo: te detienes a veces de una manera casi cinematográfica, cambias los tiempos, nos cuentas algunas cosas, ocultas otras, dejas que el lector descubra y decida. ¿Cómo delineas esa estructura de la narración?
A mucha pulsión, mucha pasión y con nada de control sobre las cosas. Esta novela, a diferencia de todas las que vienen después, es muy genuina, muy inocente, tiene ese sentido. La primera novela es un poco así y ya voy en la cuarta, entonces sé cómo este oficio se va transformando. Cada libro le va dando a uno las herramientas, los caminos, las posibilidades. Ahora yo pienso más las cosas, las estructuro mejor. En un momento todo era de mucha pulsión y yo era muy apasionada, intensa, romántica. Podía estar escribiendo durante ocho horas, en la madrugada, hasta las seis de la mañana. Fue un ejercicio donde no me iba preguntando tanto las cosas; yo las iba transcribiendo casi como un autómata… la idea un poco de la locura que es escribir, que de repente estás escribiendo y los dedos no obedecen a lo que la cabeza va dictando. Era un ejercicio de mucha memoria y de mucho corazón.
– En La última ceniza se expone la oscuridad humana que guardamos todos. Supongo que no es fácil revelar esa intimidad, pues posiblemente hay algo de ti en esas páginas. ¿De qué manera abordas eso?
Por supuesto; no podría decir que ese libro no tiene nada que ver conmigo. Todas las novelas tienen algo mío. Yo siempre cito esta frase de Borges que me parece tan linda: “La imaginación está hecha de convenciones de la memoria. Si yo no tuviera memoria no podría imaginar”. Entonces cuando uno escribe va mezclando la memoria con la imaginación permanentemente. Ahora, ¿qué hay de mí? Hay silencios en voz alta, una mirada de Chile desde la distancia y desde la geografía, plantearme a los 25 años (ahora tengo 34) llegar a vivir a España para encontrarme con un mundo distinto, poder ver desde lejos… Siempre me ha obsesionado el tema de los secretos, las máscaras que arrastramos todos. Hay gente que tiene secretos más grandes que otra, hay personas que tienen sombras más grandes que otras. Pero también hay esta visión rilkeana; Rilke decía: “Temo que si me quitan mis demonios, se puedan morir mis ángeles”. Yo quería que conviviera y que apareciera todo eso. Nicanor Parra también decía: “Somos embutidos de ángeles y de bestias”. Bueno, los mortales somos eso. ¿Qué pasa cuando estamos solos? ¿Cuáles son aquellas cosas de las que no queremos que nadie se entere de nosotros? Porque uno a veces puede ser muy patético también; uno se puede denigrar mucho en ciertos momentos o en un determinado vínculo. Esas cosas ocurren en las relaciones de pareja, dentro de las familias. Las desarmonías son lo cotidiano; cómo todas las familias felices se parecen, pero todas las infelices lo son a su manera, como Ana Karenina de Tolstoi. Así que tiene mucho de mí y creo que las novelas siempre van a ser mucho eso: un ejercicio de justificar la memoria.
– Después de estos años desde que escribiste la novela, ¿cómo la ves hoy? ¿Cómo te ves a ti misma hoy como escritora?
Yo escribí esa novela bajo la pulsión de la escritura, de la necesidad de escribir. Hay un verso tan bonito de Enrique Lihn que dice: “Porque escribí porque escribí estoy vivo”. El fracaso de un gran amor, una relación muy larga e importante en mi vida, probablemente la más importante hasta ahora, y “solo el amor puede herir y solo el amor puede aliviar la herida”, decía Emily Dickinson. Y las ganas de contar una historia. Creo que la necesidad de escribir es lo que me ha habitado siempre. Querer estar escribiendo, leyendo, rodeada de literatura. Yo doy clases de lunes a sábado en pregrado y en posgrado; no concibo mi vida de escritora sin dar clases; hago talleres literarios prácticamente todas las noches y también escribo novelas. Me casé con la literatura. Ese es mi otro gran amor.
