Un café en Buenos Aires con Leva Cosanovich

No. 7692 Bogotá, Miércoles 15 de Marzo de 2017 


Mientras unos dan plomo, nosotros damos pluma
Jorge Consuegra


Un café en Buenos Aires con Leva Cosanovich


Por: Pablo Di Marco / Argentina / Especial para Libros & Letras.

Cuando se conversa con Leva Cosanovich poco importan su nuevo premio literario y su más reciente publicación. A su lado siempre se imponen el deseo y la necesidad de hablar de escritura, poesía, narrativa y autores. Inevitable que así sea. Cosanovich es, a diferencia de tantos “escritores”, un apasionado de la palabra. Compartir un café con él es regalarse la certeza de una charla en la que lo valioso se impone a la coyuntura.

—Por lo visto adoramos bastardear a las palabras bellas. Pienso, por ejemplo, en “arte”, “artista” o “libertad”. Pareciera que nos gusta utilizarlas con desdén hasta desgastarlas y vaciarlas de contenido. Otra de esas palabras es “inspiración”. Decime, Leva: ¿cuánto consideras que hay de verdadera inspiración en el trabajo de un escritor?

L: Picasso decía que trabajaba mucho para que cuando llegara la inspiración lo encontrara trabajando. Quizás por ser un gringo del campo chaqueño, y ver en mi niñez solo gente trabajando, no concibo la literatura sino como trabajo, esfuerzo, romper, rehacer y decirlo mejor. Heidegger creo que es el que postula que las palabras “copulan” tienen relaciones entre sí que hay que descubrir. Yo estoy en eso. No creo en la inspiración pero se nota cuando en un texto mío, trabajando, me tropecé con ella. La inspiración existe, de todos modos es una dama hermosa que no sale a bailar con pataduras.

—Imposible conversar con un poeta y no hablar de poesía. Te anticipo que estoy en un mal día, así que voy a ser algo duro. No me considero un experto en poesía ni mucho menos. Sin embargo, creo no equivocarme cuando considero que la mayor parte de la poesía que se publica es calamitosa. ¿Coincidís?

L: Hablemos de poesía contemporánea. Acepto la palabra calamitosa, yo digo mala, pero tal vez deba renombrar mi diagnóstico. El concepto va cambiando con el tiempo, Borges no concebía una poesía que no fuera cadenciosa, rítmica, tal vez porque en su tiempo la poesía era para ser cantada o recitada, ahora la poesía es visual, digamos para ser leída en el subte, en silencio. A nadie se le ocurriría hoy recitar a Gelman o a Jacobo Fijman de la manera en que lo haría con Lorca, Bécquer, incluso Borges o Lugones. Ellos no pudieron preverlo, pero la poesía contemporánea es visual y filosófica, es decir que cambió en la forma y en el contenido, simplemente porque el hombre ya no es el mismo. Bukowsky o Silvia Plath no pueden ser románticos ni sensibles porque tienen miedo, están enojados, o metidos en una realidad de mierda; Gelman, está solo y descorazonado; Pizarnik teme y delira. La poesía ya no está en la forma, sino en lo desgarrador de su situación, uno tiene lástima de lo que les sucede, son patéticos, contradictorios, no tienen nada más que la poesía, ese es el punto conductor. Por ejemplo, el realismo sucio es una descripción de la posguerra, uno oye, ve, huele, siente con ellos. Amo esa poesía, pero amé también la otra poesía, solo que no la escribo, ya no me contiene, esa poesía ya lo dijo todo y lo dijo bien. Ahora hay que re significar la rosa blanca de Martí o la rosa de Lorca, por ejemplo, como lo hizo Borges (la rosa profunda) o González Tuñón, (la rosa blindada) eso sí me interesa. Si alguien sigue con el cielo azul o la mañana luminosa ya no puedo seguir leyendo.

—¿Y vos como poeta cómo te plantás ante lo que me describís?

L: Yo pretendo ser un poeta racional, si vale el termino. Los poetas sentimentales pecan de romanticismo exacerbado, algo que todavía subsiste en el género poético, no así en la novela o el cuento. El sentimentalismo es patético, conozco gente que en vez de ir a un sicólogo escribe poesía, eso es banalizarla. Una vez le dije a Audisio, una amiga poeta, que regalaría esos libros que tenía en mi biblioteca, y ella me rogó que los quemara. No los tires, me dijo, alguien puede leerlos.

