Un Café en Buenos Aires con la escritora Luz Mary Giraldo

Quien no conoce la literatura de su
país, no tiene manera de confrontar la de otras partes. En ese sentido he sido
tan colombianista como latinoamericanista.


Luz Mary Giraldo. Foto: Marcela Sánchez (Tomada del facebook de la autora)

Por: Pablo Di Marco*
No siempre es
bueno conocer a los escritores que uno admira, sin embargo hay excepciones.
Conocí a Luz Mary Giraldo a fines de
2014. Siendo ambos jurados (junto a Marianne
Ponsford
) de un premio literario, fuimos invitados a pasar cuatro días en
Neiva para asistir a la premiación de Las
vidas posibles
, una hermosa novela de Jacobo
Cardona Echeverri
. Pese a que jamás nos habíamos visto las caras,
congeniamos de inmediato, y durante esos cuatro días creo que no hicimos otra
cosa más que conversar y reír. Y, en lo que a mí se refiere, no hice otra cosa
más que aprender, ya que Luz, como las grandes profesoras, enseña con cada
gesto, cada recuerdo, cada anécdota (solo en apariencia) menor. En fin, Luz Mary Giraldo, como todos los
grandes profesores, enseña aún cuando no se propone hacerlo. Ojalá que esta
conversación me permita transmitirles aunque sea una parte de la sabia calidez
que Luz Mary me transmitió durante aquellos días en El Huila (Colombia).   
—Me gustaría que hablemos de tus primeras lecturas,
Luz. Entrecierro los ojos y alcanzo a verte de pequeña con un libro entre las
manos. ¿Cuántos años tenés?


LM:
Hay una fotografía en la que estoy con mis dos hermanos mayores y mi papá. No he
cumplido tres años. Yo estoy en el centro, concentrada en un libro, absorta.
Imagino que desde entonces me gustaron las letras, los cuentos, los libros,
pasar esas páginas, sentir su textura, su olor. Creo que a los cuatro años
empezaba a deletrear y mi padre me regalaba historias publicadas en pequeños
cuadernos, con ilustraciones a color; cada día me entregaba un cuadernito y
recibirlo era para mí una fiesta.
—¿Cuál es ese libro que de a poco te atrapa? ¿Qué
libros vendrán después?


LM:
Con el tiempo supe que eran adaptaciones de los cuentos de las Mil y una noches. Otra forma de
aprendizaje estuvo en la voz de mi abuela, quien me contaba historias
haciéndome creer que todas aquellas aventuras y miedos le habían sucedido en su
infancia. Hace unos años preparando un texto sobre Andersen y Grimm,
descubrí que de allí provenían esas fantasías de mi abuela. Detrás también me
fueron llegando algunos mitos y leyendas de mi tierra, del Tolima: el Mohan, la
Patasola, la Llorona… Eso fue alimentando mis fantasías. Y ya en el colegio,
llegó la poesía, el ritmo de la poesía, la música en ella, las imágenes…
—¿Y cuándo llega la tentación de escribir? Yo lo llamo
el “llamado de la selva”.


LM:
Hay unos eventos: a mi mamá le gustaban los boleros y sus letras. Sin darme
cuenta a mí también me fueron llegando esas imágenes literarias que luego
encontré en los poetas románticos y modernistas. Pero hay un instante especial
en mi vida, antes de cumplir los cuatro años: en el jardín de mi casa había
unas plantas de apariencia insignificante, que muchas veces se arrancaban por
considerarlas maleza. Eran plantas chiquitas, de hojas verde oscuro, que
escondían unas florecitas moradas y lilas que a mí me encantaban. Siempre
pensaba que eran como mariposas escondidas. No lograba entender por qué eran
marginadas y no las consideraban bellas. Muchos años más tarde, a partir del
recuerdo, escribí un poema breve que llamé “Guirnalda de violetas” que está en
mi tercer libro: “Fuera del tiempo y del lugar/ olvidas la violeta: / levantas
la hoja/ y a plenitud de vida/ surge el color/ mariposa que comienza vuelo”. Ya
adolescente, cuando bachillerato,  me
gustaba leer poesía y estudiaba música en el conservatorio. Algún día, en plena
clase de literatura imaginé un trozo de hielo derritiéndose en un vaso.  Allí surgió una imagen que hice consciente:
“mirando del cristal en lo profundo, sólo el hielo derretir se ve…”, no
recuerdo más, sólo que asocié esa imagen al tiempo que se acaba…
—Naciste y viviste hasta tus 17 años en Ibagué, y
después te fuiste a Bogotá. ¿Qué te motivó a partir?


LM:
Me fui a Bogotá a estudiar en la Universidad Javeriana. Y aunque fue una toma
de decisión clara, el desprendimiento fue difícil. Era dejar familia, amigos,
mi ciudad y mi gente, el Conservatorio de Música donde estudiaba piano y canto
desde muy niña. Hubo renuncias en esa decisión…
—¿Cómo recibió la gran Bogotá a esa jovencita de
provincias? ¿Te adoptó de inmediato o fue un proceso lento?


