Un día más en Suramérica
Los editores Eliezer Budasoff y Javier Lafuente reúnen, a través de la pluma de ocho periodistas y escritores, una serie de crónicas sobre eventos clave que están transformado nuestras sociedades.
El continente americano amanece cada día sumido en un torbellino distinto: golpes de Estado, paros nacionales, guerras civiles, catástrofes naturales, infinidad de escándalos de corrupción y vejámenes cometidos contra civiles, situaciones que para muchos son el pan de cada día. Los editores Eliezer Budasoff (encargado de proyectos especiales en El País América y copresentador y editor del pódcast El hilo) y Javier Lafuente (subdirector de El País América) se propusieron hacer una radiografía de América Latina con las voces de cronistas y escritores que ellos consideran como las voces más interesantes en sus países. Rabia, crónicas contra el cinismo en América Latina (Anagrama, 2022) es una compilación de textos inéditos que cubren los movimientos y estallidos sociales que han acontecido recientemente en el continente y que los editores consideran una ruptura en nuestra región, por lo que denominan esta época un “tiempo bisagra”. El libro cuenta con textos de Elena Reina, Estefanía Pozzo, Juan Cárdenas, Ana Teresa Toro, Carlos Manuel Álvarez, Joseph Zárate, Wilfredo Miranda y Yasna Mussa. En el marco del Hay Festival Cartagena de Indias, Libros & Letras habló con Budasoff sobre esta obra.
¿Cómo fue el proceso de selección de los autores que forman el libro y cuánto tiempo tomó organizarlo?
Desde que por primera vez Javier Lafuente me plantea su proyecto, su idea, y empezamos a discutirla, hasta que comisionamos y recibimos los textos, habrá sido un proceso de casi un año. Fue complicado en un principio la selección de los países, y de qué países quedaban fuera, porque no podemos abarcar un espacio infinito por escrito. Discutimos esta idea y creo que fue una especie de feliz complementación entre la mirada de Javier y la mía. Javier es español y trabaja hace mucho tiempo en América Latina; yo soy latino y trabajo hace mucho tiempo en términos regionales, y cuando él me plantea la idea de estas manifestaciones y estallidos sociales que estamos viendo en el continente, yo no estaba del todo convencido porque la primera consigna (que es algo que decimos en la introducción) era pedirle a autores jóvenes o coetáneos de la gente que salía a la calle a protestar, a transformar su sociedad, que reportearan cómo sus generaciones estaban transformando su sociedad. Mandamos a autores que leemos, que admiramos, que son muchos amigos nuestros, a reportear lo que estaba pasando en sus sociedades y lo que se encontraron no fue un intento o una energía organizada y consciente de transformación de la sociedad. Encontraron, en cambio, una sociedad en llaga viva. Muchas de las movilizaciones sociales que de alguna manera rompieron o plantearon un punto de quiebre en este período de unos tres años, y mucha de la gente que estaba ahí, nunca antes había salido a una protesta política. Era gente que simplemente estaba harta; por eso el título del libro es Rabia, porque eso sí atraviesa absolutamente todo el continente. Intentamos que estas movilizaciones fuesen muy significativas, disruptivas de alguna manera y que tuviesen algún tipo de singularidad o peculiaridad que nos permitiera hablar de una dimensión diferente, o explicar la complejidad de una protesta social en una sociedad, porque la desigualdad y la pobreza están presentes en todas. Ahora, lo de Argentina es el aborto, lo de Puerto Rico son las élites locales, pero también esta ambigüedad con el estatus colonial de la isla. Lo de Chile era evidentemente la desigualdad, la ruptura del modelo de éxito que se venía pregonando. Hay una cosa fabulosa que dice la autora, Yasna Mussa, y es que unos días antes de que el país empezara a prenderse fuego, Sebastián Piñera, que era el presidente, sale en un noticiero diciendo: “Chile es un oasis en América Latina” y después se prende fuego. Lo de México claramente era el feminicidio porque en este momento el movimiento político más fuerte y transversal del país es el feminismo; no es la oposición política al Gobierno, al oficialismo, está absolutamente desarmada. Perú no es solamente la educación, y muchos de los jóvenes que salieron a la calle por primera vez −esto que se llama la generación del bicentenario, que tumbó a un presidente− vieron cómo el Congreso estaba haciendo negocios y volviendo para atrás la reforma educativa, que básicamente arruinaba el futuro de ellos. Lo que hicimos fue tomar este período que va entre finales del 2018 y comienzos de las cuarentenas (aunque algunas protestas pasan después de las cuarentenas, como en Colombia). Mucha gente nos pregunta: ¿por qué no Venezuela? Nosotros decimos: Venezuela viene en un estallido social desde hace una década. Si tienes que hacer un libro sobre la inflación, yo dejaría por fuera Argentina, no porque ellos no vivan la inflación, después de Venezuela es uno de los países con mayor índice, el problema es que hace un siglo que hay inflación.
