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Olga de Amaral

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Olga de Amaral
By Libros y Letras 17 de febrero de 2015
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Por: Amparo Osorio/ Tomado de “Con-fabulación”/ Bogotá.
Sumergirse en la obra de Olga de Amaral es asir un universo en el que cada una de las formas que se despliegan en sus obras de arte nos ofrece diversos mundos en movimiento, secretamente determinados por el misterioso halo de la poesía.
Sus creaciones, que la destacan y comprometen como la más reconocida artista colombiana de todos los tiempos, son el incesante encuentro de los símbolos primigenios del hombre que hilo a hilo van significando el trasegar de sus pasos sobre la Tierra, para constituirse en un cósmico poema que nos habla desde una antiquísima memoria, recordándonos que la vida es también un largo tejido en cuyo enigmático devenir nos enfrentamos siempre al antes y al ahora de nuestras más secretas obsesiones.
Tal vez por ello para esta artista, cuyo trabajo es admirado en los más importantes museos y galerías del mundo, la morfología de sus obras constituye un regalarnos lo que quizá muchas veces hemos olvidado: la plenitud de lo que somos, la percepción de lo que fuimos, la representación de la búsqueda de todas nuestras pluralidades.
Animada por esos signos en rotación que constituyen toda pieza creativa, Olga de Amaral emprendió hace ya varias décadas su trascendental obra, hija de un tiempo y una historia que se tejen desde sus manos, como una paradigmática y permanente exaltación de la luz, porque es precisamente esta –en sus propias palabras– la que constituye el epicentro de todas sus obras.
Vemos entonces cómo, entre las múltiples vislumbres sugeridas, la explosión de pequeños haces sobresalen en cada una de sus creaciones, y van danzando como cascadas de energía solar que nos atrapan y en cierta forma nos ubican en una contemplación incomparable de magia y serenidad, como respuesta quizá redentora a estos tiempos sombríos en los que el arte también ha sufrido sus devastadoras degradaciones.
No es fortuito entonces hablar de la infinita significación del color que emana de sus tapices, que adoptando diversas modulaciones ofrecen desde la fuerza de la luz, la insospechada vislumbre de sus fantásticas y muchas veces monumentales propuestas, en las que el noble oro y la exquisita plata ejercen protagónicamente un sacro magnetismo en la arquitectura de su obra. 
La compleja teoría del arte nos ofrece en ocasiones algunas claves para llegar a comprenderla. Tal vez por ello, y desde una prefijada conciencia, la artista parece que quisiera decirnos por medio de tales signos de ascensión y profundidad, que estos no solo son una cósmica indagación hacia el futuro, sino que viajan en sentido complementario, rindiendo un homenaje profundo a nuestras ancestrales raíces amerindias y a esas viejas culturas universales cuya reflexión filosófica se manifestaba a través de diversas proposiciones simbólicas, bajo la enorme amplitud del concepto de la imagen.
Mucho de poesía –yo diría que casi todo–emerge entonces de estas imágenes en movimiento, cuya titulación (Brumas, Nudos, Memorias, Afelio, Perihelio, Alquimia, Umbral, Notas, Tabla, Lienzo, Umbra, Guijarros…) es otro referente para que logremos la aprehensión de ese recóndito sentido, de ese querer decir en el lenguaje de los símbolos todo aquello que sobrepasan las palabras.
Plenos de asombro y regocijo, asistimos entonces a esta puesta en escena de sus últimos trabajos, a la contemplación de estas formas que se despliegan sobre sus lienzos, al diálogo con estos avatares de ensoñación que hilo tras hilo van cobrando forma propia hasta convertirse en una estética de espíritus independientes.
Sobra enumerar las múltiples exposiciones que integran el palmarés de la artista, inventariar los premios internacionales acumulados a lo largo de su carrera, citar las diversas bienales donde su obra ha sido profusamente destacada o los reconocimientos cosechados durante estos años de trabajo, el más reciente recibido en la Gala Multicultural del Metropolitan Museum of Art, de Nueva York –donde fue homenajeada junto a otros célebres artistas como Robert de Niro y Cai Guo-Qiang. 
Aquí la puerta se abre entonces para que asistamos de nuevo a la asombrosa contemplación que nos procuran sus tapices, a la fusión de sus aguafuertes en papel japonés y lino, a sus instalaciones, a sus figuras tridimensionales, sus dibujos y sus geometrías pigmentadas, para que nos detengamos desde las sendas de la ensoñación, en los insospechados caminos que nos procuran sus Brumas poéticas. Y finalmente, para que bajo la égida metafórica de la casa, su casa interior, recorramos las más sensitivas fibras del corazón de esta imprescindible artista, donde la imaginación ejerce uno de sus más altos e incomparables vuelos.