No. 7240 Bogotá, Viernes 6 de Noviembre del 2015
Un café en Buenos Aires con Beatriz Vanegas Athías
Por: Pablo Di Marco / Buenos Aires, Argentina / Especial para Libros & Letras.
Las palabras también se gastan. De tanto usarlas se vacían de contenido hasta reducirse a una caricatura de lo que alguna vez fueron. “Libertad”, “arte”, “fascista”, “democracia”. Aun las palabras más potentes se degradan por el excesivo —y mal— uso.
Mientras conversaba con la escritora, editora y periodista Beatriz Vanegas Athías sobre su reciente libro de cuentos, sobre su pequeña editorial que apuesta a publicar no a los amigos sino a los mejores, y sobre su labor como editora de una revista cultural, me vinieron a la mente dos de esas palabras tristemente pauperizadas: “artista” y “rebelde”. Y pensé en que por fortuna quedan personas como Beatriz, que en base a esfuerzo y talento, trabajan día a día por volver a cargar esas palabras de contenido. No es poco en tiempos de arte hueco y rebeldía panfletaria.
—Tu libro de cuentos Todos se aman a escondidas me hizo pensar hasta qué punto las palabras tienen vida propia más allá de su significado. Porque pese a no conocer a muchas de ellas (ñame, boñiga, carraeo, yuca…) en ningún momento perdí ni el hilo ni el alma de lo que escribías.
Beatriz: Creo que esto se debe a que estoy contando historias que se despojaron del disfraz, historias sin mayores adornos y arandelas que la piel en carne viva y esto trasciende las cárceles semánticas de nuestro riquísimo idioma. Y por eso es posible que tú, siendo porteño, vayas más allá del léxico local que empleo. No quise hacer concesiones en ese aspecto.
—Es maravilloso que los escritores rescaten las terminologías y los modismos propios de su región, sobre todo en estos tiempos en que las grandes editoriales parecieran empeñadas en uniformar nuestro idioma. Cambiemos de tema, Beatriz: días atrás presentaste tu libro de cuentos en Luvina, a mi entender la librería más encantadora de Bogotá. Contame esa experiencia.
Beatriz: Ahhh… muy bella y acogedora. Libros por todas partes, la afabilidad de Carlos, el dueño, el cariño y atención de los asistentes. Casi treinta personas inocentes porque son lectores asombrados con el encuentro. He de confesarte que más que escritores (que los había) estaba un público joven que siempre me persigue porque fueron mis estudiantes y hoy son médicos lectores; ingenieros-lectores; periodistas-lectores…
—¿Sos feliz escribiendo?
Beatriz: Es una mezcla de dolor porque cuando cuento o canto tengo el pecho apretado. Pero cuando veo el texto renacido, me embarga la felicidad por el momento estético alcanzado.
—No sé bien por qué, pero me gusta preguntarle a mis entrevistados si alguna vez lloraron leyendo un libro? ¿Te sucedió?
Beatriz: Siempre que vuelvo a los Cuentos de la montaña de Miguel Torga, lagrimeo. Y siempre que vuelvo a ese maravilloso poema de Jaime Sabines “Tia Chofi” se me aflojan todos los nudos de lágrimas, igual me pasa con el poemario “La voz a ti debida” de Pedro Salinas.
—Hay pocos proyectos más hermosos que crear una editorial. Sin embargo, todos sabemos que es una tarea quijotesca, ardua, y por momentos también ingrata. ¿Qué te llevó a fundar Corazón de mango, Beatriz?
Beatriz: Tratar de recomponer unas dinámicas editoriales muy segregadoras. Quiero publicar a los autores aún sin conocer sus rostros, sin ser su amigo, sólo por la estética de su creación; por la conmoción que cause la historia, el poema, la novela corta, el ensayo o la crónica. Hay mucho amiguismo y lagartería en el mundo editorial y eso es un atentado contra la condición humana que se dice narrar a través del arte literario.
—¿Corazón de mango está abierta a todos los géneros? ¿Cuál es el criterio de selección de manuscritos?
Beatriz: Sí. Vamos por partes, porque sólo somos cuatro trabajando duro y una red de verdaderos amigos colaborando. Ahora vamos a pre-vender un libro de crónicas escritas por mujeres de Santander, que es el departamento donde habito. Y esto abre la colección crónica. Y vamos a convocar a nivel nacional a autores de poesía infantil. Tenemos una ilustradora fantástica que vive en Barcelona, Juliana Cifuentes.
—¿Qué es lo mejor y peor que te pasó en este breve tiempo al frente de Corazón de mango?
Beatriz: Descubrir cómo personas cercanas a la literatura, amigos humanistas prometieron el cielo y la tierra y después obsequiaron silencio e indiferencia. Y lo mejor, es lo contrario: constatar cómo lectores alejados del gremio, han manifestado un fervor inusitado por Corazón de mango. Esto es una paradoja agridulce y llena de moralejas.
—Sos columnista de El Meridiano de Sucre y editora de Espiral, la revista del Centro de Estudios en Educación de la Universidad de Santo Tomás. ¿Qué le aporta la “Beatriz periodista y editora” a la “Beatriz escritora de cuentos”?
Beatriz: El rigor y la disciplina. Editar es el arte de depurar, de encontrar lo que sobra o falta en un texto y ese (mi trabajo de pancomer, es decir, con el que sobrevivo) me regala esa posibilidad. Y la columna me obliga a cumplir plazos, a tener la mano caliente mientras llega o busco la historia o el poema. Ello le debo a la edición y a la escritura de columnas.
—Vamos con la última y clásica pregunta de Un café en Buenos Aires: te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería, a qué bar lo llevarías y qué pregunta le harías.
Beatriz: Invitaría a la escritora colombiana fallecida en Paris, Marvel Moreno y más que preguntarle, la llevaría a La Cueva en Barranquilla y le diría: “Viste que las cosas siguen igual”.