Un café en Buenos Aires con Leva Cosanovich

—Interesante lo que te dijo tu amiga. ¿Me pasás su teléfono? Tal vez sea mi próxima entrevistada.

L: Después te lo paso, ¿ves? Ahí tenes una buena poeta contemporánea, va viene, anda por la calle, como tiene que ser. Nadie la conoce. Entonces, volviendo a tu pregunta. Coincido, el único género donde casi todo es malo es la poesía. La dramaturgia, el ensayo, la novela y el cuento son cosa más seria porque están más trabajados, la mayoría de mis amigos poetas no trabajan sus textos, confían en su inspiración. En poesía, una simple coma puede arruinarte un texto y cambiarle el sentido emocional del discurso. Suponen que el Martin Fierro nació de la mente inspirada de un hombre y no de una necesidad de decir algo concreto, creen que si hay que trabajar, pulir, cortar, decir de nuevo, decirlo mejor, ya no sirve. Quién no ha escuchado esa frase: “Si hay que trabajar una relación, entonces no es amor, porque el amor no se trabaja, se siente o no se siente”. Bueno yo soy de una época donde las cosas no se tiraban, se arreglaban. Yo creo que el poeta es un artesano. Un labrador, como decía mi abuelo.

—Hablemos en voz baja. No queremos morir bajo una horda de pseudopoetas enardecidos.

L: Dios no lo permita, tengo amigos hermosos entre esos enardecidos y nunca opino de poesía si ellos no me piden opinión. Yo creo que hay que abrazar al poeta, al alma poeta, es admirable que alguien se ponga a hacer poesía en estos días. Y en los días trágicos el dictador es al primero que sale a callar. Lo dice la historia. Sí, hay que abrazarlo. Igual, la buena poesía supera a cualquier texto de cualquier género. No hay nada mejor en literatura que La tierra baldía o el Poema a la duración.

—Coincido. Sin buena poesía seríamos menos que piel y huesos. Tal vez de ahí viene nuestra crítica, de la necesidad de que no se la bastardee tanto. Cambiemos de tema, Leva. Decime, ¿se publica a los mejores? ¿O estamos presos de un sistema que obliga al escritor (que pretende publicar) a convertirse en un payaso relacionista público de sí mismo?

L: Hay que entender que el interés del escritor no es el mismo del editor. El escritor quiere escribir bien, y el editor quiere vender libros; no siempre van de la mano, entonces: se escribe lo que los editores piden en afán de vender muchos libros. Es como los dueños de las cocherías fúnebres que no le desean el mal a nadie pero ruegan que no se les termine el trabajo. El escritor que trabaja a pedido de un editor está en una encrucijada. Personalmente creo que los escritores debemos morir con la nuestra. El mismo Borges pasó por unos cuantos editores que no quisieron publicarlo, si les hubiera hecho caso hoy sería un escritor mas, no Borges. El mismo García Márquez terminó editando en Argentina tras ser rechazado en Colombia.

— ¿Vos qué camino tomás?

L: El difícil. Trato de ganarme un nombre concursando. Mi ilusión es que un libro mío alguna vez tropiece con un editor y éste me llame, incluso puse ese argumento en un cuento. Espero ese llamado. Si no eso no ocurriera sería porque mis libros no fueron lo suficientemente buenos.

—¿Todo buen escritor es, inevitablemente, un gran mentiroso?

L: Casi todos. Los mejores lo son. Salvo en el género poético. Yo he tratado de hacer poesía de ficción, ahora mismo sale un libro que ganó el segundo premio del premio Victoria Ocampo (mis libros de poesía son unidades temáticas). Se llama A solo un lunar del Cielo, un juego de palabras, porque Cielo es el nombre ficticio de un amor de mi adolescencia, en él todo es ficcionado, pero no significa que es mentira, no se puede mentir en poesía, yo he tratado y no he podido.

—Ya te habrás dado cuenta que hoy estoy en un mal día, así que voy a hacerte la segunda pregunta más detestable que se le puede hacer a un escritor. Acá va: ¿Para qué sirve la literatura? (Si alguien quiere saber cuál es la primera que me lo pregunte por privado).