¿Entonces esto era lo más inmediato, quizá?
Era lo más inmediato, lo que más respondía a lo que nosotros vemos ahora como un tiempo bisagra, un tiempo que se venía dando o que se dio durante los últimos diez, veinte, treinta años en muchos países del retorno a la democracia, pero entre este período y un futuro indefinido todavía.
¿Cuáles fueron los textos que te encargaste de editar? ¿Con cuáles autores trabajaste?
Con Estefanía Pozzo, que es la que escribe el texto sobre Argentina; con Ana Teresa Toro, que escribe sobre Puerto Rico; con Joseph Zárate, que escribe sobre Perú; y con Yasna Mussa, que escribe de Chile.
¿Hubo algún escritor/a o periodista con el que hubieran querido contar pero que no pudo ser parte del proyecto por algún motivo?
Creo que no. De hecho, nos hubiese gustado contar con más gente. Creemos que todos los autores de este libro son muy buenos reporteros y muy buenos escritores, son talentosos, nos gusta su mirada, nos gusta cómo escriben. Lo cierto es que hay muchos más, pero creo que no hubo mucho conflicto entre nosotros una vez que definimos los países y los temas. En cada país teníamos dos o tres nombres y fue muy sencillo contactar con ellos, porque muchos son gente con la que ya hemos trabajado. Con Joseph Zárate trabajamos juntos en Etiqueta Negra y yo editaba sus textos, con otra gente Javi había trabajado cuando estaba en Colombia. De todos ellos ya conocíamos su seriedad y, sobre todo, su forma de mirar.
Juan Cárdenas es el único colombiano que está en Rabia. Me causa curiosidad porque es más conocido como narrador, como escritor de ficción. ¿Cómo llegan a pedirle a este texto?
Javi lo conocía, lo había leído cuando estaba acá y le gustaba. A mí me gustó mucho su texto; de hecho, creo que se nota mucho que él es un escritor. Todos los textos son bien diferentes, lo que tenemos con Javi también es cierta sensibilidad y confianza compartida; no solamente somos colegas, sino que somos amigos desde hace mucho tiempo, en la mirada del otro. Yo no conocía el trabajo de Juan Cárdenas y Javi me dijo que en Colombia se lo iba a pedir a Juan porque seguramente no solo le había leído, sino que conocía también su mirada y qué era lo que podía hacer.
El libro se titula Rabia, título muy acorde para lo que sentimos muchos al vivir en Sudamérica y ver lo que sucede constantemente; rabia con tanta desigualdad. ¿Ese título estaba antes de comisionar los textos o surgió en el proceso de revisarlos?
No, el título lo definimos después.
¿Era un proyecto que no tenía un título ni siquiera provisional?
Era un proyecto que no tenía un título. Cuando comisionamos los textos empezamos a pensar en posibles títulos. Me parece que el subtítulo Crónicas contra el cinismo en América Latina es muy importante por esto que te contaba: hay una hipótesis de punto de partida de, pidámosles que reporteen cómo están transformando las sociedades. En las conversaciones con los autores y conmigo mismo, que soy argentino y pesimista digamos, ontológicamente, muchos nos decían: mira, hoy estamos peor que cuando se hizo el estallido. Lo que nos encontramos no fueron procesos conscientes de transformación, sino que se habían dado quiebres, rupturas que habían puesto en marcha procesos, que una sociedad no se cambia de un día para otro, entonces la hipótesis es: no sabemos cuál va a ser el fin de esto, lo que sabemos es que en diez años vamos a entender tal vez todo este momento de estallidos, como un tiempo bisagra, y vamos a entender qué ha significado. Pero el ataque contra el cinismo tiene que ver también con que el libro está lleno de primeros momentos, de una chica que nunca había ido a una manifestación social en Chile porque le parecía que su familia siempre estaba en contra y la tele siempre hablaba en contra, y se acercó por primera vez y eso transformó la mirada; alguien que vota por primera vez; una legisladora religiosa que vota a favor del aborto en Argentina porque sus hijas la convencen; una hija de clase acomodada de Puerto Rico que decide: yo no me voy a ir a estudiar a universidades en Estados Unidos o en Europa, me voy a quedar en mi país.
