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Felicidad Batista |
Por: Pablo Di Marco / Argentina
“Yo no pertenezco a la tierra en que nací sino a la tierra que reconoce mi trabajo” dijo un poeta décadas atrás. La cita es aplicable a infinidad de escritores cuyos textos se abren a paso a cientos o miles de kilómetros de su patria. La obra de la española Felicidad Batista ha sido reconocida en repetidas ocasiones tanto en Argentina como en Chile, al punto que uno de sus textos se exhibe en una placa ubicada de cara al Océano Atlántico. España, por fortuna, no es ajena al talento de Batista, ya que en pocos meses se publicará en Canarias su novela Finis Mare. El paraíso que contiene cada biblioteca, las calles de Buenos Aires, los secretos del microrrelato… Son muchos los temas para conversar con Felicidad Batista. Es solo cuestión de sentarnos a la mesa de un bar alejado del bullicio, pedir el primer café, y…
—Sos bibliotecaria, Felicidad. No se me ocurre mejor trabajo para un escritor.
Trabajar entre libros tiene algo de paraíso borgiano y de ritual mágico. Abrir cajas y sacar los ejemplares, leer sus portadas, escalar los índices, averiguar su edad, sus dimensiones, manosearlos, colocarlos en ese orden inalterable para, más tarde, encontrarlos en sus anaqueles y entregarlos a otras manos, a otras miradas. Sí, creo que de no ser bibliotecaria, sería librera. Y, como historiadora del Arte, también sería feliz como ayudante de museos.
—¿Te parece casual que siendo de Canarias te sientas atraída por la Patagonia? Pese a sus diferencias, son dos geografías unidas por el mismo aire de soledad y finisterre.
No es casual. Una isla está condicionada por dos primeros planos constantes: el mar y la cumbre. La Patagonia, pese a ser también territorio continental, asediada por dos océanos, contemplada desde las alturas por los Andes, tiene mucho de isla. Aislada, solitaria, patria, como bien dices, del fin del mundo. Una isla, también es punto de partida y de último territorio. A la Patagonia la recorre un viento bravío, implacable, incesante; a Canarias los alisios, vientos dulzones que producen lluvias horizontales, pero que en las vertientes más secas, descubren sus formas volcánicas, descarnadas y solitarias. La soledad en algunas islas, como en la Patagonia, se escucha en el aliento que se respira.
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Felicidad Batista |
Trabajar entre libros tiene algo de paraíso borgiano y de ritual mágico
—El año pasado, cuando uno de tus microrrelatos ganó el I Certamen Internacional Pleamar, viajaste a Argentina a recibir el premio. Viaje que repetiste este año cuando se inauguró en Quequén una placa ubicada frente al mar con tu microrrelato tallado. Contame esa experiencia.
Los premios siempre tienen algo de misterio, de azar y de sorpresa. Tuve una estupenda excusa para viajar y reencontrarme con Buenos Aires. El primer viaje fue para participar en la entrega de premios en Quequén, ciudad al sur de la provincia, donde veranearon en alguna ocasión Jorge Luis Borges y Bioy Casares. Un precioso enclave de mar y playa con un elegante faro. Mi regreso, meses después, me permitió participar en el programa cultural de Faro al Sur, que conduce Juan Manuel Montero, en radio la Voz de Quequén y en el que participo, cada viernes, desde Tenerife.
—La magia de la radio, una vez más. Esta vez para sortear el Atlántico
Nada menos. Mi regreso también me permitió pronunciar una conferencia en el I Encuentro Internacional de Escritores de Microrrelatos, organizado por el Centro Cultural Kemkem. Presentar con los escritores Juan Manuel Montero Lacasa y José Rhsaid, que también presentaban sus obras, mi último libro Relatos de la Patagonia en la Biblioteca de Quequén. E inaugurar con emoción una placa con mi microrrelato “Luz de tango” en el Paseo Marítimo.
—Eso debió ser fuerte. No todos los escritores ven su trabajo honrado con una placa frente al mar.
Escribir una historia en la soledad del trabajo creativo y verlo expuesto en público, al otro lado del mundo, me produce una extraña sensación. El premio, otorgado por el Centro Cultural Kemkem que preside Carlos Bonserio, fue, además, conocer y encontrar nuevos amigos.
—Es muy frecuente que los escritores se sientan tan unidos a los países que reconocen su trabajo como a sus países de origen. ¿Te sucede algo de eso con Argentina?