LM:
Fue difícil y dolorosa la adaptación. Bogotá era hostil, ajena a quienes
veníamos de ciudades intermedias, su gente era distante. Ibagué es una ciudad
alegre, luminosa, de clima cálido, de ambientes familiares, festiva, mientras
en Bogotá llovía y llovía, siempre de cielo gris… Si en Ibagué estábamos con
ropa ligera de colores, sandalias, en Bogotá esto era imposible: chaquetas,
botas, zapatos cerrados, medias, ropa oscura y pesada… Esto ha cambiado. La
llegada de gente de tantos lugares ha vuelto a Bogotá más alegre y colorida
aunque llueva y el día esté gris.
—¿Y cómo vivió tu entorno de Ibagué tu partida? Te lo
pregunto porque nunca falta quien tilda de arrogante al que parte en busca de
nuevas oportunidades.


LM:
No, Pablo. Por fortuna ese no fue un problema. En Ibagué no había sino una
universidad y las carreras universitarias eran Veterinaria, Agronomía,
Topografía y Bellas Artes. Así que estábamos acostumbrados a ver que la mayoría
viajaba a Bogotá a estudiar otras carreras. La oferta  universitarias era amplia: Medicina,
Arquitectura, Derecho, Ingeniería, Trabajo Social, Psicología, Sociología,
Artes, además de y Filosofía y Letras, que fue lo que yo estudié.
—En Bogotá te graduaste en Filosofía y Letras, ¿no es
así?
    


LM:
En Filosofía y Letras con especialización en Literatura y tuve también un
refuerzo muy importante en Artes, pues la especialización en Literatura se
complementaba con ocho semestres de Historia del Arte. Al terminar mis estudios
a los veintidós años, una profesora de Arte me llevó a una Universidad a dar
clases de Arte Moderno. Lo asumí como un reto, porque yo me había preparado
para ser una estudiosa y hacer buenos análisis literarios, pero no para ser
profesora. Simultáneamente, en la Javeriana me pidieron dictar un curso de
verano sobre Literatura Hispanoamericana del siglo XX. En las dos asignaturas
había tenido profesoras excelentes que me formaron muy bien y me dieron
seguridad al recomendarme. Pero por supuesto que moría de susto cada día de
clase.
Foto tomado del facebook de la autora.
—Puedo imaginarte. Decime, Luz: eras muy joven cuando
comenzaste a dar clases en la facultad. Tan joven que incluso eras menor que
muchos de tus alumnos. ¿Cómo manejaste esa situación?


LM:
En el curso de verano tenía alumnos mayores, con larga experiencia docente. Muchos
de ellos fueron amables, y con muchos hice amistad. Pero también tuve alumnos
insoportables, soberbios, prepotentes, caprichosos, a quienes prefiero no
recordar. Pero también algunos de ellos hoy son mis amigos, mis colegas,
escritores de prestigio que reconocen públicamente lo que pude aportarles.
Cuando miro hacia atrás pienso: ¿Cómo fue que estudie tanto? Y también pienso
en todo lo que los alumnos le enseñan a sus profesores.
—Un solo punto une a los escritores colombianos: todos
ellos, en algún momento de sus vidas, fueron alumnos de Luz Giraldo.


LM:
¡Me haces reír, Pablo!
—No te rías, está bien, tal vez esté exagerando. Pero
es increíble la cantidad de escritores que conocí que te tuvieron de profesora.
LM:
Más allá de tu exageración es cierto que muchos fueron mis alumnos. Así como también
es cierto que yo fui discípula de otros tantos. Una de las cosas que más me une
a los escritores que los he estudiado, porque creo que quien no conoce la
literatura de su país, no tiene manera de confrontar la de otras partes. En ese
sentido he sido tan colombianista como latinoamericanista.
—Fondo de Cultura Económica honró tu trayectoria al
elegirte como encargada de la selección y de la escritura del prólogo de Cuentos y relatos de la literatura
colombiana
. Hablame un poco de ese trabajo que imagino complejísimo.


LM:
He hecho dos antologías para Fondo de Cultura Económica. Una publicada en
México en 1997 sobre las nuevas tendencias del cuento, y otra en dos tomos,
publicada en Colombia  en el 2005, con
cinco reimpresiones, que de alguna manera es una especie de historia de la
literatura colombiana a través del cuento. Esta incluye mitos, minificciones,
cuentos para niños y jóvenes… Me encanta hacer antologías. Es un trabajo de
lectura y selección. Creo que es parte de la experiencia docente. Un profesor
de literatura selecciona libros y textos para cada curso o cada clase. Por eso
creo que cada antología ha sido un trabajo de más de 30 años de experiencia
docente y como lectora.
—Esos dos tomos te habrán proporcionado alegrías, pero
también alguna que otra tristeza. Intuyo que más de un escritor que quedó fuera
de tu selección habrá quedado con el ego herido. Y te lo habrá hecho saber.


