Por: Gloria Cepeda Vargas/ Última parte.
En la madrugada del 18 de Agosto, fue fusilado en Alfacar, cerca de Fuente Grande, por las fuerzas rebeldes, Federico García Lorca a los 38 años de edad. Su asesinato fue un atentado no sólo contra la vida sino contra la inteligencia. Cuando lo mataron, Federico era el poeta más aclamado dentro y fuera de España, dramaturgo exitoso, músico exquisito, dibujante de talento. Es decir, una personalidad casi imposible de sustituir.
Dicen que cuando mandaban los árabes en España, los moros granadinos se detenían asombrados ante un manantial que permanecía cubierto de burbujas. Por eso lo llamaron Ainadamar, que significa Fuente de las Lágrimas. A pocos pasos de la Fuente de las Lágrimas, cayó abatido para siempre Federico García Lorca.
Siguieron tres años de horror. Crímenes de lado y lado, fusilamiento masivo de rojos en el tristemente célebre Barranco de Viznar, violencia desmedida, ignorancia, miseria y depresión económica. Lo demás es conocido: la derrota del ejército republicano, el final de la guerra, la prisión y el calvario de Miguel y el establecimiento en España de la dictadura de Francisco Franco hasta su muerte ocurrida en 1975.
Y aunque su faceta más conocida es la de poeta insigne, no olvidemos que su poesía se nutrió de la sangre y las lágrimas que llovieron copiosamente sobre las ciudades y los campos españoles en un momento aciago. Fue hijo de una tierra servil y heroica, cuna de la Inquisición y de El Quijote, protagonista de la aventura que partió en dos un mundo que de cara al Renacimiento, empezaba a sacudirse los oscurantismos medievales y miró caer, el 20 de Julio de 1936, el último bastión republicano de Granada durante la heroica resistencia de la ciudad.
Su vida, abonada con toda clase de inconsistencias y crueldades, es ejemplo de valor y entereza. Le tocó luchar en una época marcada por la torpeza y la crueldad, en una tierra destrozada por un combate fratricida que acabó con lo mejor de la juventud española de ese tiempo, miró caer, para no levantarse, poetas como Federico García Lorca y Miguel Hernández y vio tomar el camino del exilio a hombres de la talla de Rafael Alberti, Pablo Picasso y Luis Cernuda entre otros.
Vino al mundo en un país clerical e ignorante marcado por el forcejeo entre el desconcierto civil y el militarismo desmandado. Las convulsiones de ese parto influyeron poderosamente en su obra literaria e hicieron de su poesía la expresión más pura de la época. Murió tuberculoso y abandonado en una celda del Reformatorio de Alicante, el 28 de Marzo de 1942 a los 31 años de edad. Enterrado en el cementerio de Alicante el 30 de marzo del mismo año, actualmente reposa ahí junto a su hijo y su mujer Josefina Manresa. La Ley de Memoria Histórica declaró injusta e ilegítima toda condena impuesta por motivos ideológicos o políticos.
Quedan para aprendizaje de todos su limpia caparazón de acero y su sencillez tan escasa entre “las aves del nuevo gay trinar” a que aludió Antonio Machado, su manejo magistral de la palabra poética, su lúcido concepto de la justicia, su valentía irreductible.
Cuando languidecía en la cárcel de Alicante, recibió la visita de un grupo de militares prestigiosos quienes le ofrecieron la libertad, una pensión de cien pesetas y una casa para su mujer y su hijo si accedía a firmar un documento donde declaraba su adhesión al régimen. Y a pesar de la terrible situación que soportaba, prefirió morir a traicionarse a sí mismo.
La suya es una figura que crece con el tiempo. Poseedor de vida y origen diferentes a los de sus compañeros de generación, enarboló una palabra fuerte como el acero para fustigar lo que su conciencia le dictaba. Su valentía casi suicida, su lucha tan infructuosa como ética, las circunstancias indescriptibles de su agonía y muerte, lo señalan como único protagonista de una batalla denodada contra las oscuridades, la prepotencia y los oportunismos. Fue un poeta vanguardista sin conocer el ancestro renovador de la España de post guerra. Carente de formación académica y hecho sólo con las lecturas que su sed de conocimientos le deparó en la oscuridad de un cobertizo mal iluminado, su obra navega más allá de acontecimientos temporales y críticas establecidas.
Los integrantes de la Generación del 27 coincidieron con él en el tiempo mas no en el origen de la palabra. Ellos dieron su aporte a un surrealismo oral, plástico, filosófico y político que alimentado en los Manifiestos Surrealistas de André Breton y en la Revolución Rusa del 17, se abría a los cambios viscerales ocurridos después de la Primera Guerra Mundial con la máquina como protagonista en un mundo que empezaba a industrializarse. La suya es una voz forjada como el hierro en el yunque del dolor. Poseyó en gran medida la facultad de manejar a su antojo los altibajos poéticos, desgranándose en sonetos magistrales y en poemas de factura libre y poderosa.
De ese volcán en permanente erupción que fue su vida, brotó su avasalladora poesía. De ahí ese alud de palabras que parecen querer ocupar el mismo sitio al mismo tiempo y el manejo puntual del recurso idiomático que extraído de lo más hondo de la tierra, abona con acierto único hasta ahora, el tronco y el ramaje de la poesía española contemporánea.
Esto en lo concerniente al estilo, pensamiento o como queramos llamar a la parte intangible del poema. En lo atinente a la forma, su poesía vuela libremente más allá de las normas establecidas por la poesía medida y rimada que suscita el rechazo de muchos en nombre de una libertad ajena a sílabas cuantificables y sonoridades establecidas. El suyo es un caso singular. Aquí la norma y la métrica se subordinan sin esfuerzo ante la irrupción telúrica y por lo tanto ajena a encasillamientos y agendas cronológicas.
Para leerlo y sentirlo, es preciso aquilatar el valor transformador de una sintaxis bronca y dulce, presente aun en lo más sutil de su intensa poesía de amor. No buscó la palabra. La palabra lo reconoció perdido en las breñas y los accidentes de una vida oscura, para tomarlo de la mano y revelarle los secretos del verbo esencial. Lacerado en carne propia, cantó sustrayéndose a conclusiones o análisis coyunturales volcando el sentimiento en el caudal de una palabra limpia. Por eso en la dedicatoria escrita para Vicente Aleixandre en Viento del Pueblo dice: Los poetas somos viento del pueblo. Venimos para pasar silbando a través de sus poros. El pueblo espera a los poetas con los ojos y las orejas tendidos al pie de cada siglo.
A pesar de estar atado físicamente muchas veces, se irguió para denunciar, como nadie lo había hecho hasta entonces, el drama de su patria, avizorando con lucidez todo lo que faltaba por hacer y de qué manera impedían la evolución de España lo matrero de la palabra y la oscuridad del pensamiento. Ya lo había dicho: Los pueblos se salvan por el viento que sopla desde todos sus muertos.
A casi sesenta y nueve años de silencio truena su verso combativo como ratificación de compromiso republicano desde las trincheras y la pólvora del Quinto Regimiento: Sangre, sangre por árboles y suelos/ sangre por agua, sangre por paredes/ y un temor de que España se desplome… Y clama su corazón de pájaro prisionero en un mundo que no entendió jamás: Me quiero sustraer de tanta herida/ me da cada mañana/ con decisión más firme/ la desolada gana/ de cantar/ de llorar/ y de morirme (Otros Poemas, 1935-1936).