Por: Jorge Alberto Parra Gómez.
En esta novela el bogotano Evelio Rosero, quienes vivimos en la selva de cemento, damos un brinco a la espesa vegetación del campo, y más aún, nos impregnamos
del candente estado de guerra que viven nuestros compatriotas rurales. A través de la narración en primera persona del protagonista, el octogenario profesor Ismael, nos trasporta, como en un sueño sobrecargado de pesadillas, a las más difíciles situaciones por las cuales pasan los habitantes de San José, un pueblo lejano al sur de nuestro país. Con una introducción sorprendente, empapada de un delicioso morbo, nos genera una incógnita que nos atrapa en la lectura para querer continuar esperando que el esposo de la pedagoga Otilia del Sagrario Aldana Ocampo, el noble profesor a quien la Secretaria de Educación le debe diez meses de pensión, pueda satisfacer sus deseos con respecto a la atractiva Geraldina. La atmosfera que nos presenta esta novela, en verdad, nos hace sentir el calor agobiante que padecen todos los habitantes del villorrio, donde se presentan todas las situaciones ordinarias del trascurrir rutinario y constante. La muerte, las balas, el ajetreo, las estampidas, son el pan de cada día. Cada personaje, cada familia, con los rigores de una situación entre fuegos no identificados en muchos de los casos. ¿Son ejército? ¿Son paramilitares? ¿Son guerrilla? Son los ejércitos, hombres sin Dios, que se acercan a las gentes, no propiamente para protegerlos, sino para saciar sus recónditos placeres cuando el ser humano padece sufrimientos, según su voluntad. Son los dueños de la vida y dan misericordia y conceden perdón a su albedrio. Cada secuencia narrativa cuelga un zumo de detalles, desde su mismo enamoramiento y la forma como conoció a su mujer, como su deletreo cuando habla para sí mismo en sus estados de calamidad, algunas veces huyendo y otras tras el rastro de su compañera, lo cual nos lleva a diferentes actos como una obra teatral. En realidad es la guerra que sufren la mitad de nuestros compatriotas, objetividad de la cual la otra mitad estamos totalmente alejados. Ellos sintiendo el rigor de las escaseces, cuya única diversión es un casco de cerveza alrededor de una mesa en cuya superficie aparece la publicidad del amargo licor, tal vez algún parroquiano dicharachero, pero casi siempre al borde del bochinche o el despelote, porque en cualquier momento se presenta el tiroteo, la desbandada o la mala noticia del muerto o del desaparecido, convirtiéndose en el tema de diversión o de conversación, según la forma como llega a cada uno de los habitantes. En un argumento como este, que hasta estaríamos saciados de su realidad por su presencia día a día en los órganos de comunicación, Evelio Rosero le impregna el sabor, la descripción y los personajes, que nos hace por momentos, olvidar el conflicto que padecemos, para permitirnos sentir el desarrollo de una tragicomedia convertida en novela de aventuras, que va progresando en su narración para darle el interés al lector de continuarla hasta el final, donde el personaje estrella quiere como desquitarse de sus perseguidores, ignorándolos, despreciándolos, hasta queriendo demostrarles con un sonrisa cuán grande es él, diciéndoles soy Jesucristo. Y que disparen.
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