El desencanto del Nuevo Mundo, de Galeotto Cey, es una crónica de Indias que estuvo perdida por siglos y que narra el viaje que entre 1539 y 1553 hizo su autor, comerciante florentino, al Caribe, cuando vivió de primera mano las primeras etapas de la conquista española en los actuales países de República Dominicana, Venezuela, Colombia y Panamá, y narra para sus contemporáneos y amigos las cosas maravillosas, raras e increíbles que vio y vivió, de una forma honesta, desinteresada, desvergonzada y sin tapujos.
Por: JUAN ESTEBAN CONSTAÍN (Escritor, historiador y columnista).
Prólogo del libro
El descubrimiento de América, que Edmundo O’Gorman prefería llamar, y con razón, “la invención de América”, inaugura una nueva etapa no solo de la sensibilidad y la conciencia occidentales sino también, y por eso mismo, de su literatura y sus relatos fundacionales. Hoy es casi imposible dimensionar lo que significó a principios del siglo xvi la irrupción de un mundo entero poblado por ignotas y alucinantes civilizaciones, pero es como si en nuestro tiempo se diera por fin ese hallazgo de vida extraterrestre por el que la especie humana ha clamado y luchado ya desde hace tantas décadas, por no decir que siglos. Eso fue lo que pasó en Europa después del primer viaje de Colón, la invención de un nuevo mundo. Invención en el sentido estricto del verbo latino invenire, que quiere decir “encontrar y descubrir, hallar lo que uno presentía”.
Una invención sin lugar a dudas brutal y desgarradora, un cataclismo, y al mismo tiempo el encuentro de tantas sangres y tantas voces y tantos pasados y tantas historias que se fundieron allí (aquí) para engendrar un nuevo ideal de lo humano: América como esa utopía que todavía arrastra sus promesas y sus sueños fallidos en medio del dolor, la pobreza, la desigualdad, la violencia y la desmesura. Eso también nace cuando el descubrimiento, el fracaso de la utopía americana.
Desde el punto de vista histórico son muchas las hipótesis que se pueden proponer para explicar, o tratar de hacerlo, ese fracaso. De hecho esa fue una de las primeras influencias intelectuales y filosóficas de América como concepto y como problema: la de su propio ser, tan complejo e inasible, y la de su aparente imposibilidad, señalada ya desde muy temprano por muchos, casi al tiempo en que se iban desenvolviendo los principales acontecimientos bélicos de la Conquista. Las noticias americanas llegaban a Europa impregnadas de asombro y maravilla, un mirífico tesoro, pero también de aterradores presagios sobre lo que allí estaba ocurriendo y se iba a asentar para siempre como un sino fatal.
Ese fue todo un género literario que surgió con el “nuevo mundo” y que sigue tan vigente, para la muestra este botón que aquí escribo: el género del “ensayo americano”, las reflexiones y las críticas sobre la historia y el destino de América. El otro género que se impuso, como se sabe muy bien, fue el de las crónicas de la Conquista: los relatos de viajes de todos aquellos que cruzaron el mar para “hacer las Indias”. Entre ambos discursos, el de la reflexión y la ficción, había por supuesto un vínculo estrechísimo, consubstancial, al punto de que los límites entre el uno y el otro siempre acababan por disolverse.
En el caso de los relatos y las crónicas de Indias, las memorias y el testimonio de quienes vinieron al Nuevo Mundo a otra cosa pero terminaron contándolo –y en esa medida, una vez más, inventándoselo–, su importancia histórica y literaria está fuera de toda discusión porque allí lo que irrumpe es casi la novela como género literario. Lo “real maravilloso”, como tantas veces se ha dicho, una idea del mundo y de la vida que solo adquiere sentido en la ficción y la poesía, en las palabras y el lenguaje; como si la literatura latinoamericana, que es la mejor versión de nuestra historia, naciera allí, proyectada luego hasta el desparpajo del modernismo o el esplendor del boom. América no tiene historia sino literatura, podría decirse, y esa tradición empieza en las crónicas de Indias.
Esta de Galeotto Cey es una de esas crónicas; una de las tantas que se escribieron durante el primer siglo de la experiencia americana. Y las hubo de todo tipo: épicas, realistas, fantasiosas, solemnes, abyectas, hermosas, conmovedoras. Unas de denuncia e indignación, como las del padre Las Casas, otras minuciosas y llenas de curiosidad, como las de Fernández de Oviedo; unas con un estilo elevado, como las de Bernal Díaz del Castillo, otras casi taquigráficas y judiciales, como las de Cieza de León.
La de Cey, el florentino que escribe este libro, es una absoluta rareza y un verdadero prodigio. Primero, justo por eso: porque es un italiano quien la ejecuta, un testigo a la vez cercano y distante de la empresa indiana. Segundo, por el valor etnográfico y sociológico que logra su texto, desprovisto de las prevenciones y los cálculos políticos y cortesanos que de una u otra forma salpicaban las memorias y los recuerdos de todos los demás cronistas de Indias, cada uno a su manera. Galeotto Cey, en cambio, no. Él no. Y eso se ve desde el principio en su libro: su desvergüenza, su agudeza, su aproximación a todo tan distinta a la de los demás.
Alguna vez, ya no recuerdo dónde, leí que la vida de Galeotto Cey se acomoda más al modelo italianísimo y boccacciano de Landolfo Rufolo que al de cualquier conquistador de cuño español en el que uno quiera pensar, cualquiera. Mejor dicho: Cey no es un conquistador, para nada, sino un mercader que surge de un mundo muy concreto, el de la Florencia de principios del siglo XVI. Una Florencia boyante y llena de embajadas en toda Europa, para empezar en Sevilla, pero azotada también por una serie de conflictos políticos que la llevaron a enfrentarse hasta con Carlos V en 1530, conflictos en los que la familia Cey había tenido un papel protagónico: un tío de Galeotto era libelista contra Savonarola y su padre lo perdió todo por enfrentarse a los Medici, nada menos y nada más. Así, con una mano atrás y otra adelante, financiado por su tío Luis, Galeotto regresa a España en 1537 y dos años después se embarcará en el viaje americano, la novela de su vida.
Esa es la novela que está aquí, escrita toda con los hilos de una realidad desbordante y arrolladora. Narrada con el encanto y el cinismo del que no tiene nada que perder porque ya lo perdió todo, varias veces, descreído de los mitos y las quimeras que persiguen como sonámbulos —sonámbulos hacia el abismo— sus compañeros de viaje. Una mirada excepcional sobre la invención de América esta de Galeotto Cey, qué dicha que vuelva a estar entre nosotros gracias al trabajo admirable de Piélago Perpetuo.
Buen viento y buena mar.