Pequeños cambios…
Pequeñas transformaciones que no sabés todavía. Primeros pasos de procesos que están recién iniciados y que no sabemos en qué van a terminar.
¿Se podría decir que esos estallidos son cíclicos? ¿Cada cierto tiempo le toca a una generación revelarse contra la opresión ejercida?
Yo no creo que sean cíclicos en todos los países; en algunos países lo son y otros son muy característicos de esta época. Los estallidos sociales fueron muy disruptivos. Lo que se vivió en Puerto Rico es algo inaudito, así como lo que se vivió en Chile y en Perú, rompieron parámetros. El otro día pensaba en la masacre que está llevando adelante Dina Boluarte, la presidenta peruana en este momento. Lleva cincuenta personas asesinadas por la represión policial; no recuerdo otro nivel de inoperancia, de necedad y de ceguera para reconocer el reclamo social. El antecedente más inmediato que recuerdo es el de Iván Duque, en el sentido de adjudicar la marcha a una operación de los venezolanos; en Perú a la izquierda, a Evo Morales, al comunismo. La gente te está diciendo que tiene hambre, que quiere de nuevo elecciones, que no te considera legítima porque no te votaron a ti; ¡no es tan difícil de entender! Me acordaba de eso porque lo que pasó en Colombia y en Perú tienen esto. En Perú no podía haber protesta social porque la marca que había quedado de Sendero Luminoso era muy fuerte; salías a reclamar por un derecho y eras terruco. Y acá me parece que durante mucho tiempo pasó lo mismo: son guerrilleros, el uribismo lo planteaba así. No señor, hay gente que no le puede dar de comer a su familia, eso no es ser guerrillero. Y en Puerto Rico nunca se había dado así tampoco. Sí bien estamos en una región en la que todo el tiempo se rompe y se prende fuego, no creo que estas protestas necesariamente respondan a ciclos. Si tú me dijeras en Argentina, yo tal vez te diría sí, pero la Argentina es peculiar también porque es la movilización social que logró la ley para permitir legalmente la interrupción del embarazo, entonces es otra cosa también.
En el libro hay crónicas de todos los países. ¿Crees que cada movimiento social de los mencionados en el libro ha trascendido más allá de las fronteras para influir en otros movimientos sociales en otros lugares? O, al contrario, ¿es algo que solo les interesa a los habitantes de cada país?
Absolutamente sí. Creo que es muy difícil determinar exactamente el nivel de influencia. Por ejemplo, creo que el movimiento feminista a favor del aborto de Argentina ha inspirado a todo el continente, la ola verde, el uso de simbología. Lo que pasó en Chile fue inspirador para todo el continente también, y no solo eso, sino que se han aprendido métodos de las movilizaciones de otros lugares. En Chile, si no recuerdo mal, fue que empezaron con esto de proyectar imágenes sobre los edificios; en Perú hicieron lo mismo y eso rompe un discurso que siempre dice: son vándalos, buscan romper. De pronto proyectas sobre el edificio, estás diciendo algo sin necesidad de pintarlo. Lo de las brigadas de las primeras líneas, yo creo que eso hubo acá en Colombia y en Chile también; distintos métodos de protesta y tipos de estrategia sí fueron de alguna manera inspiradores para otras sociedades. No te puedo decir necesariamente que esta protesta inspiró esta otra, pero indudablemente creo que trascendieron porque todos vimos un poco todas estas protestas; formaron parte de los noticieros de nuestros países, asistimos a ellas y tuvimos alguna sensación al respecto. De alguna manera sí tocaron audiencias e indudablemente también a la gente que estaba protestando.