– Cuéntanos un poco sobre Alfonsina. Siento que hay cosas personales tuyas en ella, ¿es así?
Cuando uno escribe va sacando de todas partes: de uno mismo, de cosas que le han contado los otros, de lo que te dicen las amigas, de lo que escuchas en la calle. Yo no manejo, no me gusta, entonces uso mucho el transporte público para recorrer la ciudad y voy anotando lo que escucho, voy mirando a la gente y me interesan mucho esas historias. Ella no es igual a mí pero sí se parece; hay algunas cosas similares, probablemente la sensibilidad; yo soy una persona muy sensible y emocional y, al mismo tiempo, muy estructurada, pragmática, disciplinada. Es algo raro. Y coincidimos en el amor, que nos cruza a todos y uno nunca se libra de él. Así que este libro también es sobre el amor. Siempre me ha interesado hablar sobre las diferentes maneras de amar, la sexualidad, el erotismo, el ser mujer, cómo vivimos las mujeres de hoy en estos tiempos, la relación con nuestro cuerpo, con los hombres, con otras mujeres, los vínculos que aparecen en el feminismo. Todas mis novelas tienen que ver con eso y también con la memoria propia y del país, la memoria histórica. Me interesa lo que sucedió en Chile en la dictadura y que no vuelva a suceder nunca más. Me interesan la política, los trastornos mentales; me gusta mucho la psicología. Soy una persona a la que le gusta saber de las cosas y, sobre todo, aprender.
– Dices que en esta novela rompes con las estructuras narrativas tradicionales y sales de lo predecible. ¿Cómo llegas a esa ruptura?
El juego con el tiempo, los saltos temporales. Que haya un desorden, un caos dentro de la narración. Los saltos que te crean un caos y al mismo tiempo te generan una unidad, cierta armonía. Y la exploración emocional y psicológica. Me importa mucho lo que está sucediendo dentro de los personajes, lo que van sintiendo, lo que se van callando, cuando ya definitivamente tienen que golpear, gritar, estallar y que las cosas ardan. A veces leo libros en los que los personajes nunca logran volverse locos. En Chile, sobre todo, tenemos tanto miedo a lo visceral; a la gente no le gustan las personas que expresan, que gritan y es tan necesario tener esas catarsis. Yo creo que escribir es una catarsis.
– Como profesora, ¿cuál es el camino para que tus estudiantes encuentren su voz propia?
Escribiendo, haciéndolos escribir mucho, leer y leer. Esa es la receta. Les hago leer Lo bello y lo triste de Kawabata, por ejemplo, y los obligo. Ellos deben aprender sobre el erotismo, se tienen que emocionar. Si quieren aprender de estos amores que también pueden ser abuso, como pasa con los protagonistas de esta novela, hay que leer a Kawabata y hay que leer libros de hoy; me gusta ir mezclando lo clásico con lo contemporáneo. Hace unas semanas hicimos un conversatorio acerca de El consentimiento de Vanessa Springora, que también tiene que ver con las temáticas de hoy, con el #MeToo, con el feminismo y con cosas que ellos leen. Son jóvenes; tienen 18, 19 años pero entonces también los hago leer La mujer rota de Simone de Beauvoir y les empiezo a contar la historia de Sartre, que ellos fueron poliamorosos y él le decía que era su amor necesario, pero que para que esto funcione tiene que haber amores contingentes. Se habla también sobre la infidelidad y ellas mismas se enojan: “Profe, cómo es posible que ella lo haya perdonado”, “A mí me pasó, yo soy la mujer rota” y hombres que también se sienten hombres rotos. La literatura tiene que dejar de ser un lugar sagrado y convertirse en un lugar común. No le tengo nada de miedo a que la literatura sea popular.
– Sacarla de la academia, del formalismo, que todos puedan acercarse a ella, que no sea el lugar exclusivo de unos pocos.