LM:
He hecho otras antologías con Alfaguara, Planeta, Seix Barral, Hombre Nuevo…. Hay
dos de cuentos y relatos de mujeres, una de ellas de la Colonia a nuestros días
que se llama Ellas cuentan, y otra de
autoras contemporáneas. Y hay una de cuentistas que aún no eran conocidos, que
Alfaguara demoró en publicar, pues yo anunciaba que ya había una nueva
generación o promoción de escritores, cuando empezaban Juan Gabriel Vásquez, Santiago
Gamboa
, Mario Mendoza… Llega a
ser un trabajo de satisfacciones y agravios. Muchos de los incluidos consideran
que es obligación tenerlos en cuenta y algunos de los que quedan por fuera sin
pudor reclaman, odian, critican y señalan lo importantes que son. No todos
quedan contentos. He leído comentarios desafortunados y comentarios elogiosos.
He perdido amigos… A esto se añade que algunos editores deciden, por ejemplo,
cuál les interesa o no que estén. No es tan fácil como parece.
—Siempre tuve la sensación que, en lo más hondo de vos,
temiste que la Luz catedrática le reste espacio a la Luz poeta. Y que en algún
momento de tu vida quisiste enmendar eso. ¿Me equivoco?


LM:
Tienes toda la razón. La docencia es exigente y agota las energías. Estudié y
trabajé en una universidad, la Javeriana, donde ser poeta era  muy valioso. Aunque era un honor llegar a ser
profesora de la Universidad Nacional,  me
llené de exigencias que estaban en contravía con la poesía. Entre estudiar,
preparar, dictar, corregir, calificar, dirigir trabajos, asistir a reuniones,
teorizar… te vas quedando vacío, sin ese tiempo interior que reclama la poesía.  Y la poesía es celosa. No le gusta competir y
se aleja, se pone esquiva. Y a uno le pasan cuenta de cobro por esto: a mí me
reconocen más como profesora, investigadora, antóloga. En el extranjero, donde
voy como poeta e investigadora, he tenido más valoración. No estoy en el cenáculo,
ni formo parte de camarillas, ni me interesa darme codazos para decir que ahí
voy con mi poesía. Yo persistí en mis distintos frentes  pero no doy para publicaciones anuales de
creación, como muchos otros poetas o narradores. Pero repito: no me quejo.
—En 2015 publicaste De artes y oficios. El libro me impactó tanto que me llevó a hacer
algo que evito a toda costa: escribir una reseña. Acá te comparto un extracto:
“…
a través de
sus poemas, Giraldo logró unir dos principios muchas veces contradictorios: la
profundidad y la sencillez. ¿Por qué contradictorios? Porque, por desgracia —y
esto vale tanto para la vida como para el arte—, lo profundo suele ir de la
mano de cierta dosis de altanería y pomposidad que poco ayudan a tender puentes
con el otro; y a la sencillez se la confunde a menudo con lo ligero, lo
trivial, lo prescindible”. Elegí este pasaje de mi reseña porque considero que
alcanzar hondura a través de la sencillez es tal vez la escala máxima a la que
aspira llegar todo poeta. ¿Qué significó ese libro para vos?


LM: Sigue significando. Es una
nueva perspectiva de mi proceso poético, desde el tema del amor y la conciencia
de escritura. El poema y  el amor  se arman y desarman. Y como en toda
experiencia donde ensayo y error se imponen, una especie de Sísifo muestra ese
permanente hacer.

—Acaba de terminar una nueva edición de la Feria del
Libro de Bogotá. Imaginemos la siguiente situación: se te acerca uno de sus
organizadores y te dice: “Dígame, señora Giraldo, ¿qué aspectos de la feria
considera usted que podrían mejorarse?”. ¿Qué le dirías?


LM:
Fue una feria fue muy completa, para todos los gustos. Yo haría siempre un
pequeño encuentro de escritores colombianos, para debatir el estado actual de
la literatura y confrontarla con la del país invitado.
    
—Vamos con la última pregunta de Un café en Buenos
Aires, Luz. Seguro que la conocés: te regalo la posibilidad de invitar a tomar
un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería, a qué bar
lo llevarías, y qué pregunta le harías.


LM:
Estaría con Marina Tsvietáieva y con
Juan Gelman. No les preguntaría. Los
oiría hablar, decir su poesía.

*Pablo Hernán Di Marco.

Desde Buenos Aires trabaja vía internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas. Autor de las novelas Las horas derramadasTríptico del desamparo y Espiral. Colaborador de la editorial Ojo de Poeta y columnista de la revista cultural Libros & Letras.

Síguelo en 

Facebook: pablohernan.dimarco




Deja un comentario