Conocía Argentina, sobre todo Buenos Aires, desde mi adolescencia cuando, desde la azotea de mi casa familiar en Arafo (mi Bórcor literario), un pueblo en las medianías de la isla, descubrí la literatura de Borges, de Cortázar, de Mujica Láinez, Manuel Puig, Ernesto Sábato… Con sus novelas, sus cuentos, sus historias recorrí las calles, Barrio Norte, La Boca, Palermo, la calle Florida, Caminito, la Torre de los Ingleses, Puerto Madero… Ese Buenos Aires es el que todavía recorro cuando regreso. Desde el atrevimiento, envié algunos relatos a distintos certámenes del país que fueron premiados. Y sin duda, me siento cercana, muy cercana a Argentina en lo literario y en lo emocional. Chile, es otro de los países benévolos con mis relatos. Especialmente la ciudad natal del poeta Gonzalo Rojas, Lebu, allí conocí amigos con los que comparto letras, nostalgia y afectos.
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Felicidad Batista |
Los premios siempre tienen algo de misterio, de azar y de sorpresa
—El microrrelato es un género complicado ya que su brevedad exige perfección, un buen microrrelato está obligado a ser preciso como un reloj suizo. Pareciera que muchos escritores lo olvidan, ¿no creés?
Como bien apuntas, el microrrelato requiere de una precisión artesana y amanuense. El todo está constituido por milimétricas piezas que no pueden estar colocadas al azar. Por el contrario, requiere de una técnica muy minuciosa que jamás debe quedar al descubierto. Lamentablemente, hay dos circunstancias que afectan al género del microrrelato. Por un lado, para algunos es una narración breve, sin más. Donde, en ocasiones, predomina la redacción y no la creación. Por otro, extensible a todos los géneros, es la falta de lecturas del que escribe.
Estás a punto de publicar una novela llamada Finis Mare, ¿no es así?¿Qué podes adelantarme?
Creo que mi regalo de Reyes Magos va a ser la publicación de la novela en fechas cercanas a esta Navidad. Es una historia narrada a través de la mirada alguien que el lector no conocerá hasta bien avanzada la novela. Los personajes bregan por desenredar la maraña de secretos, mentiras y silencios para poder alcanzar el presente. Sitiados por el mar y la montaña, en el imaginario de Bórcor, Arafo, un pueblo al sur de la isla de Tenerife, su pasado los llevará y traerá por Argentina, Inglaterra, Irlanda o Australia.
—Vamos con la última pregunta de Un café en Buenos Aires, Felicidad: te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería, a qué bar lo llevarías, y qué pregunta le harías.
Invitaría a la poeta estadounidense Emily Dickinson que nació y murió en el siglo XIX. Sería todo un reto convencerla para que saliera de su habitación, en la que permaneció los últimos veinte años de su vida. Después, de su pueblo, del que se autoexilió en la casa familiar y, finalmente, traerla al populoso Buenos Aires. La llevaría al Café Tortoni, que tal vez no encuentre extraño para su época. Eso sí, pediría una sala interior, silenciosa, alejada del bullicio del Café. Le preguntaría por su manera de coser las minúsculas hojas donde escribió casi dos mil poemas. Por qué se negó a publicar. Por su amplia relación epistolar con diferentes profesores, escritores, críticos, amigos… El mundo le llegaba por las cartas y por lectura voraz. Querría saber más de sus poemas sobre la muerte, la soledad, la naturaleza, de sus amores secretos. Y dejaría para el último café, dos preguntas. La primera, por qué decidió encerrarse. La segunda, por qué una poeta como ella, que prácticamente nunca viajó, llegó a crear un poema que se titula “¡Ah Tenerife!”, dedicado al Pico del Teide, un volcán de más de tres mil metros que se eleva en esta isla. Al salir, antes de despedirnos, en la magia que permite tu pregunta, le señalaría la mesa donde conversan Jorge Luis Borges, Alfonsina Storni, Federico García Lorca, Victoria Ocampo, Oliverio Girondo… por si quiere continuar la charla con ellos.
* Pablo Hernán Di Marco.
Desde Buenos Aires trabaja vía internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas. Autor de las novelas Las horas derramadas, Tríptico del desamparo y Espiral. Colaborador de la editorial Ojo de Poeta y columnista de la revista cultural Libros & Letras. Leer más AQUÍ
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