Mirando la sociedad colombiana ahora, ¿crees que el estallido social ocasionado por el paro nacional de 2021 cambió algo en Colombia?
A mí no me gustaría opinar desde la ignorancia, porque no conozco en tanta profundidad, pero el hecho de que Gustavo Petro haya ganado la presidencia no hubiese sido posible sin ese quiebre. Mas allá de cómo uno evalúe o no la gestión del anterior Gobierno, cómo reaccionó, me parece que quedó muy claro algo y es que un resultado como el que hubo electoralmente –queda la discusión de si realmente significa un cambio–; en términos simbólicos, sin duda, pero en términos concretos, está por verse. Pero tienes acá el problema de violencia, no han parado los asesinatos de líderes sociales, tienes un problema muy arraigado que no lo transforma una elección, sino un proceso.
Si no se difunden los movimientos sociales como los que se describen en el libro, ¿qué pasaría? Si este libro no existiera ¿qué pasaría?
Yo creo que en este momento es imposible la hipótesis de la no difusión, porque ya ni siquiera depende de los medios: tienes las redes sociales, la gente en este momento tiene un montón de herramientas. No es casual que en Cuba uno de los problemas que tuvieron fue enfrentarse con Internet, con que de pronto la gente tenía Internet. Yo no creo que en este momento necesariamente la difusión dependa de medios externos al ingenio y los recursos a mano de la gente que se moviliza. Me parece que las redes sociales, Twitter y parte de estas estrategias son claves para las mismas movilizaciones. En Perú, cuando hubo hace poco la marcha en Lima, el Gobierno o el ministro del Interior salían con versiones y tenías en redes sociales la versión opuesta, gente contradiciéndolo en vivo: acá se puede ver a la gente caminando pacíficamente y los policías tirándole bombas de gas lacrimógeno sin que hicieran nada. Decían que había vándalos están prendiendo fuego al centro y luego sale la vecina diciendo: no, eso son bombas de gas lacrimógeno que tiró la policía. En este momento no me parece plausible la hipótesis de la no difusión.
Has trabajado en prensa escrita, radio y televisión. ¿En cuál medio consideras que se pueden desplegar mejor las habilidades como cronista?
Para las crónicas de largo aliento, creo que naturalmente los dos grandes receptáculos de la no ficción son el libro y el pódcast. Para el periodismo narrativo hay medios que han ido desapareciendo o que resisten muy duramente, pero siento que los libros de no ficción se siguen imprimiendo, se siguen comprando y consumiendo y creo que, para contarlo con cierta asiduidad, para contar crónicas con cierta periodicidad, el pódcast se ha convertido en un gran espacio para hacerlo.
¿Qué tan popular es la crónica en América Latina en comparación con España?
Yo no creo que sea un género masivo, pero en América Latina es mucho más popular que en Europa. La crónica periodística me parece que sí, por ejemplo, Libros del K.O. saca unos libros hermosos; tiene grandes crónicas o grandes cronistas europeos pero tiene un montón de sus libros de cronistas latinoamericanos o de cronistas europeos que viven en América Latina y creo que hay una tradición anglosajona de la no ficción que ha irradiado mucho más este continente que del otro lado del océano. Todos nosotros nos nutrimos o conocemos a Gay Talese, a Norman Mailer, a Joan Didion, y David Foster Wallace, que tiene aparte este género que es entre ensayo y crónica. Pero los mayores cronistas y exponentes en español son latinos: Leila Guerriero, Martín Caparrós, Juan Villoro. Sí creo que es un género que ha proliferado mucho más en esta región.
¿Qué consejo le puedes ofrecer a los jóvenes escritores o periodistas que quieren escribir crónica?
Está complicado. Creo que podría ofrecer dos consejos. Primero, me parece que no hay que tomarse tan en serio a uno mismo; esta ambición de ser cronista está muy bien, pero no hay que tomarse tan en serio uno mismo, y sí tomarse muy en serio el trabajo. Por otro lado, me parece que siempre existe este fatalismo de: no se puede vivir de escribir crónica. No, nadie ha podido vivir nunca de escribir crónica y eso no ha impedido que este continente produzca enormes cronistas. Hay grietas y espacios donde se puede publicar, lo cual no significa que alguien te vaya a pagar para que tú durante tres meses investigues, te dediques a reportear y otros dos meses a escribir. Creo que la crónica es posible a pesar de la situación de los medios, y que si realmente quieres escribir esta es una de las mejores épocas de la historia para hacerlo. Tienes que ganarte el tiempo y los recursos para hacerlo, pero eso nunca ha sido un freno para que la gente escriba grandes crónicas.