¡Una lata! No me acuerdo quién decía esto: “Si te llenas de ti mismo, te vuelves loco. Si te llenas de literatura, te vuelves escritor”. La idea, para mí, es que uno vuelva a las mesas, a las familias, y uno pueda decir: ¿qué te parece este verso de Mistral?, ¿cómo te parece Anne Carlson?, ¿y Sylvia Plath, Nicanor Parra, Pablo Neruda? Y bueno, cuestionémonos: ¿Pablo Neruda violó a esta mujer, que cuenta en Confieso que he vivido, o no fue así? ¿Lo cancelamos? Que haya pensamiento crítico y deje de pensarse que los escritores somos personas que andamos por las nubes. La gente me dice que es lindo lo que hago y a mí no me parece lindo; me parece un trabajo que tiene muchas cosas bonitas, si es que puede tildarse de bello, pero es un oficio que exige tiempo, dejar de hacer cosas y postergar otras, darle energía, ponerse en ese lugar también. Hay que dejar de romantizar el oficio.
– ¿Qué verdades no oficiales vienen en tus siguientes trabajos?
Ahora estoy terminando mi cuarta novela, que es sobre la relación de dos mujeres con mucha diferencia de edad… y no voy a contar más. Es una gran historia real de amor que me contaron alguna vez en una comida y no supe nada más al respecto, pero me despertó… Viste que siempre hay imágenes, recuerdos, frases, una letra de una canción, un poema, y todo te lleva luego a la construcción de una historia más grande.
– ¿Qué autoras colombianas te gustan?
Yo siempre leo a muchas mujeres. Hice mi doctorado de Literatura Hispanoamericana y me especialicé en narrativa escrita por mujeres. Hace dos años hago un taller de lectura y hemos leído desde Jane Austen hasta Joan Didion pasando por Wisława Szymborska, Alejandra Pizarnik… en fin. De Colombia he leído a Margarita García Robayo, Pilar Quintana, Piedad Bonnett, con quien tomé un taller hace poco. Leo a muchas mujeres de todo el mundo. Ahora estoy con Mónica Ojeda, Samantha Schweblin, Mariana Enríquez. Siempre estoy revisando qué es lo que se está publicando y trato de tener una lectura clásica. Puedo estar leyendo a San Juan de la Cruz y, al lado, a una autora joven de 30 años que está escribiendo su primera novela.
– ¿Qué conecta a esas autoras?
La provocación. Las escritoras de hoy somos inminentemente provocadoras como una manera de revelarnos frente a nuestras generaciones pasadas. Creo que hay un salto generacional tremendo entre quienes fueron nuestras abuelas, que tuvieron vidas completamente distintas a la que yo tengo hoy. Mis dos abuelas se casaron a los 17 años; yo tengo 34 y sigo soltera. Antes había algo como de silencio, de ocultamiento, de quedarse callado, de no decir nada, y ahora hay una explosión donde se dicen las cosas, se provoca. Uno lee un cuento de Samantha Schweblin, “Pájaros en la boca”, la niña que se come los pájaros vivos y después piensas que hay algo de abuso sexual. Mariana Enríquez con Las cosas que perdimos en el fuego, que es tremendo, estas mujeres que deciden quemarse cansadas de la violencia de género. En fin, te das cuenta de que hay una manera de posicionarse y de ir registrando la historia. Las mujeres siempre hemos estado escribiendo; Virginia Woolf decía: “Anónimo ha sido gran parte de la historia una mujer”. Ahora escribimos con nombres y apellidos, no nos ocultamos bajo seudónimos, yo he publicado en montones de países, he sido traducida, invitada a ferias del libro en tantos lugares. Algo que para mí es vital y les enseño a mis estudiantes, cuando me dicen que les da vergüenza leer su texto porque es muy íntimo, es que uno tiene que escribir sin vergüenza, sin pudores. Creo que las escritoras hoy escribimos sin vergüenza y sin pudor.