Instantáneas de Jorge Gaitán Durán
José Luis Díaz Granados (Colombia)
Años sesenta, un día, una mañana.
Gaitán Durán, amable, me indicó que Gonzalo
González, el director del suplemento,
Estaba por llegar. Siéntese, espérelo…
No sabía él que yo conocía Amantes,
Su mejor libro, y que había jurado
Dejarme barba, como él, cuando fuera mayor,
Y ser viajero del mundo, como él,
Revelador de Sade y de asombros perdidos.
Lo ví, noches después, en la librería
La Gran Colombia, de pie, recostado
Sobre estantes con libros que alumbraban
La estancia, indiferente, hojeando un tomo
De poesías de Quevedo, mientras discutían
Estanislao Zuleta y el psiquiatra Socarrás.
Lo ví una tarde en la Biblioteca Nacional ,
Con una joven rubia. Lo ví después
Con otra muchachita en una exposición.
Lo vi junto a Eduardo Cote y Alejandro Obregón
En el Teatro “El Búho”, callado y expectante,
Rojo, sonriente y contenido, frente a una riña
De brasas de todos los colores verbales
Entre Marta Traba y Oswaldo Guayasamín.
Y lo vi un mediodía caminando de prisa
Por la Carrera Séptima , con su gabán azul
Y unas gafas oscuras pequeñas y cuadradas.
Iba con su elegancia descuidada
Repartiendo fulgores invisibles.
Era el emperador de la poesía. Era el rey,
Era el as, era el relámpago
De la eternidad cruzando la ciudad.
Meses después, un día, una tarde,
Manuel, mi hermano, trémulo, agitado,
Me informó que el rey había caído
De una nave sin dios al mar eterno.
En ese instante helado también murió mi infancia.