Macondo en palabras de Piedad Bonnett

No. 7.045, Bogotá, Sábado 25 de Abril del 2015

Macondo en palabras de Piedad Bonnett

Bogotá. “Para muchos colombianos la palabra Macondo tiene resonancias y significaciones profundas. Es, como la obra de García Márquez, algo que sentimos que nos pertenece, familiar y entrañable. Macondo es, al fin y al cabo, el espejo de feria donde nos vemos reflejados como sociedad, con nuestras virtudes y defectos hiperbolizados por la desmesura propia de lo real maravilloso.
No obstante, no hay, no puede haber una sola idea de Macondo. Una cosa será para el habitante de la Costa Caribe, que se reconoce en la idiosincrasia de los personajes, otra para el cachaco que sonríe frente a la caracterización que de él hace García Márquez, y otra más para el lector suizo, o ruso, o surafricano que no ha pisado el trópico; y jamás será lo mismo para el viejo lector que reconoce en Macondo elementos de un mundo que desaparece, que para el adolescente de hoy, que tal vez no ha oído hablar nunca del telégrafo o del Coronel Carlos Cortés Vargas y la matanza de las bananeras. 
Por eso mismo, y porque las imágenes literarias se acaban siempre de construir en la mente de los lectores, lo primero que decidimos como Comité curatorial – apoyados por un riguroso equipo de profesionales de la Cámara del Libro, Idartes y el Ministerio de Cultura -fue rehuir la tentación de proponer una visión unívoca de Macondo o de reducir ese país de ficción a un mero inventario sacado de sus propias páginas. 
Valiéndonos entonces de los textos mismos, propusimos al talentoso grupo de artistas encargado del diseño del pabellón recrear a Macondo desde un borde que permitiera conjugar las realidades más ineludibles de la ficción garcíamarquiana con otras más abiertas y sugerentes. Esas realidades ineludibles están casi todas atadas a un devenir histórico que el mismo García Márquez plantea.
El visitante de la feria se encontrará, pues, con alusiones a una edad mítica, signada por la conciencia del aislamiento y la añoranza de la civilización de donde llegaron a Macondo los grandes inventos; a una edad épica, caracterizada por el cíclico retoñar de las guerras civiles; a la época de la bonanza, al espejismo del dinero y a la invasión arrasadora de una potencia extranjera; y a un mundo decadente y nostálgico cuyos signos primordiales son un diluvio y un niño con cola de cerdo. 
Una visión involutiva de nuestra historia que termina en Cien años de Soledad con una frase lapidaria: la que asegura que “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”. Antes de García Márquez nuestro mundo era tan reciente que las cosas carecían de nombre y para nombrarlas había que señalarlas con el dedo. 
Ahora, gracias a la empresa laboriosa de este Adán de Aracataca, disponemos de un universo poblado por la palabra que interpreta su historia, con sus bondades y miserias, y sin las mentiras deliberadas de los historiadores oficiales. Quizá ellas nos ayuden, no sólo a curarnos de la peste del olvido, de la “idiotez sin pasado” que ha impedido la solidaridad y el sentido de pertenencia a la comunidad colombiana, sino también a acceder a la posibilidad de transformar esa deplorable realidad para que las estirpes condenadas a la soledad desaparezcan definitivamente de la faz de la tierra.
Por supuesto, nos hemos visto obligados, por tiempo y espacio, a hacer una tarea de síntesis, que nos obliga a excluir miles de aspectos interesantes de ese país abigarrado y complejo que es Macondo. Los artistas encargados de la realización han propuesto, muy certeramente, que la visita al pabellón sea ante todo una experiencia que comprometa los sentidos y las emociones del público asistente, pero que también incite a la reflexión crítica y a la relectura de la obra de García Márquez. 
El visitante se encontrará con un mundo que tiene mucho de inocente, juguetón y carnavalesco, pero también con la presencia de la violencia, los excesos del poder y el fracaso recurrente de los sueños de cambio; con el calor del trópico, la huella de los personajes macondianos, y las palabras llenas de lucidez y poesía que supieron nombrar ese mundo; con los libros que hicieron escritor a García Márquez, con un trazado de sus viajes, con la música vallenata que cantaba Francisco el Hombre; y con innumerables charlas donde la gran pregunta es qué es Macondo, qué tanto revela de nosotros mismos, y si los macondianos tendremos o no una segunda oportunidad sobre la tierra”.

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