L: La literatura no sirve para nada, absolutamente, tal vez haga mejores personas, pero no estoy seguro. Mi coterráneo Mempo dice que si las personas leyeran una poesía o un cuento por día no habría delincuentes o algo de eso. Pero es erróneo el planteo, no debemos poner sobre la literatura esa bigornia.

—La diferencia entre decir la verdad y decir lo que queda lindo decir.

L: La literatura, como cualquier arte, es hija de una sociedad saciada, sólo cuando se aseguraron las fronteras y hubo comida en la caverna se le ocurrió a alguien estampar las manos en la pared. Por eso la filosofía nació en Atenas y no en Esparta; o las escuelas filosóficas, el pedagogos existe porque había alguien sobre un barco comerciando, otro con una lanza en la frontera y otro con un arado en el campo. El ocio es un avance en las sociedades, el abono de las artes. En mi caso no escribo para cambiar el mundo ni cosa parecida, escribo porque no puedo dejar de hacerlo. A veces la poesía tensiona los nervios íntimos y más de una vez me decidí: es la última vez que me meto a esto. Fue imposible, al tiempo me di cuenta que había estado escribiendo casi contra mi voluntad. No puedo dejar de escribir, es la manera que tengo de expresarme. Ya lo dije, en narrativa puedo mirarme desde afuera, ficcionar y crear personajes, en poesía no, me miro desde adentro, siempre soy yo. Escribir poesía cansa, parodiando al poeta.

—Me pasaría la tarde conversando con vos de escritura y libros, pero hablemos un poco del hoy. Estás a poco de publicar dos libros recientemente premiados. Hablame un poco de eso.

L: Maestro, he leído todos sus libros, le dijo alguien a Borges. Caramba, le contestó, no era necesario, mejor lea los clásicos. Al que lea este reportaje le diría lo mismo, parece una falsa modestia, pero mis libros no son tan importantes. Vienen los Indios, es un libro de cuentos que ganó el premio Sémper de la ciudad de Corrientes, y el mencionado de poesía, segundo premio Victoria Ocampo: A solo un lugar del cielo. Estoy en el consejo editor de la revista Coartadas de los talleres de la Biblioteca Nacional, cuando alguien quiere pagar su publicación y me pide consejo al respecto, le doy el mejor: “solo publique libros necesarios, solo si cree que en caso de no publicarse, la humanidad se vería perjudicada”. En mi caso tengo mucho miedo de que mis libros publicados solo sean el resultado de un esnobismo personal o de un conflicto interior que no le interesa a nadie. Por eso publico solo lo que me publican, los libros que ganaron concursos, así me libero y puedo decir en la presentación: No es culpa mía.

—Y ahora vamos con la última y clásica pregunta de Un café en Buenos Aires, Leva: te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería, a qué bar lo llevarías, y qué pregunta le harías.

L: Yo soy de Roque Sáenz Peña. Cerca de mi pueblo, en Las Breñas, Chaco, hay un poeta con un par de libros publicados que tiene más de 90 años, tiene bigotes Byronianos y aparenta no más de sesenta o sesenta y cinco años -si no me equivoco, nació en Galicia- es un honor poder recibirlo cuando llega a una casa. Le dan de comer y le alistan la habitación más fresca. El hombre les retribuye haciendo quintas, plantando tomates, rúculas y achicorias o dando maíz a las gallinas y a los chanchos. Luego de la cena, suele traer un viejo maletín de cuero y saca, ceremonioso como un sacerdote egipcio, unas hojas amarillas que alguien le tipió en una máquina de escribir y entonces lee sus poemas. Se llama Emilio Teixidó Roma, una vez, en Montevideo, le explicó a Benedetti por qué un poeta no debería vivir en una casa tan opulenta. Mi pregunta sería: ¿Don Emilio, me acompañaría con esta botella de vino, y haría el favor de leerme un poema suyo?

Pablo Hernán Di Marco

* Pablo Hernán Di Marco.

Autor de las novelas Las horas derramadas (ganadora del XXI Certamen Literario Ategua 2010, España), Tríptico del desamparo (ganadora de la I Bienal Internacional de Novela «José Eustasio Rivera» 2012, Colombia), y Espiral (finalista del XIX Premio de Novela Ciudad de Badajoz 2015, España). Desde Buenos Aires trabaja vía Internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas.

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