¿Cuáles son tus libros de crónica favoritos?
Hablemos de langostas de David Foster Wallace. Me encanta Joan Didion y una recopilación que se llama Los que sueñan el sueño dorado; me parece una maravilla. Me gustaba el libro que me hizo querer dedicarme a la no ficción, el libro seminal de Martin Caparrós. Es uno de los libros seminales de la crónica y ahora se editó de otra manera, La guerra moderna; unas crónicas de viaje que eran fascinantes. Hay un libro de un escritor de viajes que me parece maravilloso: En la Patagonia de Bruce Chatwin. Me gusta mucho el trabajo de Gabriela Wiener, aunque no escribe necesariamente crónicas, pero su autoficción siempre tiene algo de crónica; me parece una gran escritora. Me encanta el primer libro de Cristian Alarcón, Cuando me muera quiero que me toquen cumbia. Hay un montón, podría seguir pensando en algunos, pero estos primeros me surgen, o por lo menos me han marcado. También me encanta el trabajo que hace Leila Guerriero, me gustó mucho Los suicidas del fin del mundo y el trabajo que hace Joseph Zárate, es un amigo y lo admiro un montón; ya tiene dos libros.
Ganó el premio de crónica hace poco.
Guerras del interior es maravilloso y es súper actual. Ahora acaba de sacar Algo nuestro sobre la tierra, un libro de crónicas sobre la pandemia. Eso te podría decir por ahora.
Sobre Foster Wallace, ¿cuál es tu crónica favorita de él, aparte de las que nombraste?
Me gusta mucho una que es una reseña de un diccionario en Hablemos de langostas, “La autoridad y el uso del inglés americano”. Me gusta la que abre el libro, se llama “Gran hijo rojo”; es una maravilla, de cuando él va a una entrega de premios del cine porno. Es que aparte hace ridículo de crónicas, para mí es un gran ejemplo. Hace ridículo de las crónicas de The New Yorker sobre cosas del porno, de esto de romantizar… Hay un texto de ese libro, un ensayito pequeño que se llama “Cómo Tracy Austin me rompió el corazón” y es una reseña de por qué él es un fan de los libros de biografías deportivas y cómo posiblemente la biografía de Tracy Austin haya roto con esa afición suya. Tiene otro ensayito ahí sobre Kafka, “Algunos comentarios sobre lo gracioso que es Kafka, de los cuales probablemente no he quitado bastante” que también me encanta. Recuerdo mucho los textos de ese libro.
¿Crees que Foster Wallace, después de tantos años de su muerte, es bien leído en América Latina? ¿Crees que los jóvenes lo leen ahora?
Yo creo que sí; se convirtió en una figura trascendente, aunque tal vez es más mencionado que leído. Para aquellos que lo hemos leído, él lograba eso de que te hacía sentir menos solo. Todos los lectores de Foster Wallace somos muy evangelistas y aquellas personas que han leído un texto de él, lo siguen leyendo. De su ficción he leído Entrevistas breves con hombres repulsivos, Extinción, La niña del pelo raro y su no ficción me gusta mucho más que su ficción. Mi cuento preferido de él se llama “El viejo neón de siempre”, ese que habla de un suicida. Es básicamente una crónica de cómo funciona el cerebro de un suicida; es un registro casi periodístico. Me gusta mucho más su no ficción, me parece mucho más productiva y enriquecedora.
¿Y de sus novelas cuál es la que más te gusta?
La verdad es que ninguna. Empecé La broma infinita y no la terminé, tampoco El rey pálido. Los libros de cuentos sí, porque son los cuentos. No terminé La escoba del sistema. Las crónicas me parecen maravillosas, pero su ficción no me ha convencido.
Si alguien quisiera empezar a leer a Foster Wallace, ¿por cuál título le recomendarías iniciar?
Hablemos de langostas, sin duda.